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Cine, comunidad y cultura, el gran mensaje de ‘Dios es una mujer’
- 06/04/2024 00:00
- 05/04/2024 18:58
Con un título llamativo, pero con intención de dejar a la audiencia con múltiples interrogantes, Dios es una mujer pretende llenar el vacío histórico y las incógnitas que dejó una promesa incumplida a Guna Yala.
De esta manera, el documental plantea varias preguntas alrededor del séptimo arte, la representación de la diversidad cultural dentro y fuera de la pantalla, así como las intenciones tras estos intentos de retratar a las diferentes etnias del mundo y otros cuestionamientos a la manera en que funciona el cine.
“Para mí es un título con un poco de ironía y un poco de provocación, porque cuando uno ve la película se da cuenta de que este título no es adecuado. Este era el título original de Pierre, y creaba un imaginario de que la comunidad [guna] era un matriarcado, que no lo es. Yo guardé este título porque el viaje de mi película comienza 50 años después [de la suya]”, explicó Andrés Peyrot, director de cine de origen francés, en una conversación con La Estrella de Panamá.
Realmente, Dios es una mujer es una cinta original del director de cine Pierre-Dominique Gaisseau, quien en su auge en el séptimo arte obtuvo múltiples logros como cineasta, incluso ganar un Óscar.
El francés viajó en 1975 a la comunidad de Ustupu, en la comarca guna, junto a su esposa, y su hija Akiko, con la intención de grabar una película sobre las diferentes costumbres de la población guna, en especial de sus mujeres, por la creencia de ser seres sagrados y líderes de la comarca.
Con la promesa de que al finalizar el filme tendrían la oportunidad de ver la película, Gaisseau regresa junto a su familia a París para no volver. Cincuenta años más tarde la película de los gunas no era más que una leyenda verbal pasada a las generaciones más jóvenes por los ancianos de la comunidad.
“Había escuchado un poco de esta historia, pero no tenía muchos detalles y finalmente tuve la oportunidad de hacer un viaje a Ustupu, cerca de 2012 o 2013, y cuando estábamos en la comunidad [los hermanos Wagua y yo] hablamos de la posibilidad de hacer una película, pero no sabíamos el tema. Estábamos buscando ideas de qué contar y algunos se reían o decían: ‘Ah, ustedes hablan de películas, eso me recuerda a ese francés que vino hace 50 años y a la película le fue muy mal, así que les deseamos suerte’. De repente cada uno tenía una anécdota y entre las mismas se completaban, pero todo el mundo en la comunidad conocía la historia”, dijo Peyrot.
Así fue como el francés empezó la búsqueda de Dios es una mujer en su país natal y comenzó a desarrollar una historia alrededor del filme de Gaisseau.
De acuerdo con Peyrot, uno de los aportes más importantes para la filmación y producción de su versión de Dios es una mujer fue los relatos y recuerdos de los residentes de Ustupu, quienes hablaron de lo que había visto el pueblo y lo que creía la comunidad del porqué nunca regresó Guisseau o la película.
Por otro lado, el filme abre discusiones sobre qué es el cine, la responsabilidad del cineasta, la visión de Gaisseau de la comunidad de Ustupu, como hoy la comunidad quiere contar su historia y cómo los jóvenes cineastas de la comunidad quieren hablar de su cultura y de sus raíces.
Para la filmación de Dios es una mujer, Peyrot también trabajó mano a mano con Duiren y Orgun Wagua, cineastas emergentes de origen guna con quien viene construyendo una amistad desde hace mucho tiempo, con el deseo de crear un espacio de conversación y donde lo que se dice en el documental sea cónsono con lo que quieren expresar sus protagonistas del mismo.
Por esta razón la participación de ambos, así como la del académico Arysteides Turpana fue de gran relevancia para completar este proyecto cinematográfico. Con este último, Peyrot tuvo la oportunidad de dialogar sobre la idiosincrasia y la cultura dentro de la comarca, aportes sustanciales para el mensaje final de su propio documental.
“[En cuanto a los hermanos Wagua], lo bonito de este proyecto es que colaboramos de varias maneras porque produjeron la película conmigo, pero también es un retrato de lo que ellos están haciendo [como cineastas], porque en la década de 1970 nadie en Panamá podía soñar con hacer cine, menos los gunas, pero hoy si pueden hacer cine y contar sus historias. En Dios es una mujer los vemos con los talleres de cine que ellos hacen en las comunidades de Guna Yala para que los jóvenes puedan seguir contando a través del cine”, señaló el director.
Y es que en esta versión de Dios es una mujer la producción no solo se centra en el rescate de la película perdida de Gaisseau, sino en cómo todo lo que tuvo que ver con este proyecto transformó a la comunidad de Ustupo y cómo el cine puede ser un medio de explotación cultural para el entretenimiento, especialmente a costa de las poblaciones más marginadas.
“Pienso que es muy importante tener intercambios equilibrados, entonces cuando se hace una película que solo tiene en mente proyectar en el extranjero y no piensa en cómo esta producción va a regresar a la comunidad (donde se originó) y cómo le va a servir, ahí se convierte en una manera extractiva de hacer cine”, opinó Peyrot.
Según el director del documental, lo importante de hacer una película es compartirla con el mundo, pero hay que velar porque estas tengan un lugar en las comunidades y puedan tener un impacto positivo en las ellas.
Así, estas comunidades también podrán tener acceso a herramientas que los ayuden a contar sus propias historias al mundo y seguir multiplicándolas, como actualmente sucede en Guna Yala.
Dios es una mujer se presentará hoy en el Festival Internacional de Cine de Panamá (IFF), en una tanda de 10:30 p.m., en la cual los asistentes tendrán la oportunidad de conversar con el director, previo a la proyección de este documental.