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La voz de protesta en el cine
- 11/06/2020 00:00
- 11/06/2020 00:00
Durante una gira de conciertos del cofundador de Pink Floyd, Roger Waters (The Wall), se proyectaba una animación que simulaba el Metro de Londres, y de pronto 10 detonaciones se escuchaban con luces que iluminaban uno de los vagones, iniciando así la interpretación del tema 'La balada' de Jean Charles de Menezes, pieza musical basada en el asesinato del electricista brasileño que ocurrió en la estación del Metro de Stockwell en 2005, al ser confundido con un terrorista.
En Nigeria, las protestas por la muerte de Tina Ezekwe, una menor de 16 años, por agentes de policía, provocaron la ira de grupos civiles y celebridades que llevaron a la detención de dos policías, en medio de la percepción existente sobre la policía en esa región.
Hace poco, en Japón hubo protestas contra la violencia policial en Tokio, pues un grupo de quejosos rodeó un recinto policial para cuestionar la violencia contra los extranjeros que visitan Tokio.
Para muchos no es sorpresa que, en Filipinas, bajo las órdenes del presidente Rodrigo Duterte, a las fuerzas policiales se les perciba con el mayor incremento de casos de agresiones policiales en contra de civiles, de quienes se sospecha que anden en malos pasos, y según World Population Review, de acuerdo con los últimos datos oficiales disponibles para 61 países, Brasil y Venezuela son países en donde la tasa de violencia policial per cápita ha ido en aumento.
Todo nos lleva a inferir que la brutalidad policiaca no es un tema exclusivo de Estados Unidos, aunque históricamente haya tenido la mayor resonancia social a través de la lucha por el respeto a los derechos civiles en ese país, específicamente en la población afroestadounidense, y eso globalmente nos duele.
De hecho, no se discute que la brutalidad es una mala conducta policial, bien enraizada, y ella ha podido más que las diferentes sensibilidades positivas de los agentes del orden público o sus intentos de fomentar cambios culturales que muestren una mejor imagen institucional en quienes pregonan ser una fuerza comunitaria lista para “proteger y servir”.
Prejuicios raciales, religiosos y de sexualidad, ignorancia cultural, intimidación, desviada orientación política, racismo, poder, abuso de vigilancia en la comunidad, abuso sexual y corrupción son algunas de las fallas que más denuncian cuando se trata de acciones policiales que los llevan a cometer actos cuestionables, violentos y criminales.
Y, además, ¿qué se cuestiona? Que algunos agentes han heredado conductas malsanas desde sus respectivas academias, observando los peores ejemplos de generaciones de “maestros” que no han desarrollado las mejores prácticas técnicas y profesionales en la institución. Los estamentos de seguridad son nobles por naturaleza, sin embargo, las manzanas podridas siempre hacen daño a la institución.
El ejemplo reciente más doloroso: la muerte de George Floyd, como resultado de su arresto por parte de cuatro policías en Minneapolis, en medio de la pandemia del Covid-19, que ha desatado un rechazo mundial no visto en los últimos 60 años.
Muchas de estas historias sobre brutalidad policiaca, históricamente las hemos visto desde el cine, que se mantiene vigente como un reflexivo medio de comunicación que eleva la voz de protesta, crítica y denuncia frente a estas dolorosas problemáticas sociales.
El cine social agrupa una serie importante de obras que, en formato documental o ficción, se alimentan de los hechos noticiosos para incidir en la crítica y los cuestionamientos que buscan generar cambios y transformaciones desde lo audiovisual, reafirmando el sentido de justicia y el compromiso social de sus creadores.
Sin hacer el típico recuento de las películas basadas en esta temática, podemos acercarnos a una serie de títulos que nos llevan inmediatamente a reflexionar sobre la violencia, los crímenes de odio y la brutalidad policial.
Cuando salió Matar a un ruiseñor, la versión de cine basada en la novela de Harper Lee que relataba las desigualdades raciales, se convirtió en un clásico por la extraordinaria actuación de Gregory Peck como el abogado Atticus Finch, que luego de perder el juicio en contra de su defendido, Tom Robinson (acusado de violación de una niña blanca), hizo que los espectadores (del mismo color del acusado), se levantaran para mostrar respeto y aprecio por este gran paladín de la justicia.
En 1967, Norman Jewison presentó el relato de Virgil Tibbs, un policía de Filadelfia (interpretado por Sidney Poitier) que se traslada a Misisipi y es arrestado supuestamente por asesinar a un hombre blanco adinerado. La película se llama Al calor de la noche y fue un evento cinematográfico que abrió los ojos de muchos cinéfilos en el mundo, por tratar de una manera honesta esos temas considerados como tabú.
Más polémica aún se dio en 1982, cuando el veterano realizador Samuel Fuller provocó reacciones y polémica al presentar Colmillo blanco, la historia de una actriz que se hace cargo de un perro adiestrado para atacar y asesinar, por entrenamiento racista, a personas de raza negra. Dicha parábola sobre el condicionamiento aversivo, que incluso Roman Polanski casi dirige y provocó que el filme fuera sacado de cartelera a pocas semanas de estreno, en la actualidad sigue como una pieza de estudio por la calidad del mensaje antirracista.
Pero si nos remontamos a las últimas escenas de Haz lo correcto, de Spike Lee (1989), y todo el revuelo que causó este clásico del cine, se supo que en este director afroestadounidense siempre habría un gran defensor de los derechos civiles en Estados Unidos, cuyo mensaje cada vez más calaba en una audiencia importante gracias a trabajos como Jungle Fever, Get On The Bus, Malcom X, Bamboozled, Crooklyn e Infiltrado en el KKKlan.
El difunto John Singleton, que se dio a conocer por Boyz n the Hood, iba por encima de los estereotipos y mostró la historia de tres amigos y sus perspectivas de vida, violencia, y la relación con la autoridad desde distintos puntos de vista; no obstante, con Duro aprendizaje, drama racial de 1995, y dos años más tarde, al dirigir Rosewood, la dramatización histórica sobre un linchamiento ocurrido en 1923 en Florida, se consagró como una de las grandes voces de protesta en el cine estadounidense.
La realidad de muchos ciudadanos y su relación con los policías se ha visto muy de cerca también en el cine francés.
El odio, de Mathieu Kassovitz, aunque algo predecible en su narrativa nos lleva a un conflicto con la policía y un trío de amigos: un judío, un árabe inmigrante y un boxeador negro que atestiguan un incidente violento, y con ello se desata una serie de eventos que nos permiten analizar en blanco y negro lo absurdo de la cotidianidad en las calles de cualquier ciudad llena de odios; sin embargo, Ladj Ly, gracias a su debut en Los miserables, nos traslada a la complejidad de las violaciones policiales en los vecindarios populares, que nos acercan más a la realidad que estamos viviendo.