Miles de feligreses celebraron este lunes el Día de los Reyes Magos en Bolivia con la costumbre religiosa de llevar las imágenes del Niño Jesús a los templos...
- 25/02/2018 01:02
- 25/02/2018 01:02
Lunes, 18 de noviembre de 1940. 10:00 p.m. Sin perder de vista el voluminoso expediente de 440 páginas que yacía en una mesa de la recepción del cuartel de Policía de Santiago de Veraguas, el magistrado Adriano Robles supervisaba la partida de una caravana de automóviles que llevaría a Penonomé a los dos sospechosos del asesinato del profesor chileno Armando Urzúa, ocurrido veinte días antes.
Afuera, bajo el cielo oscuro, ligeramente encapotado, docenas de curiosos esperaban para observar de cerca a los dos protagonistas del drama que conmocionaba a la República de Panamá.
Casi a las diez y media, se acercó, desde la entrada del cuartel, el compositor Gonzalo Brenes, acusado como autor intelectual y material de la muerte del profesor de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena. Caminó, con toda la dignidad que le era posible, seguido por dos guardias, hasta uno de los automóviles estacionados frente al cuartel.
‘Mi conciencia está tranquila. Aquí ven —dijo, señalando a un grupo de allegados que observaban la escena de cerca— mis amigos y parientes no me han abandonado y creen en mí'.
Ahora le tocaba el turno al segundo sospechoso, Salomón García, de mediana estatura y 51 años, nativo de Ecuador. Al verlo pasar, el músico no pudo contenerse y escupió con desprecio: ‘Sinvergüenza. Quiere arrastrarme al lodo donde él se encuentra'.
Los motores rugían, pero, antes de tomar su lugar en el asiento posterior del automóvil, al lado de Robles —García viajaba en el otro automóvil— se inclinó Brenes para animar a su madre, que tenía el rostro inundado de lágrimas: ‘Ten fe en mí, mamá. No tomará mucho tiempo demostrar que soy inocente. No lo olvides'.
SALOMÓN SE RETRACTA
Días después, en la tranquilidad del ambiente penonomeño, lejos de las pasiones que todavía se agitaban en la ciudad de Santiago, el magistrado Adriano Robles citaba a su despacho al aseador de la Normal de Santiago, el acusado y coautor confeso Salomón García, a un interrogatorio de rutina que tenía como objetivo elucidar algunas pequeñas contradicciones de su testimonio.
—En su primer testimonio, usted dijo que Brenes le había dado el primer golpe a la víctima en la parte de atrás de la cabeza, pero después, durante la reconstrucción del crimen, dijo que había sido en la parte frontal. ¿A qué se debe esta contradicción? —preguntó el juez.
García permaneció inulsualmente silencioso; temblaba ligeramente, lo que obligó a Robles a repetir la pregunta.
- ¿A qué se debe esta contradicción?
- ¿A qué se debe esta contradicción?
El defendiente abrió su boca para decir algo, pero su cuerpo, que empezaba a moverse de forma incontrolada, no se lo permitió. Temblaba y sollozaba, mientras protegía su cabeza con los brazos.
El magistrado trató de calmarlo, pero ahora gritaba: ‘Todas son mentiras. Todas son mentiras. Me torturaron. Me forzaron a decir mentiras' .
Alarmado y temiendo que el testimonio de García estaba entrando en terreno desconocido, Robles pidió a uno de los guardias que hiciera llamar con carácter de urgencia a los magistrados Agustín Jaén Arosemena y Rogelio Huerta. Estos llegaron pocos minutos después para ver a Salomón García López dar, a gritos y en estado de histeria, una versión completamente diferente de los hechos ocurridos en Santiago.
Él no sabía nada del crimen. Ni él ni Brenes eran culpables. Su testimonio era un invento, basado en las versiones que había leído en los periódicos.
La policía no lo había dejado dormir durante cuatro días consecutivos. Un tal teniente Conte lo agarraba por el cabello, le movía con fuerza la cabeza y le advertía: ‘Tienes que hablar hoy, porque es el último día'.
Lo habían golpeado en el estómago y le habían dado latigazos por todo el cuerpo.
Lo llevaron de noche al camino de Soná y en un lugar solitario lo colgaron de un árbol por los brazos.
‘Mátenme, mátenme', les había gritado supuestamente a sus torturadores cuando sentía que las extremidades superiores se le desprendían del cuerpo.
Pero ellos seguían: ‘Di quién mató a Urzúa. Di quién mató a Urzúa'.
No pudo más y decidió complacerlos: ‘Fue Brenes. Brenes es el culpable. Él lo hizo todo', gritó.
García pidió un vaso de agua. Se lo bebió de un sorbo y suspiró. Dijo sentirse aliviado, ahora que estaba diciendo la verdad.
El juez Jaén Arosemena tomó la palabra.
—¿Alguien en la cárcel de Penonomé se le ha acercado para amenazarlo y convencerlo de ayudar a Brenes a salir de las acusaciones que usted mismo hizo anteriormente? —preguntó.
‘No', replicó García. ‘Al contrario, me he sentido muy mal al verlo sufrir por haberlo yo acusado injustamente'.
¿Usted ha conocido a la madre de Brenes, quien ha estado aquí en estos días?
—No. No la he conocido.
—¿Algún pariente o abogado de Brenes, le ha hecho alguna propuesta en relación al caso que estamos investigando? —continuó el magistrado.
—No —respondió el acusado.
—¿Ha recibido alguna carta u oferta de Brenes para que lo ayude?
—Y cuando lo torturaron, ¿le pidieron que acusara a Brenes?
—No, pero él era el único sospechoso y estaba ya en la cárcel detenido.
— ¿Y por qué no había dicho la verdad antes?
—Tenía miedo de que me llevaran de vuelta a Santiago y que me siguieran torturando. Pensaba aclarar las cosas durante la audiencia, pero lo he hecho ahora al no poder seguir sustentado la mentira.
Ese mismo día, el abogado defensor de Brenes, el doctor Felipe Juan Escobar, pidió libertad para su cliente, dado que el único testimonio ya no era válido, pero Robles la negó: ‘En opinión del suscrito magistrado, tenemos los elementos de prueba para mantener la detención preventiva de Gonzalo Brenes, de manera que la petición de libertad hecha por su defensor es denegada'.
EPÍLOGO
Los sindicados Salomón García y Gonzalo Brenes permanecieron en la prisión de Penonomé durante un año, mientras se preparaba el juicio, que tendría lugar en octubre de 1941 en la Escuela Simeón Conte de Penonomé.
Se hicieron dos audiencias. La primera fue suspendida por razones no muy claras. La segunda, iniciada a finales de ese mismo mes, se llevó a cabo a puertas cerradas, debido a la naturaleza ‘confidencial' del testimonio de algunos testigos. La prensa, no obstante, comentó que se trató de un evento de alto nivel, en el que tanto el abogado de Brenes como el fiscal ofrecieron brillantes alegatos, dejando en evidencia la débil estrategia del abogado de oficio asignado a García.
Después de varios días de intercambios y testigos, el juez permitió a los acusados dirigirse al jurado.
‘Después de lo que ha dicho mi abogado solo tengo que agregar lo que dije desde un principio, lo que digo ahora y diré siempre: que soy inocente del crimen espantoso de que se me culpa y que solo pido a los señores del jurado que me hagan justicia'.
‘Yo solo digo que espero ser absuelto, porque soy inocente', fueron las palabras de García.
Finalmente, el jurado dio su veredicto: Salomón García, culpable. Gonzalo Brenes, absuelto.
La mamá del compositor lloraba de alegría. Sus amigos y familiares se pusieron de pie para aplaudir , y hacer todo tipo de demostraciones de júbilo.
En los siguientes años, nada se supo del ecuatoriano, quien seguramente pagó su sentencia y permaneció anónimo por el resto de su vida.
Brenes se trasladó a Costa Rica, donde se dedicó a su pasión: enseñar, investigar la música folklórica y componer. Regresó a Panamá posteriormente y consiguió una posición como docente en la Universidad de Panamá, donde trabajó durante muchos años, disfrutando del respeto y el afecto de sus estudiantes.
Nunca más se habló públicamente del juicio. A su muerte, el gobierno le hizo un homenaje.
Aquellos que lo conocieron, no obstante, aseguran que los eventos de Santiago de Veraguas lo marcaron profundamente y que su mirada nunca recuperó el brillo que tenía antes.
¿Inocente, involucrado en el crimen por pura maldad? ¿Culpable, fríamente dispuesto a hacer recaer las consecuencias de su crimen sobre la parte más débil?
En cualquier caso, una verdadera tragedia, utilizada por los sectores más conservadores del país para vilipendiar escandalosamente todo lo que la Escuela Normal de Santiago representaba: ‘el liberalismo', que tomaba fuerza intentando empoderar a las poblaciones más humildes, fortaleciendo el laicismo e intentando abrir puertas para que la mujer saliera de su confinamiento.
Era la primera vez que se hablaba públicamente de prácticas homosexuales (‘relaciones vergonzosas' y ‘sodomía' se le llamó en la cobertura periodística), en una sociedad que relacionaba esta condición con la ignominia, y que le asignaba tal vez aun más descrédito que el mismo asesinato.
Sin duda, fue el más sensacional crimen que hubiera llegado a los tribunales de justicia panameños. Y de él se siguió hablando durante las siguientes décadas.