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- 09/07/2023 00:00
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Nos dice el Banco Mundial que en el 2050 casi el 70% de la población del mundo vivirá en ciudades. Por otro lado, en 2014 en Panamá ya vivía el 45% de su población sólo en el área metropolitana y en el resto de nuestra República, gran parte de su población también vive en ciudades. Por lo anterior, se vuelve fundamental pensar en planificar mejores ciudades y distinguir, ajustar, hacerles puntales intervenciones y transformar en sostenibles las que ya están construidas.
A esto hay que incorporarle el tipo de población que vamos a tener, pues a nivel mundial la esperanza de vida se ha ido duplicando a través del tiempo, debido a los avances médicos. Se calcula que en 2050, de cada 4 personas una tendrá 60 años o más. Con esa proyección, debemos tomar en cuenta que las ciudades se hacen cada vez más complejas y así mismo de complejas se vuelven las necesidades económicas, culturales, intelectuales, tecnológicas, ambientales etc., de sus habitantes. Hay que pensar en la movilidad de la ciudad, que significa libertad, sin distinciones de género, edad y discapacidad.
El derecho a la movilidad es tan necesario e importante como el derecho a la salud o a la educación. Por ello debemos considerarlo un tema de Estado; esto lo he propuesto desde hace años en foros de movilidad. Hoy en día, en nuestro país pareciera que se ha logrado muy poco en el tema de la comprensión y extensión del término movilidad, quizás por la semántica empleada, que en ocasiones se usa tanto para transporte como para la integración de muchos modos de transportarse y la capacidad de movilizarse de un lugar a otro en el menor tiempo posible y con calidad. Otros términos que debemos incluir junto a la movilidad son: accesibilidad, moverse con objetos, movilidad con niños, caminar, género, automovilidad, aéromovilidad, redes, transporte y viajes, entre otros.
Desde la década de los 70 del siglo pasado, ya se hablaba de género reconocido en la investigación de la movilidad; los enfoques de género eran más que nada en modelos de trabajo y migraciones. Pero se tiene que tomar en cuenta cómo funciona la movilidad según el género, cómo cambia la movilidad cotidiana y cómo este proceso de movilidad refleja las relaciones de poder, que son cambiantes e insertas en cada barrio o región. Esto se hace utilizando técnicas cuantitativas y con técnicas que nos dan resultados cualitativos, como encuestas, por ejemplo, porque hay que entender los movimientos físicos, pero también sus significados, ya que influyen en el tema del empoderamiento de las mujeres.
La visión femenina surge desde los estudios feministas, incluyendo sus tres olas, desde 1960 hasta los años 90. Podemos tener dos enfoques: el primero viene de que las ciudades fueron diseñadas por hombres hasta la inserción de la mujer en la sociedad de manera general y el reconocimiento de sus derechos de manera específica. Las mujeres iniciaron a abrirse camino en los campos de la planificación, urbanismo y arquitectura, en un mundo dominado por los expertos planificadores urbanos, que eran hombres. El segundo viene de la intervención de la mujer, cambiando conceptos del urbanismo tradicional y ortodoxo, introduciendo en el debate urbano la sociología y la economía.
Recordarán la ciudad de Nueva York, en donde una mujer, Jane Jacobs, periodista, escritora y urbanista empírica, revolucionó la forma de sentir la ciudad, arguyendo que, desde las aceras, caminando, se podía tener un escenario para una compleja y apasionante vida social, en la que las ciudades encontraban el elemento fundamental que hacía de ellas marco para las formas más fértiles de convivencia humana, (1961). Con ella se habla de un urbanismo centrado en la gente, diversidad y urbanismo de género. Algunos, dentro de los cuales me incluyo, pensamos que fue la fundadora de una corriente de pensamiento urbano: “Ciudades para la gente”.
Hoy por hoy, sabemos que los barrios requieren diversidad de usos y funciones. También sabemos, o pocos dudan, que cuantas más carreteras construyamos y ampliemos, más autos privados habrá; que los edificios históricos deben mantenerse; y que hay que invertir en un buen transporte público conectado a aceras, ciclovías, transporte colaborativo, Uber y taxis, para eliminar “el tranque”. Al eliminar “el tranque” se produce comunidad, espacio público y tiempo para el cambio urbano flexible y gradual, como corresponde. Una visión femenina a la ciudad le da un giro hacia más inclusión, resiliencia y una movilidad justa asociada a minorías reprimidas.