Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
- 28/09/2024 00:00
- 27/09/2024 18:11
El 13 de octubre de 1960, la zona bananera del distrito de Barú sacudió el apacible transcurrir provinciano, al declarar los trabajadores de la Chiriquí Land Company una huelga sin precedentes en la historia del movimiento obrero. Y digo sin precedentes porque aquel sacudimiento social comprometió de alguna manera a toda la población del distrito. El comité de huelga no solo lo integraban trabajadores de la empresa, sino, además, algunos representantes de la sociedad civil.
A pesar de lo que hoy cuentan ciertos historiadores, aquella huelga no fue instigada por extremistas que buscaban el desasosiego en la región. Fue una huelga reivindicadora, espontánea, fundada en realidades que se fueron acumulando y que demandaban soluciones justas en las relaciones obrero-patronales existentes. No fue tampoco la primera manifestación de protesta. En otras ocasiones se habían intentado paralizaciones de la gestión laboral, pero fueron evitadas aplicando, el Gobierno nacional, duras represalias. En una de esas intentonas, los dirigentes huelguistas fueron capturados y relegados en los llanos de La Pita, fuera del perímetro bananero.
Una vez declarada la huelga, los trabajadores solicitaban a través de la radio chiricana la presencia de un abogado que asumiera la defensa de su causa. No vacilé en asumir esa responsabilidad y marché a la zona en conflicto. Lo primero que observé fue que la alteración laboral no se circunscribía a los centros de trabajo. Toda la actividad vital del sector estaba sujeta al control ordenado de los huelguistas.
Al examinar el pliego de aspiraciones, el reclamo de mejores salarios y de condiciones de trabajo más aceptables hacían previsible un arreglo satisfactorio. En aquella época, el salario mínimo de los trabajadores agrícolas del país oscilaba entre B/.1.00 a B/.1.50 diario. En la zona bananera dichos salarios eran de B/0.25 la hora, o sea, B/.2.00 diarios. Los huelguistas deseaban un aumento de B/.0.15 la hora, lo que sumaría a B/.0.40 la hora. Se solicitaba igualmente un convenio colectivo y el cese de algunas prácticas impropias. En los trabajos por contrato, por ejemplo, el salario se fijaba luego de terminar la faena contratada. Se exigía, como es natural, acuerdo total previo. Existían otras aspiraciones de carácter social y económicas.
A efecto de comprobar que no se podía vivir con un salario de B/.2.00 diarios, en los comisariatos de la compañía manejados por los huelguistas nadie podía hacer compras por una suma mayor a los B/.2.00. La medida resultó de gran poder de convencimiento.
La primera medida legalista fue reordenar el comité de huelga y se integró con trabajadores exclusivamente de la empresa. El que actuaba originalmente como presidente, un dirigente social, Rodolfo Aguilar Delgado, declinó gustosamente. Aguilar fue asesinado unos años después por la Guardia Nacional. En representación de la gran población indígena actuaban, entre otros, los hermanos Palacios Salinas. Tomás, que no era empleado de la empresa, se fue a la retaguardia sin disminuir su dinámica solidaria. Este dirigente fue asesinado igualmente por la Guardia Nacional en 1969.
El segundo paso regulador fue lograr la renuncia de todos los directivos del sindicato inoperante que existía. Se convocó a una asamblea general y allí se eligió la nueva junta directiva, que fue presidida por el obrero huelguista José Ángel Villarreal. En estas gestiones puramente legales, los dirigentes de la huelga ejercieron un protagonismo excelente y no puedo olvidar el magnífico apoyo que prestó el diputado Jorge Rubén Rosas en la reestructuración sindical.
En los primeros días de huelga, el comportamiento de la Guardia Nacional de la Zona Norte fue discreto. Pero, de súbito, llegó al aeropuerto de Puerto Armuelles un avión cargado de guardias feroces, portando bombas y rifles, y se inició el mayor atropello jamás visto en ese sector.
Las ollas comunes diseminadas en la zona en conflicto para dar alimento a la población fueron destruidas y los huelguistas se replegaron a sus centros de trabajo. El atropello provocó reacciones de violencia en algunos sectores vinculados a la empresa, exactamente como ocurrió a los trabajadores del Suntracs recientemente. El 18 de octubre del presente año 2007, una manifestación de trabajadores que se dirigía a Corredor fue atacada a bala y murió el obrero Dionisio Arrocha. En el suelo, ya moribundo, Arrocha dio la consigna a sus compañeros: “¡Sé que voy a morir, pero sigan adelante!”.
Paralelamente a los acontecimientos dolorosos, las negociaciones entre los huelguistas y la empresa, algunas veces con la mediación de representantes del gobierno de Roberto F. Chiari, continuaron con dificultades hasta la fecha en que se firmó el cese del conflicto.
Al recobrarse la tranquilidad, el sindicato empezó su estructuración. Se crearon organismos de consulta interna, democráticos, como la Asamblea de Representantes integrada por delegados de cada finca y de cada departamento. Se establecieron reuniones mensuales de la junta directiva y la Asamblea, de modo que había una permanente comunicación con las bases. Se establecieron juntas de conciliación en cada finca y departamento.
Luego vinieron las conquistas sociales auspiciadas por los trabajadores: incorporación del distrito al sistema del Seguro Social; la construcción del hospital que lleva el nombre del mártir Arrocha; la creación del segundo ciclo secundario; la terminación de la carretera Puerto Armuelles-Frontera, y muy luego, cuando ocupaba la Rectoría de la Universidad, se dio inicio la docencia universitaria, creándose la Extensión Universitaria del Barú.
Hoy, 13 de octubre, recuerdo aquellos días que marcaron mi definitiva vocación social. Fueron días duros, de no escasos peligros, pero siempre estimulado en lo personal por el espíritu de una masa obrera noble, buena, luchadora, cuya realidad conmovedora se resume en las palabras íntimas de un huelguista de 1960: “Dr. Zúñiga, yo he trabajado tanto y he sufrido tanto, que ya a mí el sudor me duele”.
Por la justicia social, por un sudor gratificante, por esos y por otros motivos, el 13 de octubre de 1960 los trabajadores bananeros dialogaron con la historia.