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Libros del Instituto Nacional terminaron en el vertedero
- 26/09/2022 00:00
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El sábado 2 de noviembre de 2019, cuando los panameños conmemoraban el Día de los Difuntos y el nuevo gobierno se preparaba para celebrar sus primeras fiestas patrias, varios funcionarios del Meduca, guiados por la licenciada Raquel Rodríguez, asesora del despacho superior de la entidad llegaron al Nido de Águilas a cumplir una orden específica: hacer una jornada de limpieza y desinfección (fumigación) en la biblioteca para contener el polvo causado por los ácaros y las larvas de las polillas que producen túneles en el papel.
Ese día arribaron puntuales, a las ocho de la mañana, el licenciado Jacob Atencio de Bienes Patrimoniales, trabajadores manuales del colegio, la rectora Rosana Casanova, la asistente de la biblioteca, Milissen Carrera y personal de la Fundación para el Bienestar Social (Fubis).
Nadie imaginó que casi tres años más tarde este asunto se convertiría en un hecho mediático. Al menos por unos días - como suelen llamar la atención los escándalos en Panamá- el nombre de la biblioteca que se encuentra en el histórico edificio del Instituto Nacional. resonó en la radio, los diarios y la televisión.
La desinfección estuvo antecedida de una semana de protestas (21 al 25 de octubre) a cargo de los profesores quienes denunciaban imperfecciones en el colegio, entre las que incluían el área de la biblioteca. En ese momento la solicitud fue atendida por una delegación de alto nivel del Meduca integrada por la licenciada Rodríguez y el licenciado Antonio Farrugia como representante de Bienes Patrimoniales para inspeccionar el estado del plantel y de los libros.
El 31 de octubre, Rodríguez informó a la asistente de la biblioteca que debía presentarse la mañana del siguiente sábado 2 de noviembre, Día de los Difuntos, para el retiro de los libros y proceder con la fumigación.
Durante la jornada, el personal se concentró en retirar los libros que estaban defectuosos por los ácaros y descontinuados que después fueron transportados por el personal de Bienes Patrimoniales, pero sin decir a dónde.
Lo que parecería un misterio en el Meduca, tenía repuesta en cerro Patacón. “Los que eran desechos inundados se llevaron al vertedero de Patacón, estaban llenos de bacterias y ácaros”, reveló el Supervisor editorial del Despacho Superior del Meduca, Santos Bonilla, en una entrevista con La Estrella de Panamá en la que insistió sobre el destino de los libros.
El Meduca mantiene dos inventarios de la bibliografía de la biblioteca. Uno que detalla títulos de las obras y la cantidad de ejemplares que totaliza 9,059 obras en la que se cuentan libros (2,604), folletos, diccionarios, anuarios, novelas, poesías, enciclopedias y colecciones especiales.
En el otro de 2017 predominan los vacíos que clasifican las obras, un total de 6,455 textos que se desglosan de la siguiente forma: novelas 1143; revistas 1936 y 3376 que agrupa diccionarios, folletos, hojas sueltas y poesías. En una de las casillas se especifica que “para el 2019 no se tenía un inventario por estar tan deteriorados”.
De este extenso inventario sólo quedan ocho cajas medianas apiladas sobre una mesa situada en el centro del ahora vacío salón de la biblioteca que solían usar los alumnos para estudiar o leer. Las cajas contienen anuarios y cuadros. Toda la biblioteca sigue vacía. Al fondo de la pared hay tres muebles de madera con cristal que dejan ver una colección de huacas.
En el salón contiguo, se aprecian tres ventanales de estilo francés por los que se suele filtrar el agua de la lluvia, antecedidas de los anaqueles metálicos desocupados enfilados uno al lado del otro. Las filtraciones de agua no solo dejaron su marca en la pared, también enmohecieron los libros hasta dejar una buena parte irreconocibles.
Desde el día de la limpieza, hasta que la promotora de la cultura Ileana Golcher alzó la voz sobre la desaparición de los libros, pasaron tres años, incluida una pandemia.
Fue un jueves del mes de marzo de 2022, lo tiene marcado en el calendario, porque ese día, motivada por un ensayo sobre educación que escribía, acudió al centro escolar a buscar unas fuentes de inicios de siglo que sólo allí podía encontrar o en la Biblioteca Nacional. Su sorpresa fue “mayúscula”. En la pared del fondo de la biblioteca solo estaba el retrato de Eusebio A. Morales.
Cuando se dirigió a la biblioteca la puerta estaba abierta, pero con los anaqueles vacíos. Nadie -ni la rectora del Instituto Nacional, ni las autoridades educativas- le daban una explicación de las pérdidas de los libros. Golcher no estaba dispuesta a quedarse con los brazos cruzados, quería repuesta.
Ante el silencio del departamento de Bienes Patrimoniales, previa solicitud de información amparada en la ley de Transparencia, Golcher interpuso en la Corte Suprema de Justicia (CSJ) un recurso de hábeas data que desencadenó una reunión con la ministra de Educación, Maruja Gorday, y otros funcionarios. En dicha cita, continuó narrando Golcher, la asesora del despacho, Raquel Rodríguez, explicó que el “traslado de los libros fue coordinado directamente por ella, pero sin decir a dónde”.
Tres meses después de que Golcher exigiera una respuesta, la ministra de Educación habló del caso en los medios de comunicación y el tema tomó beligerancia. Manifestó en una conferencia de prensa que los anuarios y libros históricos “estaban” ahí, es decir, que se habían recuperado, a diferencia del 98% de los textos que estaban deteriorados y habían sido desechados.
Esto dejaba claro que casi la totalidad del inventario, que incluía 467 ejemplares de la revista Lotería y textos históricos de principios de siglo XX, se tiró a la basura. Lo único que de alguna forma podría sustituirse es la colección de la revista Lotería, entidad con la que el Meduca ha hecho acercamientos para reemplazar la colección que se traduce en un millón de hojas que serán nuevamente impresas.
Aunque el Instituto Nacional reponga las revistas, para Golcher el daño es irreparable porque muchas de las ediciones habían sido donadas por exalumnos del colegio desde su fundación en 1911 y ese valor simbólico es “irrecuperable”.
“Lo valioso e irrecuperable es que se trata de colecciones donadas por exinstitutores desde su fundación” en 1911, asegura indignada Golcher.
Uno de ellos es el expresidente Aristides Royo (1978-1982) quien forma parte de ese grupo de graduandos y donantes de la biblioteca. El listado que entregó el actual ministro del Canal lo compone las leyes desde 1904, un año después del inicio de la República, hasta 1964, año de la gesta del 9 de enero encabezados por los institutores como parte de la lucha nacional por la recuperación de la vía interoceánica. Royo dijo que completó la donación con una colección de libros de diversos países del hemisferio americano.
Sin embargo, estos textos, así como miles -que tal vez no hayan acumulado ese valor histórico -, forman parte del abandono en el que quedó el lugar. No solo es la estructura, “o la muestra de la ruina en la que ha caído la biblioteca sin importar cuál ejemplar se dañó”, exclamó Guillermo Quintero, presidente de la Fundación Pro Instituto. “Es un tema que se impregna también en la educación”, señaló indignado.
Al exinstitutor le es imposible separar el descuido de los libros con el “sentido propio de la educación”. Comparó la formación que él recibió con la que experimentan los nuevos institutores. Recordó que en sus tiempos la enseñanza estimulaba el pensamiento crítico, la intelectualidad. Fue el primer colegio de preparación superior en el país del cual han egresado hombres y mujeres que han aportado al desarrollo del país que en su momento participaron en la gesta patriótica de la recuperación del Canal de Panamá en 1964.
Posteriormente, en 1971, los cinco edificios que lo conforman fueron declarados Patrimonio Cultural de la Nación. Su estructura, custodiada por dos esfinges es una joya arquitectónica que se ha resistido al paso del tiempo y a la mirada indiferente de varias administraciones gubernamentales.
Durante la visita que hizo 'La Decana' al plantel confirmó que la gran mayoría de los estudiantes entre sexto y noveno año dijeron que no habían pisado el sitio, ni siquiera habían leído un libro de ahí. Solo Heidi Márquez, una estudiante amante de la lectura que cursa el noveno año respondió que sí.
“Yo venía todos los viernes”, exclamó desde las escaleras que conducen a la biblioteca. “Había libros interesantes. Leí Moby-Dick, El ático de la quinta avenida y otros libros”, manifiesta extrañada. También había otras clásicas como: El Principito (11); La cabaña del tío Tom (9), Cien años de soledad (4), Pedro Páramo (5), La niña de Guatemala (9) y otras cientos de novelas.
A este salto trascendental es al que se refiere Quintero.
En el anfiteatro del Meduca, Santos Bonilla ofreció la versión de la institución apoyado en un extenso tomo, que forma parte de la auditoría interna de la entidad, documentado con fotografías en las que se observa a varias personas cargando bolsas negras en dirección a la salida del plantel.
También se observa los recibos de la Autoridad de Aseo como comprobante de la recepción de “desechos”, al momento en que depositó el material en el vertedero. “En el inventario no constan libros históricos, lo que no está escrito no existe”, defendió Bonilla. A continuación, cuestionó: “¿A quién le consta que eran libros históricos?”.
La pérdida de los libros de la biblioteca del Instituto Nacional también tuvo eco en la Procuraduría de la Administración. El procurador Rigoberto González solicitó un informe al Meduca como parte de una investigación administrativa que fue archivada, pero se envió copia al Ministerio Público y a la Contraloría General.
Quintero y Golcher coinciden en que los libros forman parte de los bienes patrimoniales del país. Esta condición requiere que el discernimiento se realice bajo un proceso de descarte avalado por autoridad competente, a pesar de que los libros hayan sido donados.
Pero Santos insistió en que el descarte era innecesario, ya que el material no estaba plaqueado. “Los desechos que se sacaron estaban totalmente dañados, se llevaron al área donde tenían que ir, a Patacón”, subrayó. Describió que el estropeado estado de los libros, enmohecidos, mojados, y con polillas, impedía determinar siquiera de qué tipo de artículo se trataba. Lo que da una idea de que tampoco se conoce a ciencia cierta qué fue a parar a la basura.
Es a lo que Quintero se refiere cuando habla de un “tema más profundo” que resume en la calidad de la educación, el aprecio por la historia y la cultura, que se refleja en la enseñanza de ayer y hoy.
Aquél Día de los Difuntos la rectora del Instituto, Rosana Casanova abrió la puerta del plantel para dar paso al personal que se encargaría de la limpieza. Las personas subieron al primer piso del edificio número dos mientras que ella decidió permanecer en el gimnasio. A raíz de las protestas de los profesores el Meduca había abierto un proceso en su contra y la inhabilitó en sus funciones como directora.
Aunque estaba separada, ese día estuvo allí y fue testigo de los hechos. “Vi que los presos estaban tirando los libros por la ventana”.
Para el acarreo de los más de nueve mil libros, el Meduca se apoyó con personal de la Fundación para el Bienestar Social (Fubis). Una organización sin fines de lucro en la que colaboran personas privadas de libertad en proyectos sociales en las escuelas.
“Como eran tantos libros los empezaron a tirar por la ventana para facilitar y no tener que bajar las escaleras”, relató. Dijo que en la biblioteca se encontraba el personal de Bienes Patrimoniales, lo que les daría la facultad de saber “cómo manejar eso”.
Al percatarse de lo que estaba pasando, subió un par de veces a la biblioteca.
“ Le pregunté a la muchacha que iba en el camión, la directora de Bienes Patrimoniales, por qué se estaban llevando los libros si supuestamente venían a hacer una limpieza. Ella me respondió: orden superior”.
Golcher añadió, como parte de lo que pasó ese día, que la encargada de la biblioteca le comentó en una reunión previa que “comenzaron a quemar los libros”.
Pero alguien no identificado del grupo alertó que eso podría causar alarma y temor en el barrio de Santa Ana, porque podría pensarse que el instituto se estaba quemando. Enseguida, indicó, “la bibliotecaria sugirió interrumpir la quema” y decidieron agrupar los libros en bolsas de basura negras. Transcurridas unas horas el personal bajó las bolsas por las escaleras y las introdujeron en dos camiones de uso oficial sin informar el destino.
Santos Bonilla y Rosana Casanova se culpan mutuamente sobre quién debió hacer el descarte o el método que se debió emplear para la selección de los textos. El primero asegura que el Meduca cumplió con las normas de control interno gubernamental. “El responsable de esto es la directora de la escuela, quien debió tener un manual”, enfatizó el asesor editorial.
Por su parte, Casanova justifica que la condición administrativa de inhabilitada, le impidió participar de lo que ocurría en la biblioteca. Señala a las comisiones del Meduca como las que lideraron la limpieza, “tomaron el control” sobre el plantel, manifestó durante la entrevista.
Aquél sábado, Carrera, la asistente de la biblioteca y a quien se le atribuye el registro del inventario en 2017, también estaba presente. Según versiones extraoficiales, la joven contrajo una infección a causa de los ácaros. Este diario intentó conversar con Carrera, pero declinó la entrevista.
El Meduca se ha comprometido a restaurar la biblioteca y a organizar una librotón para reponer el inventario.
El 9 de septiembre, bajo la ponencia del magistrado Olmedo Arrocha, la CSJ se inhibió de conocer del recurso de habeas data interpuesto por la licenciada Golcher al considerar que el Departamento de Bienes Patrimoniales no tiene jurisdicción en dos o más provincias. Dos magistrados difirieron y salvaron su voto, Ángela Ruso y Carlos Vásquez. Ambos son del criterio de que dicho departamento “tiene funciones a nivel nacional”. No obstante, la CSJ dejó abierta la puerta para que remita el recurso ante el Primer Tribunal Superior.
El desprecio a la importancia, o al valor del caudal histórico acumulado en los libros es un indicio de la consideración que ocupa la educación en general y de los valores culturales que adoptamos como parte integral de nuestra enseñanza. Así como las polillas carcomen los libros.