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- 15/01/2023 00:00
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Estas palabras las escribo como homenaje al doctor Miguel Ángel Candanedo. Un humanista a carta cabal. En una de sus últimas intervenciones públicas, nos advirtió sobre la necesidad de una teoría acerca de las Humanidades. Vamos a definir sucintamente estos dos conceptos: teoría y Humanidades, para luego desplazarnos hacia la tradición y la cuestión de la formación humanística integral, la sensibilidad ante el orden vigente y la creatividad.
Una de nuestras dificultades en la formación universitaria es la capacidad de pensar teóricamente. Definiciones de teoría nos llevan a otras conceptualizaciones como “contemplación” o “aprehensión del mundo”. Si no tenemos la agilidad de pensar teóricamente estaremos limitados. Seremos de miras cortas. La teoría nos ayuda a contemplar y aprehender el mundo más allá de nuestras narices.
Con respecto a las Humanidades, la tradición nos remite al ideario civil, en particular de Cicerón. Como señaló Quentin Skinner, “los estudios humanistas” ayudan a “la mejor preparación para la vida política”. Ahora bien, no reduzcamos a la política a la vil politiquería, aquí hacemos énfasis en la vida pública. Siguiendo esta tradición, es “para servir bien a nuestro país”. De eso se trata. Si las personas hicieran bien su trabajo, el país sería mejor. Pero si desestimamos una formación humanística con ese fin, tendremos resultados contraproducentes para nuestro bienestar, porque estaríamos formando para la barbarie, y tenemos que formar para la vida.
Otro texto más reciente, me refiero al libro de Martha Nussbaum Sin fines de lucro, nos va mostrando la importancia de las Humanidades para la vida democrática y cómo esta alimenta nuestra creatividad. Lo cual, según esta pensadora, nos ayuda a una mejor relación con el mundo que nos rodea. Allí enlazamos con la contemplación y aprehensión. Siempre hablamos de las dificultades para el pensamiento abstracto y la comprensión lectora, pero ¿qué hacemos para subsanarlo?, ¿fomentamos la lectura y el pensamiento crítico? Creo que no hacemos lo suficiente.
Necesitamos dar un golpe de timón en nuestra educación en general. Las Humanidades juegan un papel fundamental en el desarrollo de una conciencia crítica, pero para lograrlo, necesitamos cambios, tanto de forma como de fondo. Ya no podemos seguir con el mismo contenido, ni aprender y enseñar de la misma forma. La compleja realidad del mundo nos invita a reinventarnos.
Aquí, añadimos otro componente, el de la sensibilidad. Las Humanidades nos ayudan a sensibilizarnos, a conocer nuestro pasado e incluso plantearnos prospectivamente mejores escenarios. Si somos socialconformistas como diría Marcos Roitman y no nos comprometemos con el cambio social, todo seguirá igual, siendo este uno de los principales problemas de nuestro tiempo.
En Panamá tenemos obras monumentales. No habría espacio para mencionarlas a todas. Hay algunos hitos bibliográficos que no podríamos dejar de mencionar. Me refiero a la Biblioteca de la Nacionalidad, cuenta con treinta y dos volúmenes; y la Biblioteca de la Cultura Panameña, con dieciséis tomos; la Nueva historia general de Panamá. No quiero pasar por alto la Antología del pensamiento crítico panameño contemporáneo y Las Humanidades en la Universidad de Panamá. En estos libros participan gran parte de nuestra intelectualidad y podemos hacernos una idea de nuestra tradición.
Estas obras nos ayudan a conocer nuestra historia y cultura en general. En ellas se condensa nuestro quehacer humanista. La formación en esa línea, indeleblemente, va forjando nuestro carácter. Por eso, es importante una educación humanista e integral para formarnos para la vida. Miguel A. Candanedo, a quien dedicamos estas líneas, siempre confió en la juventud, así como lo hizo Salvador Allende en su momento. Es nuestro deber no quedarle mal a esa mocedad sedienta de conocimientos y experiencias liberadoras.
En una de las últimas intervenciones del Dr. Candanedo, habló de la necesidad de una teoría acerca de las Humanidades y, añadió que no hay necesariamente claridad conceptual al respecto. Denominó a su intervención, “ideas en borrador”. Allí, hizo referencia a la “riza cantarina” de los jóvenes de primer ingreso a la Universidad. Recuerden cómo condenó la risa Jorge de Burgos en El nombre de la Rosa de Umberto Eco, “como un viento diabólico”. Es propio de la juventud la rebeldía y la alegría. La educación no puede ser una camisa de fuerza para toda esa energía. La educación liberadora potencia esa energía.
El Dr. Candanedo se hacía la misma pregunta del Dr. Diego Domínguez Caballero, ¿A qué se viene a la Universidad?, nos dirá que, además de reírse cantarinamente, se viene a recibir una formación integral. Vivir la Universidad, es debatir con los maestros y liberar el furor bebiendo del elixir del conocimiento. El Dr. Candanedo, desde muy temprano, estuvo permanentemente preocupado por la epistemología y el materialismo histórico. Precisamente, porque era consciente de que los estudiantes; por un lado, necesitaban conocer sobre ciencia, pero también tener un compromiso con la transformación de la sociedad. Lo que le preocupaba al maestro, era aquellas juventudes indiferentes.
El Dr. Candanedo hizo referencia a la cuestión de la sensibilidad. Por ejemplo, nos habló de la destrucción del medio ambiente. Si un estudiante universitario no se sensibiliza ante el aumento de la huella ecológica y la disminución de la biodiversidad no estamos haciendo bien nuestro trabajo en forjar una conciencia crítica. En definitiva, y eso nos queda claro con lo planteado por el Dr. Candanedo, las Humanidades son para encender ese espíritu y formar en la sensibilidad y, si no logramos ese objetivo, hemos fracasado como Universidad. Allí gravita su importancia.
Desde una perspectiva crematística propia de los sectores dominantes las Humanidades son inútiles, porque según ellos, se debe educar para ser productivos. Pero una cosa no niega la otra. Podemos ser productivos y también pensar críticamente y contemplar el mundo de otra forma, no solo con los lentes del progreso capitalista. Uno de los grandes desafíos que tenemos es insistir en esa otra educación, en que como comunidad tengamos la capacidad de relacionarnos entre nosotros, la naturaleza y las demás especies en “convivencialidad” como diría Iván Illich, en la cual las herramientas, también podríamos incluir a la tecnología, están al servicio de la colectividad y no al revés.
Las Humanidades nos potencian el espíritu rebelde, de indagar y buscar cambios. En una reciente investigación, de Russel Funk y Michael Park, publicada en la revista Nature, señalan que, “la innovación disruptiva se estanca”, así se mantiene el statu quo, por el modelo productivista, lo cual dificulta estar abiertos a “ideas de distintos campos”; por eso resaltamos la importancia de la integralidad implícita en las Humanidades. En fin, las Humanidades nos impulsan a crear un mundo donde seamos más humanos ante el capitalismo salvaje que nos instrumentaliza. Como diría el Dr. Candanedo: “las Humanidades no son un adorno”.
El autor es académico del Departamento de Filosofía de la Universidad de Panamá