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Mario Castro Arenas: 'No abandonaré nunca el periodismo ni la literatura, esa es mi vocación'
- 21/09/2023 00:00
- 21/09/2023 00:00
A sus 90 años, Mario Castro Arenas sigue viviendo la pasión de sentarse frente a su computadora y recibir diariamente información de los acontecimientos nacionales e internacionales.
El escritor y periodista comenzó el relato de su vida en su espacio más íntimo: su biblioteca, donde sus pensamientos vuelan libremente sin ataduras y terminan plasmados en sus numerosos escritos. El periodismo es su vocación, lo dice con un tanto de orgullo. En sus palabras, escribir es el aire que respira, el alimento que consume y la esencia de la vida. Su filosofía es “escribir la verdad con suficientes pruebas y máxima objetividad”.
Castro Arenas contó que pausó el derecho por el periodismo, cuando inevitablemente el segundo se le cruzó en el camino con cara de anuncio que lo invitaba a convertirse en reportero.
Empezó su carrera siendo un periodista policivo que no tenía experiencia con el sexo opuesto. Y cuando le tocó cubrir el asesinato de una dama, encontrada desnuda y ensangrentada, quedó impresionado.
Su pluma trascendió las fronteras de su natal Perú cuando fue deportado por un régimen militar al que criticaba. Sus anécdotas periodísticas son muchas y muy interesantes. Pero ninguna ha sido más importante que la histórica entrevista y fotografía al sha de Irán en isla Contadora, en Panamá, para la revista Momentos de Venezuela. Entre sus aventuras periodísticas también tienen gran valor su viaje a la selva boliviana tras las huellas del Che Guevara, a las dos Coreas, al muro de Berlín y al desierto del Sahara.
Muchos años después llegó a Panamá como embajador de Perú, por solicitud del gobierno de Alan García, que buscaba proteger su vida de las amenazas de Sendero Luminoso. Lo hizo en una época de convulsión y crisis política.
Nunca dejó de ser periodista mientras ocupó cargos diplomáticos: le realizó una entrevista al encargado de Negocios de Estados Unidos en Panamá, John Maisto, quien le advirtió que podría venir una intervención militar para proteger el Canal.
Con esta información, el Gobierno peruano le ordenó regresar a su país. Lo hizo, pero para renunciar a su cargo y regresar a tierras panameñas. Aquí había encontrado a la mujer con la que quería vivir el resto de sus días. Por casualidad era una periodista, (Raquel) 'Tita' Méndez. Entre vinos y copas en la terraza de su residencia, en un espacio que está rodeado de agua y vegetación e inspira seguridad y calma, concluyó la entrevista.
Estudiaba derecho en la Universidad de San Marcos de Perú. Desde siempre tuve vocación por las letras y por la literatura. Al presentarse una vacante en el diario La Prensa, de Lima, para jóvenes interesados en ser periodistas, me decidí y apliqué, ganando el concurso para reportero policial. Eso fue en la década de 1950. Luego llegué a ser director del diario.
Muy buena. Tenía 18 años y sin experiencia con el sexo opuesto, cuando me tocó acudir a un sitio donde había ocurrido el asesinato de una dama, la cual vi desnuda y ensangrentada, lo que me provocó un impacto inolvidable.
Fui el único reportero de Perú que viajó tras las huellas del Che Guevara en la selva de Bolivia. Estuve en el pueblo Quimiri, al sur de Bolivia. Pero no logré entrevistar al Che Guevara, ya que todos los periodistas no pudimos ingresar al escenario de la guerrilla y poco después lo capturaron y fue ejecutado.
Te contaré que viví seis años en Venezuela. El diario que dirigía en Perú fue tomado por un gobierno militar que expropió todos los medios. El general Velasco Alvarado decidió deportar a todos los que hacían periodismo independiente, democrático y crítico. Tuve que salir de forma abrupta, dejando mi hogar, sin despedirme de mis padres, para llegar a la Embajada de México, donde fui acogido como asilado político. En México empecé a colaborar para el diario Excelsior. Pasado un año me trasladé a Caracas, contratado por la Cadena Grupo de Armas, editores de revista Momento, Cosmopolitan, Vanidades y Hombre de Mundo. Me asignaron la dirección del semanario Momento, donde estuve más de seis años. En esa revista también dejaron su huella Gabriel García Márquez y otros intelectuales de la época.
Al sha de Irán (Mohammad Reza Pahlevi) lo derrocaron y lo expulsaron de su país. Él estuvo negociando con muchos países para que le dieran asilo. Había mucha presión para que no se le aprobara. Pero con apoyo de Estados Unidos consiguió que Panamá lo diera. Llegó con su esposa y sus hijos a isla Contadora.
Por temor a que ocurriese un atentado contra el sha de Irán se prohibían los viajes de los periodistas extranjeros a la isla. Yo tenía amistad con el presidente (venezolano) Carlos Andrés Pérez, quien venía frecuentemente a Panamá. Era muy amigo del general (Omar) Torrijos y pensé que con su apoyo mi revista conseguiría una entrevista con el sha en isla Contadora.
Así hice el trámite, pero me mandaron a pedir apoyo al coronel Manuel Antonio Noriega, que ya tenía el control de la seguridad del país. Hice gestiones para enviar a Panamá a un periodista y un fotógrafo. Al periodista le pedí tomarse una foto con el sha de Irán para que no quedase duda de que la entrevista era real y actual. Así conseguí la primicia mundial.
En mi ejercicio de diplomático obtuve el rango de embajador en misión especial en países de Europa. En América Latina fui nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario de Perú en Panamá, en 1988.
Me he desarrollado como diplomático y he aprovechado mis viajes por el mundo para hacer entrevistas a mandatarios y personalidades. Gracias a ello cruce el muro de Berlín, cuando existía, y cuando nadie que no estuviera autorizado por la Unión Soviética podía pasar al otro lado. El muro era una cosa gigantesca. Daba toda la vuelta a la ciudad de Berlín y nadie podía pasar porque lo mataban. Yo conseguí que me permitieran pasar un domingo para ver al Berlín comunista. En 24 horas no pude ver mucho, solo que había extremados controles policiales.
Estuve en la frontera entre Corea del sur y del norte en una etapa en la que las dos estaban a punto de enfrentarse militarmente. Llegué y presencié primero el aparato militar que tenían los surcoreanos. Iba en un jeep invitado por Naciones Unidas. Los que me llevaron me advirtieron que no podía bajar del jeep porque todo ese territorio estaba minado. Yo miraba abajo y veía unas zanjas y unos cañones gigantescos, semicubiertos.
No se veía gente, pero se oían ruidos como cuando alguien está conversando. Después me enteré de que estas conversaciones eran grabaciones de los de Corea del norte. Los militares se reunían en un área pequeña dividida por una línea que marcaba el sur y el norte y que no se podía atravesar. Inconscientemente me estaba pasando de la raya, cuando veo que en una ventana se asomó un soldado norcoreano con una metralleta. El funcionario de Naciones Unidas que me escoltaba me dijo, “mire al costado, pero retroceda como si no hubiera visto nada”.
Es respirar, comer, vivir, amar. No puedo parar de escribir, ¡no puedo! Hay algo que me impulsa todos los días a hacerlo. Si no sigo escribiendo, me muero, es como una adicción. He escrito más de 40 obras literarias, de derecho internacional y ciencias políticas y otros temas que se mantienen en grandes bibliotecas de Europa y América Latina. Escribí una novela que se llama Castilla de Oro que es el nombre que tenía Panamá, en los tiempos de Pedro Arias Dávila.
Parte de mis 40 obras se encuentra en internet, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante en España. Las otras, en diferentes bibliotecas de Latinoamérica, Perú, y en Panamá están en la Biblioteca Nacional y la de la Universidad de Panamá. La mayoría es fruto de la madurez que he alcanzado en Panamá, donde he podido investigar sin la angustia de que me persigan terroristas (Sendero Luminoso) y de que tenga que pasar 12 horas en un periódico, trabajando los 365 días.
Por amor a la escritura. He tenido que aprender computación. No abandonaré nunca el periodismo ni la literatura, esa es mi vocación. A la edad que tengo, desde las 7:00 a.m. vivo la pasión de sentarme frente a mi computadora y recibir información diaria. Todos los días leo de España: El País, ABC y El Mundo . De Francia: Le Monde. De Estados Unidos: The New York Times y The Washington Post, dos periódicos que son realmente objetivos. Leo también la revista Spiegel de Alemania. De México: El Universal y El Excelsior, donde colaboré. Leo, además, El Heraldo y Reforma, como todos los diarios del Perú. Para complementar mi agenda informativa reviso La Nación y El Clarín de Buenos Aires. De Chile: El Mercurio. Por supuesto La Estrella de Panamá y demás diarios locales, con una atención esmerada.
Doña (Raquel) 'Tita' Méndez (suspira). La conocí escribiendo para La Estrella de Panamá y El Siglo. Ella también trabajaba como gerente general de AeroPerú, que pertenecía al Estado. Además, era cónsul honoraria del Perú en Panamá.
Llegué a Panamá en una época en que la comunicación era casi imposible. Los civiles no tenían acceso a los militares. Ni los militares a los civiles. En calle 50 había choques diarios entre ambos bandos, civilistas y gobierno.
En esa época, para mí y para cualquier embajador, conocer quién tenía la verdad era un verdadero reto. (Tita Méndez) ella conocía a medio mundo. Gracias a ella pude escuchar ambas partes de la historia. Sus amigos fueron mis amigos.
El Gobierno de Perú sabiendo que miles de soldados estadounidenses, una cantidad insólita, estaba llegando a la Zona del Canal, me pidió que entrevistara al embajador de Estados Unidos para recabar información del propósito de la llegada de tantos militares a Panamá.
El embajador de Estados Unidos se había ido de Panamá porque había tenido una relación difícil con el gobierno y no pude contactarlo. Me la concedió su encargado de negocios, John Maisto, porque habíamos establecido cierta amistad. Le pregunté si podría venir un choque grave entre Panamá y Estados Unidos. Y me contestó que lo primero para su gobierno (el de Estados Unidos) era proteger el Canal. Y agregó que responderían militarmente si fuese necesario. Lo demás lo conoces: 20 de diciembre funesto. Conociendo la situación política que ocurría, el Gobierno de Perú me ordenó regresar.
En la época en que regresé, el aeropuerto de Tocumen estaba inoperante en plena invasión. Llegué a otro aeropuerto. Nos llevaron a Atlapa. Allí atendían a los pasajeros. Allí estaba Tita Méndez, esperándome (sonríe y sus ojos parecen llenarse de emoción). Desde ese día, jamás hemos vuelto a separarnos. Te confieso que vivo la experiencia más grande de mi vida, que es estar en Panamá, con mi esposa, mis hijos y nietos, y aquí moriré.
El periodista debe esforzarse al máximo, al dar una noticia, no importa el sitio ni el peligro que pueda presentarse. Escribir la verdad con suficientes pruebas y máxima objetividad debe ser su norte.
En la literatura he tenido el privilegio de conocer a Dámaso Alonso y Vicente Alexandri, premio Nobel de Literatura. En Buenos Aires conocí y entrevisté a Rafael Alberti, un poeta español que estaba refugiado en Argentina. En el Perú conocí a Gerardo Diego, gran poeta, amigo querido del poeta peruano César Vallejo. También siento orgullo de haber conocido al poeta Pablo Neruda, con quien compartí lindas veladas en su hogar en Chile. He conocido personalmente y admiro a Jorge Luis Borges, y a mi gran compañero de faenas en Lima, el buen amigo Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura.