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- 28/07/2024 00:00
- 27/07/2024 18:08
El libro se titula Historias breves y, en efecto, eso son: artículos o ensayos cortos escritos por Alfredo Castillero Calvo (1937) entre octubre de 2022 y junio de 2023, publicados en el diario La Prensa, en los que el historiador panameño aborda distintos temas sobre el Panamá de los siglos XVI al XIX.
Como se lee en el prólogo de la publicación, “la variedad de los asuntos tratados es notoria, como también el rigor con el que se han planteado”, y es así que en el libro de 240 páginas se incluyen 20 textos que nos cuentan sobre la vida artística e intelectual de la época colonial, sobre las enfermedades y pandemias que azotaron a los antiguos pobladores, sobre los “amores puros, turbios e inconfesables” del clero y otros miembros “respetables” de la sociedad, sobre lo que comía la élite, sobre el fenómeno del cimarronaje en el país, la masonería, los ataques piratas y la vida cotidiana en el Panamá colonial, entre otros.
“Es evidente que, como pone de manifiesto este libro recopilatorio, ningún tema ha sido ajeno a la curiosidad de Alfredo Castillero”, sigue diciendo el prólogo preparado por Alfredo J. Morales, quien resalta que, si bien algunos de los textos fueron escritos con la intención de “clarificar debates o puntualizar hipótesis”, todos tienen la cualidad de haber sido redactados con un “lenguaje directo y cercano”, que permite una fácil comprensión para los lectores no especializados. “Está claro que para su redacción se ha servido de los resultados de las concienzudas investigaciones desarrolladas durante años en diferentes archivos del mundo”, agrega Morales, pero que, consciente de que su público eran lectores de periódicos, “ha sabido seleccionarlos y tamizarlos para lograr una más fácil transmisión”.
Uno de los textos más llamativos es el titulado “Cimarronaje en Panamá: ilusión y realidad”, en el que Castillero Calvo puntualiza que el fenómeno hizo su aparición tan temprano como en el año 1530, “cuando un grupo de esclavos escapó de Acla y buscó refugio en la ya abandonada Santa María La Antigua del Darién”, estableciendo allí un primer palenque, Según el autor, este fenómeno puede dividirse en tres fases: la primera, entre los años 1541 y 1556; la segunda, entre 1560 y 1582; y la tercera, que se extiende “a lo largo del siglo XVII y es más difusa y menos documentada”.
Las primeras grandes figuras cimarronas fueron Felipillo — “que se rebela contra la peligrosidad y agotamiento físico del buceo—, y Bayano, que lidera a un grupo de 300 esclavos procedentes de Cabo Verde que naufragó en las costas de Guna Yala en 1553 y “mantuvo en jaque a las autoridades locales durante tres años”. Felipillo fue apresado en 1551 y terminó descuartizado en la Plaza Mayor de la ciudad de Panamá; a Bayano lo capturaron, lo desterraron a España y muere en Madrid.
En la segunda etapa (1560-1582), señala Castillero Calvo, los personajes clave fueron Luis de Mozambique y Antón Mandinga. Ambos terminaron, “luego de años de escaramuzas”, entregándose y firmando capitulaciones como “leales vasallos de su magestad”, a cambio de tierras para el establecimiento de un pueblo con su propio régimen municipal y organizado a la usanza colonial: trazado reticular, iglesia, plaza central, cárcel y áreas para el cultivo y la crianza de animales. “A cambio de todo esto (...) se comprometen a perseguir y capturar esclavos fugitivos y a luchar contra los corsarios extranjeros”, afirma el historiador. De estos acuerdos surgen poblados como Santiago del Príncipe en Portobelo, cuya población cimarrona fue disminuyendo y, eventualmente, sus sobrevivientes se integraron a Portobelo.
Hacia el interior del país también se dan brotes cimarrones: en Pacora y entre la zona de Chame y el norte de la península de Azuero. Se trata, explica Castillero Calvo, de personas que buscan su libertad y sitios donde establecerse lo más lejos posible de las autoridades, y es con ellos que se constituyen los poblados de Chame, Antón y Santa María, donde predominan los sambos y mulatos libres. De la misma forma, es decir, mediante acuerdos de paz, se funda la población de Palenque, “donde se agrupan los cimarrones que poblaban la zona”.
El asunto aquí es que, con los acuerdos entre los cimarrones y los españoles, no solo los negros fugitivos dejaron de ser un problema para los colonizadores, sino que de hecho se convirtieron en sus aliados para combatir otra amenaza: la de los indígenas cuna. Resulta que, de acuerdo con el autor, los antiguos cimarrones no solo recibieron tierras sino que también se hicieron parte de la milicia —ello les permitía obtener ingresos y ascender socialmente— y, en la década de 1780, miles participaron en el “sangriento teatro de guerra” en el que se convirtió Darién, para “exterminar a los cunas a sangre y fuego”.
Este enfrentamiento entre negros e indígenas llevaba, sin embargo, muchos años. Castillero Calvo menciona que “crecientes choques” entre ambos grupos comenzaron a reportarse ya desde el siglo XVII, y el dato es interesante si se piensa que, aún hoy, persisten conflictos entre ambos grupos en la zona de Santa Isabel —que los cunas reclaman como propia—, y en el poblado de Puerto Obaldía, habitado de forma importante por población afro pero ubicado dentro de la Comarca Guna Yala.
Si esta nota se ha dedicado sobre todo al tema cimarrón, de entre todos los temas abordados por el reconocido historiador panameño, es porque durante la presentación del libro se resaltó que la historia panameña está constituida por una buena cantidad de mitos. Entre ellos, el mito cimarrón.
Dice Castillero Calvo en las últimas líneas de este texto: “Para finales del período hispánico y ya en vísperas de la independencia, el problema cimarrón era cosa del pasado y la documentación conocida revela que desde hacía mucho tiempo había desaparecido de la agenda de gobierno. Nadie, que se sepa, ni siquiera entre los pobladores de color, percibía con mirada romántica aquel lejano fenómeno de ardiente rebelión contra la injusticia y de desesperado anhelo de libertades. La romantización del cimarronaje vendría después, mucho después”.
Y esa romantización es, según se infiere de la lectura de otro de sus textos titulado “Pensar la historia, propuestas epistemológicas”, una forma de ideologización de la historia, o de uso de la historia como ideología, porque con ello no se construye historia sino mitología.