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- 11/01/2025 00:14
- 10/01/2025 18:54
Ahí estaba sentado, con sus audífonos puestos, su jersey rojo y un espacio vacío a su derecha en la banca.
Estaba esperando, pero no esperaba a nadie, estaba en calma y con sus labios moviéndose por intentar seguir la letra de una canción.
Tenía la maña de interponer sus pies y encorvarse un poco, toda la postura de un chico tímido, pero si lo conocieran un poco más no pensarían así de él.
Hasta que alguien vino y se sentó a su lado, y él le sonrió con gesto simpático, claramente, eran risas recíprocas.
Le prestó su auricular izquierdo mientras asentían al ritmo de balada, pero solo él sabía la letra, y cuando le compartió uno de sus poemas le arrugó la página y se la tiró al piso. Y alguien entonces se fue, sin importar más porque solo quería sentarse un rato, entretenerse solo por un momento.
Ahí estaba sentado aún, con sus audífonos que se extendían en un cable un poco enredado desde su teléfono a sus oídos mientras subía el volumen de su música.
Estaba de piernas cruzadas y cabeza abajo, y había gotas recientes sobre su jersey rojo, pero no eran gotas de lluvia. Y tan pronto como pudo, se secó los ojos y sonrió.
Alguien más vino y también le sonrió y se sentó con él a su lado.
Le mostró sus manos y entrelazaron sus dedos, pero cuando se paró para bailar, le dejó caer su mano y alguien más también se fue, diciendo que no tenía tiempo de bailar, que quizás en un futuro.
Ahí estaba con su libro de historias inventadas y con finales de ensueño, cuando intentaba centrarse en sus cosas, se le veía algo alertado mirando en cualquier dirección y con sus mangas rojas se secaba sus ojos y sus mejillas. Y cuando vino nadie más, casi no dejó que se sentara a su lado, y a nadie más le compartió su auricular derecho. Ya no daba sonrisas auténticas y su jersey ya no era rojo, estaba casi sin color.
Nadie más sí lo miraba diferente, nadie más también estaba esperando, y mientras esperaba le ayudó a recoger del piso la página arrugada con sus poemas, y también le levantó la mano para bailar; aunque desconfiaba, nadie más no fue.
Fue cuando su jersey rojo recuperaba su color, cuando de una vez y por todas, se levantaron de la banca, tomaron el metro cruzando la ciudad y caminaron hasta que la mañana los alcanzó.
Aunque siempre guardó sus pensamientos para sí, y muchos de sus secretos, pocos conocimos al chico del jersey rojo; al menos para mí fue un gusto haberlo conocido. Lo fue para sus amigos.