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Porras, un hombre extraordinario
- 06/11/2021 00:00
- 06/11/2021 00:00
Publicado originalmente, el 1 de diciembre de 2001.
El Comité Nacional del Centenario de la República rindió homenaje a Belisario Porras el 28 de noviembre último con motivo del 145° aniversario de su nacimiento. Yo tuve el honor de ser uno de los oradores. Los otros fueron el Canciller José Miguel Alemán y el jurista Juan Antonio Tejada Mora. Confieso que no me fue difícil exaltar la figura histórica del ilustre tableño. Hablé de sus realizaciones y de sus sueños ante un pueblo realmente orgulloso por ser la cuna del primer presidente santeño. Desde mi infancia el nombre de Belisario Porras resuena en el caracol de mis recuerdos. Él había sido profesor de mi padre cuando ejercía la cátedra de Derecho Administrativo en la Universidad de San Salvador. El reconocimiento de ese hecho me ha acompañado como la sombra a mi cuerpo, indisolublemente.
En nuestro país, algunos gacetilleros de la corte municipal se dedicaron en el pasado, por décadas, a destacar exclusivamente los errores de los hombres púbicos. No tuvieron grandeza para reconocer sus virtudes. Se trataba, a mi juicio, de una política destinada a dejar a nuestra nación sin soportes morales, sin raíces que transportaran a todo el tejido social, la savia honrosa de nuestra tierra. Yo me inclino a descubrir siempre el lado positivo de los demócratas para que las nuevas generaciones tengan como sus maestros y héroes, no los monicacos y soldaditos de plomo de la televisión, sino esos grandes panameños que con sus ideas y acciones construyeron y desarrollaron nuestras instituciones.
Me ha agradado muchísimo destacar, por ejemplo, la probidad de Belisario Porras. Después de haber ejercido el cargo de Presidente de la República, durante 10 años, los días postreros de su vida lo encontraron llenos de limitaciones económicas. Poco antes de su fallecimiento, en la junta directiva del Banco Nacional se discutió una propuesta del abogado consultor de dicha entidad para seguirle un juicio ejecutivo hipotecario al Doctor Porras por encontrarse en mora en el pago de una deuda. La intervención consecuente e hidalga del presidente de la junta directiva, don Enrique A. Jiménez, impidió la consumación de semejante despropósito. La obligación pendiente fue cancelada en su oportunidad.
El Doctor Porras murió el 28 de agosto de 1942. La Asamblea Nacional aprobó la ley 107 del 1 de febrero de 1943 en cuyo artículo se disponía: Facúltese al Poder Ejecutivo para que trate de aliviar en la forma que estime más conveniente la situación económica de la viuda del Doctor Belisario Porras.
Los adversarios de Porras, los que llegaron al extremo de derrumbar uno de sus bustos y arrojarlo a una letrina, no dieron reposos a sus iniquidades para desconocer la vida honorable del estadista santeño y que encuentra en los episodios aquí relatados sus laureles y sus glorias. Hoy Porras tienen un sitial en el corazón de su pueblo, las juventudes le rinden respetuoso homenaje, y quienes profanaron sus bustos permanecen en la oscura letrina que la historia ha reservado para ellos.
Durante la última dictadura panameña, se adoptó ostensiblemente el lema ignominioso de Anastasio Somoza García, dictador en Nicaragua, sobre el tratamiento que se debía dispensar a los hombres. Ese lema degradante de la condición humana decía: “Al enemigo, plomo; al indiferente, palo y al amigo, plata”.
Eran las tres P que constituían el abecedario totalitario, atemorizante y ventral que prodigaba la tiranía. Belisario Porras, al tomar posesión de la Presidencia de la República, por tercera vez, el primero de octubre de 1920, a diferencia de la consigna de la dictadura, postulaba como suyo el dicho creado por Topffer en el trato humano: “Seguir adelante, sin vacilaciones, a los adversarios, respeto; al indiferente, piedad; a los amigos, afecto”.
El cuadro comparado, el de Porras que respeta la urbanidad democrática y el siniestro lema de la dictadura, que pone de manifiesto una diferencia espiritual entre los dos sistemas.
Yo me imagino a Belisario Porras, decía en mi reciente discurso, oteando el porvenir y llevando sus sueños a las leyes, a los decretos, a las obras. Piensa en la mujer y crea la Escuela Profesional; piensa en los trabajadores y fija la jornada de 8 horas diarias; piensa en la salud y construye el Hospital Santo Tomás; piensa en los indígenas y crea la Reserva Indígena de Coclé; piensa en la descentralización administrativa y crea la provincia del Darién; piensa en la función social de la propiedad y lanza sus dardos sobre los terratenientes: “Mientras haya amos terratenientes, decía, habrá siervos empobrecidos y degenerados”; piensa en la soberanía nacional y propone un nuevo proyecto de tratado; piensa en la soledad e impotencia de su Patria ante los abusos de la diplomacia de los Estados Unidos y procura la mediación de Argentina, Brasil y Chile para enfrentar los problemas de la política exterior del Istmo; piensa en la unidad geográfica de la República e inicia la construcción de las carreteras nacionales y de los ferrocarriles seccionales; piensa en la inexistencia de una codificación patria y dota al nuevo Estado de una codificación elaborada por juristas panameños.
Me imagino verlo meditando sobre el presente y el futuro de la Patria y presumo sorprenderlo en el instante en que esculpía un consejo para la posteridad, elaborado, no con el pincel para los lienzos perecederos, sino con el cincel que labra la piedra para la eternidad: “Panamá -decía- por su situación excepcional, por su historia y por su independencia, está más obligada a la unión de sus hijos más que ninguna otra nación. La garantía de nuestra conservación es sólo, efectivamente, ésa: la unión”.
Es posible que otros panameños tengan de Porras otra percepción, pero la que yo tengo me procura tantas satisfacciones que no vacilo al presentarla como la de un hombre extraordinario.