Integrantes de la caravana migrante en el estado de Chiapas, en el sur de México, denunciaron este jueves 21 de noviembre que las autoridades les bloquearon...
- 19/02/2023 00:00
- 19/02/2023 00:00
El liderazgo es un oficio de los menos entendidos. Mi interés por el tema surgió en 1972 al estudiar la obra de Chester Barnard, The functions of the Executive. A partir de ello, me dediqué a aprender las teorías y las prácticas del comportamiento social y la relación entre líderes y seguidores en las organizaciones, definidas estas como cualquier sistema que, de manera consciente, coordina actividades o fuerzas donde participan dos o más personas.
Se suele confundir a los “líderes” con los “jefes”, dos términos complementarios que no significan lo mismo. Los primeros son capaces de generar una visión y un sentido de misión. Por lo general son perseverantes, poseen conocimientos y habilidades intelectuales; se interesan y se preocupan por la gente; manejan bien las comunicaciones y saben cómo disuadir y convencer a sus seguidores; son íntegros, objetivos y balanceados en su comportamiento y buscan mejorar, a través del cambio, el entorno y la vida de los demás. Los segundos mayormente ejecutan una visión, crean sistemas, siguen normas y reglas, gestionan procesos, tienen subordinados, maximizan ganancias, minimizan debilidades y resuelven problemas.
En nuestras vidas, todos en algún momento somos líderes o seguidores, en las proporciones e intensidades que exigen el instante y las circunstancias. Por ello, nadie duda de que los líderes afectan la existencia y la efectividad de las organizaciones. Su capacidad primordial para transformar y transaccionar en su ambiente, aunado a la manera de gestionar los diferentes recursos puestos a su disposición, son factores determinantes para lograr objetivos, sean deseados o necesarios.
En 1996, Marcia Lynn Whicker popularizó el término “líderes tóxicos” para referirse a esas personas que, teniendo la responsabilidad de un grupo de personas, organización o país, abusan de la relación con sus seguidores y terminan por engañar, denigrar y hasta destruir a estos, a las instituciones y a la sociedad en general.
En 2001, Jean Lipman-Blumen determinó que los líderes tóxicos afectan de manera grave y permanente a la sociedad como resultado de sus características disfuncionales y sus comportamientos destructivos. Lipman-Blumen observó que tendemos a buscar y promover personas autoritarias y dominantes para que lideren nuestros países y nuestras organizaciones, como resultado de nuestras necesidades sicosociales y nuestras debilidades emocionales.
Bárbara Kellerman equiparó el liderazgo tóxico con el “mal liderazgo”, y la enorme capacidad de estos líderes para mentir, hacer trampa o poner su beneficio personal por delante de los intereses públicos. Por su parte, Terry Price señala que los líderes tóxicos se excusan a sí mismos de la aplicación de las normas morales aceptadas por la sociedad para considerarse una excepción a las reglas y hacer cualquier cosa.
Todos en algún momento reflejamos un grado de toxicidad, con diferentes estilos y con una diversa gama de talantes. Sin embargo, no todos llegamos a ocupar una posición de importancia en una organización o empresa, o llegamos a ser presidentes de un país.
En una mixtura de rasgos, los líderes tóxicos suelen presentar comportamientos muy identificables. Son personas narcisistas, carismáticas, megalómanas, insaciables, son cínicos, corrosivos, corruptos, con sentimientos de lujuria por el poder, de dudosa o ninguna integridad, arrogantes, pomposos, capaces de crear ilusiones y vender promesas en función de una omnipotencia falsa. Se creen indispensables y están siempre dispuestos a jugar el papel de Dios y ser los salvadores de la humanidad.
Sabiendo esto, las preguntas obligadas son: ¿por qué estos líderes tóxicos captan seguidores y son aceptados y apoyados por la gente, específicamente los votantes? ¿Por qué sus seguidores llegan al punto de la obnubilación, la adulación y la veneración sin límites? ¿Por qué estos líderes mantienen vigencia en el tiempo y, algunos, hasta parecen ser eternos? ¿Por qué pareciera que la gente prefiere líderes tóxicos a sabiendas de que, al mejor estilo del flautista de Hamelin, la llevará al despeñadero?
No hay respuestas simples. El ser humano, que se debate de manera permanente entre la incertidumbre y la certeza, con miedos e inseguridades sobre su presente y su futuro, parece favorecer a quienes le ofrecen un porvenir definido, no importa cuán irreal o ilusorio este sea. Esta condición se agrava a medida que aumentan las necesidades de la gente, se deteriora su calidad de vida y se reduce su capacidad de decidir sobre las cosas más elementales de su entorno y de su vida.
Cuatro tipos de personas siguen a estos líderes tóxicos.
1. Los ansiosos, que son la mayoría, inocuos, quieren y necesitan que alguien los ilusione con alguna visión que les brinde seguridad y estabilidad.
2. Los pragmáticos, también numerosos e inofensivos, ofrecen su apoyo a cambio de protección inmediata o mejoramiento futuro de su condición política, económica o social.
3. Los del entorno cercano al líder tóxico, considerados como dañinos, que aprueban todo lo que este dice, embelesados y poseídos por su generosidad y sus extravagancias, actúan a imagen y semejanza del líder, comprometidos a defender, promover y justificar en todo momento su figura más allá de la razón y de la ética.
4. Los seguidores malévolos, aquellos que conforman el círculo cero del líder, que responden a su propia avaricia, a su ambición o su envidia y que utilizan su cercanía al líder para obtener inmunidad e impunidad y, desde el poder, descargar en otros sus más bajas pasiones y acrecentar su patrimonio personal de manera ilícita e injustificable.
El mundo de hoy, donde la ambigüedad y el cambio son monedas de curso legal, se presentan diversos escenarios que sirven de caldo de cultivo para la existencia de los líderes tóxicos, vendedores de ilusiones, fabricantes de la verdad y los mejores mentirosos que buscan, a través del poder político y el dinero, manipular y apoderarse de la voluntad y el estado de ánimo de los ciudadanos que, de manera callada y pasiva, están desesperados por un mejor mañana, a cualquier costo.
Y no es fácil zafarse de los líderes tóxicos. El alto costo de renunciar a beneficios y prebendas (botellas, becas, bonos, vales, contratos, regalos, etc.); el miedo de las personas a las reacciones de los líderes tóxicos frente a cualquier oposición o disidencia; la debilidad de las personas que suelen decir: “no puedo hacer nada”, “él tiene la plata y el poder” o “una golondrina no hace verano”, perspectiva que se agrava si añadimos el rechazo de amigos y familiares que califican como “utópico”, “idealista”, “quijotesco” o “suicidio” cualquier intento por enfrentar al poder tóxico. Estas son tan solo algunas causas por las cuales los dirigentes tóxicos mantienen el apoyo de sus seguidores y la razón por la que muchas personas prefieren cambiar, ajustarse, amoldarse y aguantarse, antes que desafiar a estos líderes y sus terribles consecuencias.
Este panorama, agravado por la existencia y mal uso de las redes sociales, pudiera de alguna manera explicar la existencia y el incremento del populismo, ese movimiento político que genera estilos y posiciones agresivas en contra de las instituciones y los poderes establecidos, que busca crear un ambiente político y social polarizado, que pretende atender las necesidades de las personas a través de la improvisación, la impulsividad, la manipulación y el espectáculo, tendencia que se arraiga cada día más en nuestra cultura y moldea nuestro destino.
El autor es ingeniero