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- 12/06/2017 02:00
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Solo cuatro años después de haber regresado a Panamá, en septiembre de 1987, luego de una ausencia tuve que tomar la dolorosa decisión del autoexilio.
Me veo obligado a hacerlo porque cierto sector del alto mando militar de las Fuerzas de Defensa y algunos ministros de Estado han desatado contra mí una persecución política acompañada de veladas amenazas contra mi integridad física', denuncié en un comunicado entregado en una conferencia de prensa minutos antes de partir hacia el aeropuerto internacional escoltado por diplomáticos de la Embajada de México.
‘>CO !CAMBIOS F1.!< NORIEGA TIENE QUE BUSCAR UNA SALIDA NEGOCIADA, DE LO CONTRARIO CORRERÁ LA SUERTE DE MARCOS EN FILIPINAS O DUVALIER EN HAITÍ',
BILL WALKER
RESPONSABLE DE LA OFICINA DE AMÉRICA CENTRAL EN EL DEPARTAMENTO DE ESTADO
Hasta ese momento me había desempeñado como corresponsal en Panamá del diario mexicano Excélsior , razón por la cual mantenía buenas relaciones con el personal diplomático de ese país.
El agregado militar mexicano me había revelado comentarios de oficiales militares panameños que cuestionaban mi trabajo periodístico y planteaban que había que silenciarme.
En el comunicado denuncié que sectores del alto mando militar y grupos de la estructura gubernamental, tildaban de traidores a quienes no justificaban la represión, la falta de libertad de prensa, los atropellos, la rampante corrupción administrativa y los abusos de poder en todas sus formas.
Cerré el pronunciamiento citando declaraciones del general Omar Torrijos, hechas en marzo de 1973, en las que señalaba que solo prevalecería la paz en Panamá mientras se permitiera un cauce a la conciencia y la razón. ‘Quien se opone a esta actitud está creando la hostilidad que propicia las convulsiones. Si se le impide emprender cambios pacíficos, estamos empujando a nuestro pueblo a que propicie cambios violentos', añadió el general Torrijos.
UNA SALIDA HONROSA
Las cosas se habían puesto difíciles para mí, luego de un viaje a Washington en junio de 1987, coordinado con asesores civiles y militares de Noriega, para reunirme con Bill Walker, responsable de la oficina de América Central en el Departamento de Estado. El interés era tener un punto de vista distinto al militar sobre la percepción que se tenía de Noriega. Con ese criterio emprendí la misión.
A comienzos de 1980 había trabajado como corresponsal en Washington y conservaba relaciones con instancias políticas y diplomáticas en la capital estadounidense. Entre esas, el acceso a Walker, quien desempeñaría poco después junto al embajador Mike Kozak, un papel clave en las negociaciones entre Estados Unidos y Noriega para facilitarle una salida honrosa.
En el desarrollo de la entrevista Walker, un diplomático de carrera, pelirrojo, franco y directo, fue al grano. ‘Noriega tiene que buscar una salida negociada, de lo contrario correrá la suerte de Marcos en Filipinas o Duvalier en Haití', dijo como premonición.
Los dictadores Ferdinand Marcos y Jean-Claude Duvalier habían sido derrocados a comienzos de 1986, luego de que Estados Unidos les retiró su respaldo. Abandonaron sus países a bordo de aviones militares estadounidenses.
Para entonces Noriega tenía un año de estar bajo asedio por parte de Estados Unidos, luego de las revelaciones en junio de 1986 del premio Pulitzer, Seymour Hersh, en The New York Times .
Citando fuentes de la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono y oficiales de inteligencia describió los extensos vínculos de Noriega con el lavado de dinero ilícito y el tráfico de drogas. De proveerle, además, armas a grupos guerrilleros y de exportar en forma clandestina tecnología estadounidense a Cuba y países del entonces bloque soviético. Esas eran causas suficientes para iniciar en Estados Unidos un proceso criminal en su contra.
El artículo apareció el jueves 12 de junio, mientras Noriega se encontraba en Washington participando en una conferencia de altos mandos militares latinoamericanos. Según confesó después, abandonó de inmediato el evento y viajó a Panamá por temor a que lo detuvieran en Estados Unidos.
Frente a esa realidad Walker esbozó un ensayo para la salida de Noriega del poder.
CAÍDO EN DESGRACIA
Cuando regresé a Panamá, el informe fue contraproducente. Ese no era el mensaje que Noriega quería escuchar. El epíteto más suave que recibí fue el de traidor. Al dictador no se le cruzaba por la mente abandonar el poder.
Precisamente en ese mes de junio de 1987 se creó la Cruzada Civilista que inició la lucha contra la dictadura de Noriega que, finalmente, sucumbió alcanzada por sus propios pecados originales.
Tres meses después tuve que abandonar el país en compañía de mi prometida, Lucía Newman, entonces corresponsal de CNN , a quien el ministro de Gobierno y Justicia, Popito Chiari, por órdenes de Noriega, le había dado 48 horas para salir de Panamá.
La razón: el reportaje de la manifestación del 13 de septiembre de ese año con motivo del segundo aniversario del asesinato de Hugo Spadafora, que recorrió en un domingo nublado y lluvioso el tramo entre Las Cumbres y San Miguelito.
La manifestación, disuelta a balazos por agentes de la seguridad y paramilitares, se saldó con la muerte del opositor Carlos Guzmán Baúles, quien cayó a pocos metros de donde Lucía y yo nos encontrábamos cubriendo los incidentes.
Anticipando los acontecimientos habíamos hablado con médicos que acompañaban la manifestación para que, en caso de que se produjeran incidentes, escondieran el video casete en que se recogieran las imágenes.
La grabación de Guzmán Baúles herido de muerte en las inmediaciones de lo que actualmente es la estación del Metro de San Miguelito, fue entregada a los médicos con el compromiso de que la llevaran a la sede del entonces Canal 5 , en el edificio Regency, de Vía España.
LA SACUDIDA EN MÉXICO
Los agentes y paramilitares que seguían la manifestación, al ver que un camarógrafo registraba las imágenes del crimen, corrieron hacia donde nos encontrábamos. Con disparos al aire exigieron que les entregáramos la grabación. Lo que se llevaron de la grabadora fue un videocasete vacío.
Mientras eso ocurría en Panamá, Noriega acababa de aterrizar en la ciudad de México. Para sorpresa de los organizadores había aceptado ese año asistir a los actos de la independencia de México y el tradicional desfile militar.
Lo sacudió la noticia de CNN , que cada 20 minutos iniciaba los noticieros con las imágenes de la muerte de Guzmán Baúles.
Un extenso reportaje con mi firma, que dominaba la portada del diario Excélsior y seguía en páginas interiores, también daba cuenta del crimen al día siguiente.
Fuentes militares me aseguraron que un Noriega furibundo dio la orden de expulsar a la corresponsal de CNN y meter preso a Olaciregui.
Un mes antes el dictador había acusado a Lucía, al iniciar un acto con motivo del cuarto aniversario de su asunción a la comandancia de las Fuerzas de Defensa, de ser una desinformadora. El ataque era el corolario de una campaña de medios oficialistas contra la CNN.
Cuando se conoció en Panamá la orden de expulsión de la corresponsal de CNN, miembros del gobierno y personajes cercanos al alto mando militar trataron de advertir a Noriega sobre el efecto desastroso de la medida para su imagen internacional.
El coronel Nivaldo Madriñán, los políticos Gerardo González y Carlos Ozores, y el general israelí Mike Harari, entre otros, trataron de convencer a Noriega de que dejara sin efecto la medida. Pero fue en vano. Además Noriega no estaba en sus cabales.
FIESTA CON PEDRO VARGAS
Los servicios de inteligencia del régimen sandinista fueron informados por esos días de que luego de asistir a las celebraciones de la independencia de México, el dictador se encerró en una suite del hotel Camino Real Chapultepec, en el Paseo Reforma, para celebrar con licor, drogas y mujeres. En medio de la fiesta hizo traer el fallecido cantante Pedro Vargas para que lo deleitara. El afamado tenor mexicano cobró $35,000 por media docena de canciones.
Al regresar de México, Noriega debía hacer una escala en Nicaragua para reunirse con los comandantes sandinistas. Pero su avión sobrevoló Managua y dejó a sus anfitriones esperando en el aeropuerto internacional. Al llegar a Panamá fue internado cuatro días en una clínica para desintoxicarse.
En esas condiciones quienes tuvieron acceso a Noriega lo menos que querían era incomodarlo para que revocara su decisión.
Los hechos se consumaron. El 22 de septiembre de 1987, solo nueve días después de la muerte de Guzmán Baúles, me vi obligado a abandonar el país.
Regresé 13 años después para dar cobertura a la invasión militar de Estados Unidos que puso fin a la era de Noriega. En ese momento me desempeñaba como corresponsal para América latina, con base en Chile, de la cadena mexicana ECO de Televisa.
Entre enero y junio de 1990, realicé decenas de entrevistas con exjefes militares, expresidentes, políticos, diplomáticos, empresarios y líderes eclesiásticos para conocer su opinión sobre el personaje que había contribuido a la destrucción de las Fuerzas de Defensa que había creado.
Parte de esos testimonios se los ofrezco en esta primera serie de cuatro entregas.