Actualizado
  • 17/02/2024 00:00
Creado
  • 16/02/2024 16:45

Esas flores olían a Espíritu Santo.

-¿Cómo sabes cuál es el olor del Espíritu Santo?

La mirada de Cata me mató. Una mano, la izquierda, se la puso en la cintura y la otra la alzó con el índice apuntando hacia el firmamento. Cata es de expresión directa. Admitió que era atea antes de darme el sí la noche esa en que la llevé a la cervecería. Dejé el asunto en pausa para impedir que, en pleno asueto del Carnaval, se descosa más aún nuestro matrimonio.

Estamos en un retiro espiritual en las afueras de la ciudad. No está mal que se piense que es un retiro anticarnaval. Organizado por un párroco amigo. Desde que llegamos, el viernes, nos la hemos pasado rezando la mayor parte del tiempo. Nadie rebate los sermones que no diferencian el rito carnavalesco con el satánico.

Cata es estudiosa de esa fiesta. Pero poco la practica. Cuando los hijos estaban pequeños los llevábamos al culeco de Las Tablas y al río Zaratí. Y por la noche y madrugada, ella y yo bailábamos en el Royal Gin o en el despelote de Sandra y Samy, en Penonomé. Ahora es el turno de nuestros tres hijos jóvenes, Saúl, Omar y Lorena.

Ese Carnaval es un mundo paralelo, me enseña. El ser humano pasa tanto trabajo que necesita liberarse, aunque sea de modo parcial, por tres días. “Hay gente imbécil que lo critica”, me ha dicho mientras se le pone colorado su rostro.

Los sumerios, en Mesopotamia, empezaron el relajo. Hace más de 5.000 años. Mucho antes del nacimiento de Jesús de Nazaret. No falta quien quiera prohibir ese mundo paralelo efímero.

No me costó convencer a Cata para que me acompañara a este retiro espiritual. No se lo dije, no obstante pensé que sería una oportunidad para intentar, sin mucha pretensión, reforzar la fatiga del metal en que ha descendido nuestra relación, muy encendida antes de que nacieran los pelaos. Y también para hablar sobre la vida de cada uno de ellos, con más tropiezos que éxitos.

Desesperada por no conseguir empleo, Lorena urdió un plan, en el que sacrificaría al novio, para migrar a Estados Unidos. Viajó a Medellín y se unió a una caravana de migrantes venezolanos para transitar con ellos por el tapón de Darién. Cuando ingresó, una ecuatoriana que venía con su marido la sapeó, y por ser panameña un policía del Senafront la retuvo impidiéndole proseguir el camino.

No hemos podido conciliar el sueño. Toda la madrugada en vela. Que si Israel destruirá por completo Gaza, que nadie por aquella zona tiene más poderío militar, y que Ucrania puede quedarse sin recursos para mantener la guerra; no se sabe si Milei le ganará el pulso a su oposición y si Bukele podrá gobernar sin estado de excepción.

Los problemas desbordan nuestro sentir, el intento para colocar curitas a nuestra relación y la guía para que nuestros hijos afronten su futuro.

-El Carnaval es cosa de Dios- trata de convencerme Cata. Siempre tan alejada de la religión y empeñada en la no existencia de Dios, se ha transformado en este lugar en medio del bosque y desde el amanecer azotado por el calor.

Me explicó que el Carnaval fue un factor de equilibrio frente a los abusos en la Edad Media de la monarquía absoluta y la Iglesia, en gran medida hermanadas. A veces no era visible el divisor. Ante lo formal, los rostros largos de príncipes y obispos, el Carnaval exacerbó lo cómico, lo lúdico y se convirtió en parodia la realidad. Los vecinos en la Venecia medieval acumulaban la mayor y la menor de semanas para lanzarse a los transeúntes.

-¿El topón de Las Tablas es cándido entonces?- le pregunto. Cata asiente con la cabeza. Y le saco la lengua y le borra un vocablo ferrocarril de nuestra lengua: electroencefalografista.

Agitada por el calor reinante a las 7:00 de la mañana, en medio del bosque, dispara: -Estas temperaturas asfixiantes son obra del hombre demonio-. La quema de los combustibles fósiles es la causante de la emisión de gases tóxicos a la atmósfera. Nada frena que la temperatura sea el 1,5 grado Celsius superior a la de 1900. Insufrible.

-Profanan a Dios y vamos a morir achicharronados- vaticina Cata.

El autor

Rafael Candanedo. David, 1957.

Estudió periodismo y lengua española en la Universidad de Panamá. Doctor en lingüística por la Universidad Complutense en Madrid. Se ha desempeñado como periodista, lingüista, profesor universitario, comentarista y gestor cultural. Miembro numerario de la Academia Panameña de la Lengua. Ocupa la silla Q. Su discurso de ingreso se titula: “Poder, incógnita y poesía. Primeros pasos de la lengua española en Panamá”.

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