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- 01/05/2022 00:00
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La República de Panamá participó en la Conferencia de París, en 1919, con el ánimo de apoyar la construcción de un nuevo orden mundial. La Gran Guerra (1914-1918) había sido el más letal conflicto de la historia de la humanidad y los países aliados esperaban asegurar la paz a través de un nuevo andamiaje institucional internacional, que incluía la Liga de Naciones, también llamada Sociedad de Naciones.
Panamá confiaba que la Liga contribuiría a “apaciguar las querellas entre los Estados, permitiría desarrollar las instituciones democráticas y detendría las ideas de conquista de las naciones más poderosas del mundo”.
“Será nuestro deber apoyar la creación de esta sociedad fundada sobre las bases inmutables del derecho y la justicia... (que constituirá) la línea de demarcación entre dos épocas de la humanidad: la de las guerras de ambición y de conquista y la del derecho internacional triunfante”, señaló ante los participantes de la Conferencia de Paz de París el delegado panameño Antonio Burgos, abogado internacionalista, exconstituyente de Panamá en 1904 y firmante del tratado de Versalles, en representación del istmo.
Panamá estaría presente en la Conferencia de Paz de 1919; en la ceremonia de firma del tratado de Versalles (1919); en la primera sesión de la Asamblea de la Liga de Naciones, el 15 de noviembre de 1920, en Ginebra. También en la última, en abril de 1946, cuando, incapaz de cumplir con su misión como organismo garante de la paz, fue clausurada.
Panamá podía dar testimonio de su ineficacia. En dos ocasiones sus intereses fueron afectados por su falta de liderazgo: en 1921, en el marco de la Guerra de Coto de 1921, y nuevamente en 1927, en el de las negociaciones del tratado Kellog Alfaro.
Al momento de constituirse la Liga, en 1920, Panamá era un país joven, de escasa población y recursos y con un terrible retraso educativo. Los sucesivos gobiernos realizaron enormes esfuerzos por conseguir los fondos necesarios para enviar a sus delegados a Ginebra y mantenerse al día en el pago de sus cuotas. También, para encontrar entre los suyos a representantes dignos de un foro mundial.
Ya para la primera sesión de la Liga, en 1920, Panamá envió al prestigioso abogado Harmodio Arias, primer panameño doctorado en derecho por una universidad inglesa –The London School of Economics–. Su participación, especialmente en la comisión encargada de crear la Corte Permanente de Justicia Internacional, fue elogiada por los diarios estadounidenses.
“La participación del doctor Arias ha sido un honor positivo para Panamá, que ha visto cómo uno de sus hijos coloca en alto su nombre en el cuerpo internacional”, diría La Estrella de Panamá en su momento.
No se quedó atrás el rutilante ministro de Relaciones Exteriores, Narciso Garay, artista e intelectual, formado en París; o Raúl Amador, hijo del primer presidente Manuel Amador Guerrero, médico graduado en la Universidad de Columbia, hombre de mundo y experimentado diplomático, quien año tras año participó en las asambleas de la organización.
En los debates de la Liga de Naciones, los representantes panameños defenderían constantemente ante sus pares los intereses latinoamericanos, ya fuera respaldando la solicitud para el reconocimiento del idioma español como una de las lenguas oficiales, junto al francés o el inglés; o pidiendo la creación de un bureau especial de naciones latinoamericanas, o exigiendo para estas un puesto permanente en el Consejo.
Un reconocimiento de la fructífera participación panameña en la Liga de Naciones la daría su secretario general Eric Drummond, en 1931, al visitar el istmo.
“Drummond aplaudió la labor de Narciso Garay, Harmodio Arias y Octavio Méndez Pereira, pero pudo haber mencionado también a Fabián Velarde, secretario alterno de la Asamblea en 1926; a Francisco Villalaz, secretario en 1931; a Raoul Amador, presidente del Consejo de la Liga de Naciones durante la sesión número LXXVII, entre el 4 y 26 de octubre de 1933; Belisario Porras, quien también representaría a Panamá en el Consejo; a Horacio F. Alfaro y Octavio Méndez Pereira”, asegura el historiador estadounidense Lawrence O. Ealy, autor de varios libros sobre Panamá (The Republic of Panamá in World Affairs, 1903-1950).
En el segundo periodo de sesiones de la Liga, en 1921, Panamá comprobaría por primera vez la incapacidad de esta organización para satisfacer las altas expectativas con que se había creado. Ello tuvo que ver con la explosión de una vieja disputa con Costa Rica, el episodio conocido como “la Guerra de Coto”.
Esta tenía su origen en una diferencia limítrofe heredada del Gobierno colombiano. Un fallo –dictado el 11 de septiembre de 1900 por el entonces presidente francés Émile Loubet– que asignaba una considerable cantidad de territorio limítrofe a Costa Rica, en detrimento de Colombia, dejó a Bogotá insatisfecha y el tema no resuelto.
Un nuevo intento de arbitraje, en 1914 –realizado por Edward Douglass White, magistrado presidente de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos– provocó descontento entre los panameños. El nuevo fallo tampoco fue reconocido por las partes y dejó el statu quo en suspenso indefinidamente.
Las diferencias explotaron el 21 de febrero de 1921, cuando un contingente militar costarricense atacó un pequeño poblado administrado por panameños, cercano a la frontera –Pueblo Nuevo de Coto–. Los ticos encarcelaron a los funcionarios panameños, bajaron la bandera del istmo y colocaron en su lugar la enseña propia.
El hecho incendió el nacionalismo panameño y movilizó a fuerzas voluntarias hacia Coto. Los panameños lograron retomar la población y derrotar cuatro barcas cargadas de combatientes costarricenses, en una serie de humillantes encuentros para los ticos.
Panamá había ganado todas las batallas libradas en la costa pacífica, pero, a inicios del mes de marzo, las fuerzas costarricenses ocuparon sorpresivamente los pueblos de Guabito, Changuinola y Almirante.
La aparición del cañonero estadounidense USS Sacramento el día 5 de marzo, evitó el enfrentamiento.
Estados Unidos intervenía en defensa de los intereses de sus empresas bananeras, tomando medidas drásticas. A través del secretario de Estado, Bainbridge Colby, el presidente estadounidense Warren Harding envió un ultimátum a Panamá: el país debía aceptar el fallo White y con ello, ceder la zona de Coto.
Para entonces, el gobierno de Belisario Porras había sometido la disputa a consideración de la Liga de Naciones. El istmo solicitaba que se estudiara el caso y pedía sanciones para Costa Rica por haber violado las fronteras naturales del istmo.
El caso llamó la atención del secretario general de la Liga, Eric Drummond, que emitió un cable pidiendo más información. Era exactamente la naturaleza de los conflictos para los cuales se había creado la organización.
Nadie esperaba que, en un caso de auténtico “juega vivo”, el ministro de Relaciones Exteriores de Costa Rica, Alejandro Alvarado Quirós, informara a Drummond que la disputa se había resuelto “gracias a la intermediación del Gobierno de Estados Unidos” y que no sería necesaria ninguna mediación adicional.
Esto no era verdad, pues Panamá no había querido aceptar la presión y prefería que una tercera parte, sin intereses en juego, como la Liga, hiciese la labor de arbitraje (The Republic of Panamá in World Affairs, 1903-1950).
La acción de Drummond sorprendió a todos: “felicitó” a ambas naciones porque su disputa estaba en proceso de ser resuelta” y se desentendió del asunto.
“Fue una retirada casi indecorosa”, diría Fred Rippy, un historiador estadounidense especializado en temas latinoamericanos.
El presidente Porras pidió entonces al presidente Harding que desautorizara a su secretario de Estado, pero este se opuso de forma abrupta, amenazando con enviar el acorazado U.S.S. Pennsylvania con un batallón de marines para asegurar el acatamiento del fallo White.
De acuerdo con Lawrence O. Ealy, el colapso de la confianza de Panamá hacia Estados Unidos quedó resumido en las palabras de Ricardo J. Alfaro: “Coercionada y amenazada por la mayor potencia del mundo, Panamá tuvo que retirarse del territorio que había defendido valientemente”.
El 23 de agosto de 1921, Panamá retiró a su policía y funcionarios de Pueblo Nuevo de Coto, para darle paso a la ocupación costarricense.
“La forma como el poder yanqui puso fin a esta controversia, de una manera humillante para Panamá y la Liga de Naciones, deterioró severamente el prestigio de la organización, no solo en Panamá sino en toda América Latina”, diría Ealy.
Era el principio. En los años siguientes, las actuaciones de la Liga continuarían decepcionando más y más, motivando a varias naciones latinoamericanas a retirarse del foro. Panamá, que experimentaría otro serio disgusto en 1927, permaneció como país miembro hasta el cierre del organismo en 1946.
(Parte de la información presentada en este artículo fue obtenida del libro The Republic of Panamá in World Affairs, 1903-1950, de Lawrence O. Ealy. Pdf disponible en https://archive.org).
(Ver próxima edición: Eusebio A. Morales: su polémico discurso en la Liga de Naciones)