Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 06/02/2022 00:00
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Hay ciertos grupos que se caracterizan por su forma de vestir. Siendo su ropa un reflejo de un estilo de vida liberal, o cierto rechazo a la sociedad o incluso una ideología racista o violenta. Aunque algunas de esas formas de vestir sean extravagantes o escandalosas, suele existir una gran uniformidad entre los miembros de ese colectivo. Incluso es posible que personas que no están de acuerdo con su ideología se sientan atraídas por el estilo de su vestimenta. Sin embargo, el hecho de que se vistan como ellos, quizá dé la impresión de que comparten sus creencias fundamentales y las promuevan.
Las modas suelen ser pasajeras, nacen con algún cantante famoso u otro personaje popular y al cabo de unos meses se desvanecen. No obstante, ciertas prendas de vestir han llegado a formar parte permanente de nuestro vestuario. Por ejemplo, los pantalones “jeans” ganaron popularidad entre los jóvenes manifestantes de los años cincuenta y sesenta, pero hoy día los lleva gente de distintas edades, en diferentes y en las mejores ocasiones.
El atuendo apropiado logra disimular algunas imperfecciones físicas y destaca los rasgos atractivos que tengamos. Igualmente, los consumidores pueden verse atrapados en un ciclo interminable de comprar y desechar en su afán por actualizar su guardarropa. Al fin y al cabo, la industria sigue creando nuevos estilos a más no poder. Esto no es casualidad, pues las grandes firmas ganan más dinero cuando la ropa queda anticuada rápidamente. De esta forma, los consumidores inexpertos se sienten obligados a comprarse ropa, entre estos, calzados, carteras; en fin, todo lo relacionado a las prendas de vestir, solo para mantenerse al día con las nuevas tendencias y, aunque sea usada una sola vez.
También existe el peligro de sucumbir a la sutil presión de la publicidad. Las casas de modas gastan millones de dólares al promocionar sus productos, a menudo proyectando cierto estilo de vida despreocupado, del que supuestamente disfrutan quienes llevan su marca de ropa. Estos mensajes subliminales y seductores de la publicidad suelen tener un poderoso efecto narcotizante. Nada es más traumatizante para una persona que esté acostumbrada a vivir de las apariencias (situación muy común de los panameños) que el no tener una prenda de vestir, o el celular a mano (aunque no reciba llamada alguna), o un auto último modelo.
La eficaz manipulación de la publicidad no se basa solamente en su aspecto cuantitativo, sino también en su agresividad cualitativa. Lo que convierte a la publicidad en un arma psicológicamente temible es que no se contenta con presentar el producto tal como es para divulgar su conocimiento. Busca provocar la compra y presionar sobre el consumidor. Los responsables de las agencias de publicidad han estudiado las motivaciones. Han descubierto que el comprador no se lanza a los productos de consumo sólo para satisfacer unas necesidades directas, sino para ayudarse en la tarea afanosa de reforzar la imagen que se ha creado sobre su personalidad y en la de presentarse ante la sociedad con una figura importante.
Esta atracción por consumir productos muchas veces fuera del alcance económico de algunos, puede resultar perjudicial. La moda ha empujado a muchos hacia la anorexia, un trastorno psicológico muy difícil de superar. Muchas jóvenes están descontentas con su físico. Algunas de ellas darían cualquier cosa con tal de lograr la figura perfecta. El culto a la delgadez extrema las tiene esclavizadas. Y los almacenes suelen poner a la venta las medidas que encajan para una persona delgada.
Otra cuestión a considerar son las grandes casas de modas en sus desfiles de modelos en trajes exclusivos de grandes diseñadores. Estos trajes exclusivos tienen un elevadísimo precio, y son atuendos muy poco prácticos. Los extravagantes diseños que se ven no se han creado pensando en el consumidor. El principal objetivo de los desfiles de modas no es vender las prendas que allí se exhiben, sino el de dar publicidad a ciertos diseñadores o marcas comerciales.
Lo anterior tiene su relación con el consumismo y el poder que tienen otros en aquellos que se dejan influir por lo de afuera. Y ese poder lesiona muchísimas veces la salud emocional y lo que la persona piense de sí misma. Una de las consecuencias del consumismo es que contribuye a la mala distribución de la riqueza. El consumismo impone la cultura de otras regiones donde se manejan otros valores y otros niveles de derroche.
En una sociedad donde los valores familiares están en deterioro el consumismo fácilmente promueve el deseo de malgastar productos de manera ilimitada menospreciando la cultura propia de cada lugar. Hay cadenas personales de tipo psicológico que imponen el hábito del consumo exacerbado y que solo se sienten felices y satisfechos en el momento de la compra.
Otro asunto a considerar es cuando los padres no estiman esfuerzo alguno y hasta se endeudan por satisfacer el consumismo del hijo, así como el ego de ellos, por hacerle ver al amiguito, al primito que su hijo tiene el último modelo en asuntos de tecnología de la comunicación. Los juegos electrónicos llegan a sustituir a la familia y sus buenas costumbres. Los niños y adolescentes se convierten en seres aislados, por su amor y afecto a la tecnología. Los libros brillan por su ausencia. Al niño se le enseña que con solo un click lo tiene todo y sin esfuerzo alguno. Cuando debiera ser todo lo contrario, enseñarles que la vida no es fácil, que hay que ayudar en casa en los quehaceres domésticos, a ser más cercanos con sus seres queridos, a valorar los juegos y entretenimientos entre padres, hijos y hermanos; el encuentro entre familiares favorece, así como, ponerle límites a su comportamiento y exigencias.
Nos sumergimos en una carrera por el avance tecnológico, por el gran capital, por el asombroso desarrollo científico e industrial que permite comodidades materiales, por el último grito de la moda, donde los pobres van quedando marginados e ignorados. Se ha conseguido mayor cantidad de bienes por los sofisticados medios productivos industriales, con máquinas computarizadas, pero con menos número de trabajadores. El desempleo y la informalidad es actualmente una verdadera calamidad social, que humilla, y frustra a las personas con consecuencias psicológicas y, sobre todo, de hambre y miseria.
El asunto es no alejarnos del sentido social de nuestras vidas, tampoco es entregarnos a un individualismo exagerado. La solidaridad es un valor creador y engrandece grandemente la vida, tanto del que recibe como del que lo da.