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- 02/01/2015 01:00
La edad no parece ser una barrera para Ridley Scott. Con 77 años recién cumplidos, el director británico estrena su vigésimosegunda película, Éxodo: dioses y reyes , una épica bíblica que narra la vida adulta de Moisés, desde sus primeros encuentros con Dios hasta la división del Mar Rojo.
La primera pregunta que los críticos hicieron a Scott fue por qué contar otra vez una historia ya conocida. Pero, ¿por qué no? ¿Por qué no volver a filmar lo mismo, una y otra vez, desde distintas perspectivas y en distintas épocas, siempre que el resultado sea interesante? No parece haber a priori nada contra esta idea.
Y lo cierto es que, después del shock inicial de ver al blanquísimo galés Christian Bale haciendo de Moisés, al australiano Joel Edgerton como Ramsés II, a John Turturro en el rol del faraón Seti I y a Ben Kingsley como el sabio hebreo, esta superproducción se aleja estéticamente de aquella de 1956, interpretada por Charlton Heston y acomoda la historia a la racionalidad del siglo XXI.
En cuanto a la polémica por la elección del casting, el director respondió con sinceridad a la revista Variety hace unas semanas. ‘No podría llevar adelante una película con semejante presupuesto diciendo que mi actor principal se llama Muhammad no sé cuánto, porque no conseguiría financiamiento por ningún lado’, dijo.
Ese mismo comentario puso en evidencia también el objetivo de esta película, dirigida por un director tan eficiente como plegado a Hollywood como es Scott. No es casual que su película del año pasado, El abogado del crimen , haya llegado con un cartel en el que sólo figuraban mega estrellas: Cameron Diaz, Brad Pitt, Penélope Cruz, Michael Fassbender y Javier Bardem.
Esta nueva y costosa versión del éxodo de los hebreos, que necesitó unos 140 millones de dólares para rodarse, no contiene grandes diferencias con respecto a la versión de Los Diez Mandamientos de Cecil B. De Mille. Es más racional, es cierto. Y también tiene una estética moderna. Pero finalmente continúa con la lógica del cine hollywoodense: se desentiende del resto del mundo y se olvida de que hoy vivimos de forma más abierta, conectada y dinámica que hace medio siglo.