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- 29/07/2021 00:00
La Pepa y nuestro bicentenario
Entre nombres de nuestra historia, surge La Pepa, así llamada la primera Constitución de España por haber sido promulgada el 19 de marzo de 1812, día de San José, en Cádiz, como detalladamente nos ilustra nuestro gran historiador Alfredo Castillero Calvo en su artículo: La Constitución gaditana de 1812 y su influencia en Panamá: 1808-1821, y René Fortín Magaña, 'La influencia de la Constitución gaditana en América Latina'.
La Constitución de Cádiz o gaditana tuvo vigencia entre 1812 y 1814 donde fue juramentada en España, Panamá y otros países hispanoamericanos.
En 1814 fue derogada por Fernando VII que volvía al poder absoluto luego de la derrota de Napoleón, trayendo descontento y animando el deseo liberal en España e independentista en América. Restablecida en 1820 cuando el ejército obligó al rey absoluto a firmarla y tuvo vigencia hasta 1823.
En Panamá estuvo vigente hasta el 28 de noviembre de 1821.
Carlos IV y su hijo Ferrando VII se subyugaron a Bonaparte. Cádiz, último bastión de la lucha española, se reúne en Cortes y abre la representatividad a peninsulares y a la América hispana. Son convocados los representantes de América: “Por Guatemala el presbítero Antonio Larrazábal; por Honduras, don Francisco Morejón; por Nicaragua, el presbítero Antonio López de la Plata; por Costa Rica, el presbítero Florencio del Castillo; y por San Salvador, el presbítero Ávila. Aquella elección venía a constituirse en la primicia del ejercicio del sufragio” (cfr. René Fortín Magaña)
Por Panamá, nos relata Castillero Calvo, se envió al Dr. José Joaquín Ortiz y Gálvez que forma el grupo de signatarios. Panamá tuvo voz en la Pepa. Luego se eligió al sacerdote Juan José Cabarcas y semanas antes del 28 de noviembre de 1821 había sido electo Blas Arosemena como diputado.
La Pepa dio: “Soberanía nacional, sufragio universal indirecto, separación de poderes, habeas corpus, derechos ciudadanos e igualdad entre españoles y americanos, libertad de imprenta, de cultivo y de industria, creación de diputaciones provinciales, elecciones a los ayuntamientos (en lugar de la compra y venta de sus cargos), creación de ayuntamientos cada mil habitantes.
Originó decretos y órdenes como la habilitación de los originarios de África para ser admitidos en universidades y seminarios, la abolición de la horca...” (Castillero Calvo)
Nacimos de un deseo y valor de libertad, igualdad y fraternidad tan ontológicamente humano y social. Nacimos de una Constitución hecha, precisa e irónicamente en la España que nos sometía.
El espíritu cívico y constitucionalista de un poder que emana del pueblo para servir al pueblo cada vez más se confronta con nuestra realidad en Panamá y países vecinos. Panamá se ha abocado a una nueva constitución en un proceso lento, accidentado y preocupante.
Habría que volver a los valores cívicos, culturales e históricos. Volver a integrar la educación cívica en el currículo formativo y en todos los ambientes, los valores de libertad, igualdad, fraternidad, equidad, justicia, paz y bien común que todos deseamos. Reconstruir una justicia igualitaria y equitativa, no prostituida a los nuevos absolutismos criollos y globalizados.
Una constitución que se cumpla objetiva e imparcialmente y que nazca de una verdadera y honesta representatividad en nuestros deteriorados sistemas, nos haría consolidar y honrar nuestro bicentenario. Urgente asignación para no seguir clamando con Mariana Pineda, mártir y héroe de España, del tiempo de Ferrando VII, en versos de Federico García Lorca, en su obra homónima:
“Soy la libertad herida por los hombres, amor, amor, amor y eternas soledades”.
Más bien, que grite y resuene siempre, nuestra mítica Rufina Alfaro:
¡Qué viva la independencia y que honremos de verdad a la patria!