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'Queremos un país sin dirigentes corruptos'
- 07/04/2022 00:00
- 07/04/2022 00:00
Para la escritora Ela Urriola, la vida no ha sido nada fácil. Cuando apenas tenía dos años, sus padres junto con ella, tuvieron que salir del país por motivos políticos, pues su progenitor, el poeta, filósofo y escritor Ornel Urriola dedicó gran parte de su obra a la lucha por la soberanía nacional, era crítico acérrimo del régimen militar que dominó al país durante 21 años. Se fueron a Praga, donde la lengua oficial es el checo, y su madre, a quien ella califica como “una mujer extraordinaria”, lo primero que hizo fue matricularse en una escuela para aprender el idioma, y hablarle a su hija en esa lengua, de modo que cuando fuera a la escuela no pasara trabajo. Y así fue. Pudo desenvolverse muy bien en el colegio. El problema fue cuando regresó a su país natal, Panamá, donde todo el mundo la veía como una extranjera, por su modo de ser, pues venía de una cultura muy distinta a la nuestra y, además, hablaba con un acento diferente a todos. Ela Urriola supo que le gustaban las letras desde siempre; cuando tenía solo tres años aprendió a leer y escribir y redactaba “textitos” que a sus padres les llamaba mucho la atención. Desde entonces, nunca ha dejado de escribir y dibujar. El recuerdo más maravilloso que tiene de su padre, es cuando le leía cuentos, “con esa voz hermosa de locutor que tenía”. Afirma que cuando él leía, “las palabras cobraban vida”. Se lamenta de que hayamos perdido esa capacidad de “alumbrar”, de “develar” con la palabra y de “asombrarnos” ante la lectura. La escritora se declara exigente, pero también paciente y perfeccionista. Está acostumbrada a enfrentar dificultades y resolver sus problemas por ella misma. No tiene la capacidad de pedir, pero tampoco de decir que no y, por eso, a veces la vida se le complica, pero no se queja. Heredó el sentido crítico de su padre y no es complaciente con la “mediocridad institucionalizada” que nos rodea. Se angustia demasiado por los abusos que sufren los niños y particularmente menciona los casos de los albergues, donde una gran cantidad de pequeños fueron víctimas de quienes supuestamente los debían cuidar. Uno de sus poemarios, titulado 'El vértigo de los ángeles', trata, precisamente, sobre el tema del maltrato infantil. Critica acremente que no se haga nada para combatir el maltrato infantil y subraya que jamás tendremos un buen futuro como país, si tenemos una infancia descuidada. La escritora fue designada recientemente como miembro de la Academia Panameña de la Lengua.
Diría que algunos jóvenes presentan problemas para escribir y para leer, como consecuencia de la forma en que los acercamos a esas actividades. La falta de orientación por parte de los adultos (sean estos familiares o docentes), las estrategias equivocadas a la hora de presentar las obras y sus autores y, por supuesto, la falta de empatía que el conocimiento (no la información o el resumen) del quehacer literario despierta como resultado de las anteriores, son, quizás, algunas de las variables que influyen en la juventud.
Llevarle al hábito de la lectura con empatía, con honestidad y con amor. El niño debe llegar a la lectura –y la lectura a él– con naturalidad, como todas las cosas importantes para la vida.
Esta es una pregunta incómoda y lo es por dos razones: se supone que la respuesta deba ser unívoca y que haya un solo libro a partir del cual se entienda el mundo. No pienso que sea así: los momentos más sangrientos de la historia son aquellos que surgen de la interpretación de un solo libro, cualquiera que este haya sido, en cualquiera de las civilizaciones o épocas. Ese es el peligro de la “historia única”, para citar a la escritora nigeriana Chimamanda Adichie. Podría recomendar algunos libros de mi preferencia, que considero importantes para la reflexión, el pensamiento y la conducta humana, libros que nos recuerden la capacidad creadora y transformadora del mundo, que tienen una vigencia absoluta y positiva, independientemente de la época, y allí seguramente estarían: La Odisea, de Homero; Las fábulas de Esopo; Los cuatro libros, de Confucio; Utopía, de Tomás Moro; El arte de amar, de Erich Fromm; y la obra completa de Franz Kafka y Milan Kundera; más toda la poesía de Miguel Hernández, por supuesto.
Hay libros de todas aquellas cosas que les interesan a los jóvenes, que son muchas. Que lean mucho primero, y luego, que escriban sobre aquellos temas que prefieren o que conocen bien. Y que no dejen de preguntar, de asombrarse, de buscar y de divertirse: todo eso es la literatura. Por eso, hay jóvenes de 80 años y ancianos de 20: los primeros siguen buscando, asombrándose, creando; los segundos, nunca aprendieron a hacerlo.
El libro en papel, pero agradezco la existencia de las bibliotecas digitales cuando resulta difícil conseguir la edición impresa.
En todos. Y esto es el resultado de haber sentido la necesidad de incursionar en todo tipo de escritura y lectura.
Sí, por supuesto. Por eso los regímenes totalitarios aplican la censura y los gobiernos corruptos dejan de fomentar la lectura y el pensamiento crítico.
Un reconocimiento a lo que hicieron mis padres, a lo que hicieron mis abuelos antes que ellos y a lo que han hecho los autores que he leído en mi vida. Es un espaldarazo y un aliento que recibo con humildad, que genera compromiso con la palabra y con el país.
Digamos que el rol de la mujer en Panamá se encuentra en una etapa análoga a la pubertad: descubrimiento y potencial. No porque la mujer panameña no conozca su capacidad, que es infinita (también lo es su voluntad y su resiliencia), sino porque la sociedad no le ha permitido conquistar esos espacios que necesitamos para que este sea un mejor país, un mundo mejor. A propósito, se habla poco de las mujeres creadoras y casi nunca se menciona de que no hemos inventado ni cultivado las guerras, ni aquí ni en ninguna otra parte.
Un Panamá sin dirigentes corruptos, uno que valore su patrimonio cultural y cuide el patrimonio natural por irrepetible y único; un país que apueste por el desarrollo integral de los habitantes de la ciudad y del campo; un Panamá donde los niños sean realmente protegidos y donde la violencia de género sea parte de la ficción.