“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por...
Interculturalidad y educación
- 06/11/2022 00:00
- 06/11/2022 00:00
En historia del pensamiento social relativo a los derechos humanos y a las diferencias culturales como aquellas denominadas raciales, presentan una diversidad de conceptos que reflejan tanto los avances como las reticencias del sistema para aceptar lo que la realidad mostraba como evidente, que los valores de cada etapa filtraban según afectara el modelo prevaleciente. Algunos de estos conceptos son multiculturalidad, pluralismo cultural y ahora interculturalismo.
Desde la década de 1960 se empezó a hablar de multiculturalidad y pluralismo cultural. Fue la reacción a los oprobios causados por el racismo manifiesto durante el período nazi-fascista en Europa, pero que también repercutió en América y otros continentes. Ambos conceptos aluden a un intento de reconocimiento de los derechos de gente de pueblos distintos a las clases dominantes y grupos culturalmente asociados. De alguna manera era resultado de las propuestas hechas desde la creación de las Naciones Unidas y de la Unesco, su principal brazo educativo a nivel mundial. La Unesco publicó una serie entre 1950, 1951 y 1953, que fueron guías en las posiciones que los estados asumieron desde entonces en torno al tema del racismo.
En Panamá, el tema se discutió en los cursos de antropología que dictaba la Dra. Reina Torres de Araúz. Entonces, como hoy, el paradigma dominante en la educación, estaba regido por el tema de la identidad nacional, basado en el modelo de una nación un Estado, es decir, que destacaba la primacía de lo que se entendía por cultura nacional, el continuum de la cultura urbano-rural de ascendencia hispano mestiza. El énfasis era lo hispano, lo mestizo se minimizaba, a pesar de ser el país producto de la mezcla genética y cultural más intensa de gran parte de América. Como ha destacado un estudio de genética sobre la población panameña, el 85% de la población del país tiene antecedentes indígenas en sus genes, cosa que hizo reaccionar a algunas damas de sociedad, muy seguras de su linaje hispano o europeo.
Ese paradigma incluía, desde el siglo XIX, el supuesto de la superioridad de una raza blanca, un ideal en el imaginario de las clases dominantes que se filtró a las clases populares desde el siglo XIX estimulado por la ideología del Darwinismo Social, corriente que parte de una interpretación interesada de las teorías de Darwin sobre la evolución. Esa orientación también se reflejó en el sistema educativo nacional que sólo reconocía los derechos políticos, pero no los culturales de sociedades distintas, como las de los indígenas y los grupos que, todavía para los años cincuenta, eran considerados extraños, afroantillanos, chinos, indostaníes, judíos, quienes, sumados a la discriminación histórica hacia los indígenas, constituyeron grupos percibidos como distantes de la cultura nacional.
Chinos, indostaníes y judíos, prosperaron en un medio como el nuestro, históricamente volcado hacia el comercio, y lo hicieron según sus propias prácticas tradicionales, ocupando espacios o nichos vedados aún para las clases populares del país, pero los afroantillanos y la mayor parte de los afrohispanos no pudieron hacer lo mismo, porque en el fondo prevalecían las barreras propias de una cultura de corte colonial; aunque se diga que también ideológicamente el liberalismo propuso el derecho político como un derecho individual.
Afroantillanos y afrohispanos, tenían en su contra la condición de un somatotipo considerado inferior en el inconsciente colectivo de la sociedad hispanomestiza que aspiraba al ascenso social vía el blanqueamiento. El pluralismo y el multiculturalismo fueron en teoría la justificación de una supuesta democracia racial, pero no cultural, de una tolerancia, que según Rodrigo Miró, se constituyó en el “modo de ser del panameño”. Sé que estás ahí, te tolero, pero no necesariamente te acepto como par.
Bajo estas condiciones, los nuevos paradigmas de la interculturalidad proponen no solo el reconocimiento a la presencia o existencia de los grupos humanos hasta hoy considerados marginales, sino el principio de respeto a las diferencias en todas los espacios públicos y privados, proceso que debe desarrollarse no solo como un proceso natural de la convivencia entre pobres o clases medias, sino como un proceso inducido culturalmente desde la escuela.
La interculturalidad supone la horizontalidad entre las personas, la igualdad no solo política, sino social, cultural, para que las desigualdades económicas sean superadas basados en el principio de iguales oportunidades para todos, que evite los privilegios de clase, étnicos, o biológicos, cristalizados en prácticas políticas sutiles de segregación.
Este proceso, dicho de esta manera, pareciera lógico según la Constitución, pero resulta que todo el sistema ideológico de la sociedad sigue operando de acuerdo con el viejo modelo de nación en base a una cultura dominante que irradia sus valores sobre el resto de los demás grupos, propios de prácticas tales como, negar a una niña entrar a la escuela con moños ensortijados, o niñas gunas con sus molas aún en un territorio propio como guna Yala, o negarles el derecho a hablar su lengua, si tenemos en cuenta que una buena parte del magisterio esta numéricamente dominado por miembros de los sectores representativos de esa cultura dominante, que ha servido como matriz de la enseñanza del único modelo cultural aceptable.
Para estas personas, maestros, resulta todavía difícil aceptar la existencia de una sociedad considerada inferior, como los indígenas, que hable una lengua que no entiende, descalificada como dialecto, y que tenga prácticas que se consideren anómalas en el contexto cultural dominante.
Aun cuando la constitución establece la igualdad de todos los ciudadanos y proto ciudadanos, en la práctica esta igualdad se difumina cuando el sistema escolar tiende a segregarse en la apertura de numerosas escuelas privadas, algunas orientadas en principios étnicos y religiosos y otras en condiciones socioeconómicas imposibles de superar para la mayoría. Aun respetando el principio de igualdad social, aceptando estudiantes no miembros del grupo dominante, la probabilidad de una tolerancia y respeto a la diferencia depende del grado de tolerancia y respeto inducido a los hijos en el hogar, cuando deben comportarse como futuros ciudadanos.
La mayor parte de esos colegios han surgido en parte por las diferencias sociales propias del sistema social y económico vigente; pero también, porque el sistema educativo estatal se ha desvalorizado convirtiéndolo en un sistema de formación de una comunidad subalterna, la mayoría de la cual difícilmente tendría oportunidades en la competencia por la vida.
Lo anterior obliga a muchos padres que desean superar las limitaciones del sistema educativo público, enviando a sus hijos a colegios privados con los sacrificios económicos que ello implica, con algunas de las consecuencias propias de relaciones sociales desiguales, el bulling (ahora se llama así) o incluso la segregación por parte de los mismos profesores o maestros que se identifican más con la clase superior, a pesar de provenir ellos mismos de la misma clase que ahora margina.
La interculturalidad supone la preparación del maestro y profesor para regular o eliminar sus prejuicios sociales y culturales.
El autor es profesor de Historia y Antropología