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- 25/06/2023 00:00
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Los apuntes a continuación son un reconocimiento a los maestros Alfredo Figueroa Navarro y Carmen Miró Gandasegui, sobre “Notas para una historia y sociología de la ciencia en Panamá”, que el primero publicó en los Cuadernos Nacionales N°6 del IDEN, dedicado al “Desarrollo Científico y Tecnológico en Panamá”.
Preocupada la doctora ante el evidente vacío que existía [y sigue existiendo] en Panamá acerca de políticas para contribuir a salir del subdesarrollo, decidió convocar a un equipo de científicos para presentar propuestas viables y científicamente estructuradas. En ese espíritu presentaron a la ciudadanía una propuesta de Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología. Todo lo señalado lo realizaron bajo el paraguas del Instituto de Estudios Nacionales (IDEN) de la Universidad de Panamá durante la dirección de la Dra. Carmen Miró en 1991.
Me atrevería afirmar que estas propuestas e iniciativas sirvieron de base fundacional para el surgimiento posterior de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt) aunque con otra tonalidad. Remarco esta diferencia porque tal equipo de investigadores estaba anuente de los obstáculos que significaban [y significan] el transitismo, la dependencia tecnológica [con el Norte global] y la desarticulación de los Subsistemas Científicos-tecnológicos, Productivos y Gobierno para construir un proyecto de desarrollo impulsado por las fuerzas productivas del país.
Sin aún la precisión empírica que corresponde y la seriedad que demanda el quehacer científico, pero con bastantes indicios que apuntan a esta dirección, me inclinaría a señalar —a priori— que la Dra. Miró es la madre intelectual de Senacyt.
Treinta y tres años después he tomado las notas del Dr. Figueroa Navarro para construir una historia social de las estructuras científicas-tecnológicas de Panamá como trabajo de tesis en mis estudios doctorales en la Universitat de Barcelona, impulsado por las mismas preocupaciones de la doctora Miró y su equipo de trabajo.
Explica el Dr. Figueroa Navarro que “nuestro subdesarrollo es susceptible de explicarse a luz de plurales causas que el sociólogo ha de enumerar para que su análisis posea coherencia y validez. El historiador de la ciencia debe ayudar, asimismo, en esta empresa con el fin de que nuestro escrutinio ostente caracteres diacrónicos, comúnmente desdeñadas en muchísimos estudios y los cuales resultan oportunos para elucidar las raíces de nuestro atraso eidético e intelectual”.
Hubo una ciencia autóctona, no europea, prueba de ello es la Etnobotánica practicada por nuestros originarios quienes atribuyeron a ciertas plantas poderes medicinales que más tarde fueron corroborados por la ciencia moderna. Este registro fue encubierto durante el proceso colonial. Nos advierte Figueroa Navarro, y más adelante en el tiempo el Dr. Abdiel Rodríguez Reyes, que no se debe pecar de etnocentrista al afirmar que la única ciencia o conocimiento válido es aquel que proviene de Europa.
Con la conquista y el coloniaje surge el principal obstáculo para el florecimiento de la producción científica y que perdura hasta nuestro presente. Esto es el rol de paso entre la metrópolis de turno y la periferia. Durante la colonia, Panamá sirvió de puente para unir al Perú con España y a partir de la segunda mitad del siglo XVIII de cuartel militar. De ninguna manera la metrópoli peninsular soñó con desarrollarnos, de hecho, “muy poco espíritu público existió en el istmo central de Panamá cuyos colonos solo pensaban en enriquecerse pronto para volver a España o negociar en el Perú”.
La educación que se impartió por entonces, exclusiva para las élites de Panamá La Vieja, fue en extrema rudimentaria. Los hijos de la élite que deseaban perfeccionar sus estudios superiores viajaban a la península ibérica o al Perú. Del mismo modo como ocurre en el presente; la élite continúa formándose en el exterior, pero ahora en los Estados Unidos y Londres, en vez de impulsar universidades nacionales con las exigencias y presupuestos de los centros mundiales de alta producción.
“Esta situación no varió grandemente en el coloniaje salvo durante el lapso comprendido entre 1749 y 1767 cuando funcionó la efímera Pontificia Universidad de San Javier, impulsada por los jesuitas a quienes la Corona expulsó por razones políticas. Puestas, así las cosas, la maltrecha colonia panameña permaneció a nivel de instrucción general, sumida en una modorra intelectiva y pedagógica hasta sus postrimerías”. Sin embargo, no se puede soslayar que hubo ciencia importada y otra practicada en el istmo por naturalistas criollos y europeos, aunque, ésta no se organizó como una actividad permanente, por tanto, no permeó a la sociedad istmeña. De estos últimos se pueden nombrar a los equipos de La Condamine y Malaspina en el siglo XVIII.
“El periodo de anexión a Colombia no resulta fértil en cuanto a la estructuración de una ciencia genuinamente propia. La postración educativa, secuela del coloniaje, perdura sin mayores avatares”. A no ser por las innovaciones importadas: el ferrocarril, el alumbrado a gas y eléctrico, el telégrafo, el tranvía, etc., y por otro lado, por los distintos informes científicos realizados por aventureros sobre nuestra geología, flora, fauna y etnología, escritos en un lenguaje cartesiano y propio de las ciencias positivistas.
Para la comprensión del siglo XX lo divido en tres momentos que se extienden hasta el presente. Ceñidos por golpes de Estado y cambios constitucionales. Estos son el periodo de la creación del Estado mediatizado por un régimen de protectorado (1903-1948), el periodo desarrollista (1948-1982) y el neoliberal que prevalece vigente en el siglo XXI. Estas etapas no se escapan de las estructuras económicas, políticas, sociales y culturales heredadas de la colonia.
En el primer momento la ciencia moderna se desarrolló dentro de la Zona del Canal (ZCP) y fuera de ella se hicieron grandes esfuerzos para salir del analfabetismo extendido en el marco de un proceso civilizatorio. En este periodo se formaron los primeros cuadros profesionales que administrarían la cosa pública con la supervisión de un ingeniero o militar norteamericano.
Los intereses de expansión imperial de los Estados Unidos construyeron puentes para que las estructuras científicas-tecnológicas que residían en la ZCP tuvieran los impactos necesarios fuera de sus límites, principalmente, en las ciudades terminales de la vía interoceánica (Panamá y Colón). Esto se hizo sentir sobre todo en las áreas de sanidad, salud pública, dotación de agua potable y disposición de desechos, ante la necesidad de ciudades salubres para garantizar la construcción y operación del Canal.
El segundo momento, ya con la fundación de la Universidad de Panamá (1935) y posteriormente del Ifarhu (1965), se diseñaron políticas que facilitaron la formación de los técnicos naturales que se incorporarían al intento de desarrollo mediante la sustitución de importaciones y a los sociales dedicados a diseñar y aplicar políticas de garantías sociales.
Al agotarse, este proceso de desarrollo es bruscamente reemplazado por políticas neoliberales que contravienen los avances logrados en todas las dimensiones, en el periodo anterior. Sin embargo, en días más recientes hay un resurgir —en disputa— de las ciencias a partir de las figuras de Asociaciones de Interés Público (AIP), el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y la carrera por lo puntos entre las universidades estatales.
Restan las políticas públicas que puedan articular los subsistemas Científicos, Productivos y Gobierno para que el primero pueda florecer y aportar al desarrollo nacional.
Pensamiento Social (PESOC) está conformado por un grupo de profesionales de las Ciencias Sociales que, a través de sus aportes, buscan impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de estas disciplinas.
Su propósito es presentar a la población temas de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.
El autor es Sociólogo. Docente e investigador de la Universidad de Panamá