Este viernes 20 de diciembre se conmemoran los 35 años de la invasión de Estados Unidos a Panamá. Hasta la fecha se ignora el número exacto de víctimas,...
- 03/01/2020 00:00
- 03/01/2020 00:00
La fiebre del oro de California (EEUU) fue prolífica en leyendas, como la de Bodie, entonces el pueblo minero más próspero del tosco Oeste. En 1878 alcanzó los 5,000 habitantes, tenía buenos restaurantes, sala de ópera, bancos, iglesias, escuelas y periódicos. Pero la bonanza escondía sus dolores.
Habían 65 salones para que los gambusinos gastaran su salario en licor y juego de naipes. Las peleas entre borrachos se arreglaban a tiros, por lo que era común que todos los días amaneciera un muerto en la calle, lo que se conocía —con naturalidad— como “el hombre del desayuno”.
El pueblo empezó a decaer en 1883 cuando hubo un éxodo masivo por el agotamiento de las minas y otras depresiones. Hoy solo hay 170 edificios en ruinas, frecuentados por turistas que pagan por conocer pueblos fantasma de Estados Unidos.
Panamá ya empieza a tener su “hombre del desayuno”. Es raro el día en que no aparezca un cadáver tirado en algún herbazal metropolitano o del interior del país. La ola de crimen también arrastra a las mujeres.
Estadísticas del Ministerio Público dan cuenta de alrededor de 400 homicidios en 2019, 20 femicidios, más de 6,000 delitos sexuales y miles de robos. La realidad no es tan grave como parece, es peor.
Son comunes las ejecuciones entre pandillas, descuartizamientos de mujeres, robo a ancianos, muertes por balas perdidas, riñas carcelarias (14 muertos y 15 heridos en una riña en La Joyita), desaparecidos, robo domiciliario, restos putrefactos, osamentas sin nombres, violaciones de mujeres y niños.
Casi a diario la televisión reporta las mismas escenas: vehículos fúnebres del Ministerio Público levantando cadáveres en los montes, luces rojas y azules de los patrullas de policía, los investigadores recogiendo pistas y el clásico testigo que escuchó disparos en la madrugada, pero no vio nada.
Con la misma fugacidad de la detonación de un magnum 44 o de la aterradora AK-47, se olvida el suceso, hasta la próxima tragedia. Este es el círculo vicioso que angustia al país. La policía, los fiscales y jueces dicen que hacen su trabajo, pero la crisis se agudiza.
¿Y qué del círculo familiar de las víctimas, los huérfanos, el hogar sin cabeza, la deserción escolar, el dolor y traumas dejados por una muerte repentina y violenta de gente en edad productiva?
Veamos la opinión de expertos sobre un tema apasionante.
Lastenia G. perdió un hijo de 18 años —hace una década— en un tiroteo entre bandas. Ya no le quedan lágrimas. “No se puede pasar la página, a diario recuerdo a Richard pegado al espejo embarrando su cabello de gel”.
Aún tiene fuerzas para dar un consejo: “No pierdas de vista a tus hijos. Si andan en malos pasos, enfréntalos. El amor puede más que las balas; si salvamos a un pandillero, salvamos a una familia”.
Ítalo Antinori Bolaños, abogado constitucionalista y primer defensor del Pueblo de Panamá, afirma que se han trastocado los valores y principios cristianos que fortalecen la familia, la ética y la moral. “Si no sembramos valores, ¿qué pretendemos cosechar?”.
Aboga por una política de Estado que regule la migración descontrolada del campo a la ciudad. Muchos interioranos vienen a las urbes a vivir en cinturones de pobreza y marginalidad, muchas veces en un entorno peligroso, que enseña a sus hijos a ser pandilleros y delincuentes.
“En cambio, en el interior la madre muchas veces no tenía que trabajar y permanecía en el hogar pendiente de la formación de sus hijos, aparte de que el ambiente es más sano”, agrega.
“Hoy, muchos niños no reciben una sólida formación moral en las familias ni en las escuelas. Con el paso de los años, llegan a posiciones importantes en el Estado y sus actuaciones corruptas no son más que el reflejo de lo poco o nada que les enseñamos en valores y principios”.
“El problema es serio y si la sociedad no presta atención al tema, esto se pondrá peor. Tenemos que hacer un foro nacional para hablar del asunto”, advirtió Antinori.
Por su lado, Bélgica Bernal, directora del Instituto de Criminología de la Universidad de Panamá (ICRUP), insiste en que la violencia y la criminalidad se han agudizado por la falta de valores morales.
Hace poco el Instituto realizó una jornada en la que se trataron temas que perjudican a los jóvenes en las calles: las heridas que ellos mismos se provocan, los embarazos precoces y la baja autoestima.
El ICRUP tiene un Centro de Atención Integral para adolescentes que formaron parte de alguna organización criminal o que han sido sacados de las calles y luego remitidos al Centro por las fiscalías de menores. Reciben terapia psicológica para reintegrarlos a la sociedad.
En tanto, la psicóloga clínica Geraldine Emiliani indica que en el hogar ocurren eventos negativos, como el choque de opiniones padres-hijos y las peleas entre chicos y grandes. Esto manda un mensaje negativo a los más pequeños, quienes al verse envueltos en conflictos, dentro o fuera de casa, los resuelven con agresiones que pueden terminar en muertes.
“Es algo aprendido. Ese tipo de comportamiento tiene su génesis en el seno familiar y se alimenta cuando vives en un área de mucha violencia, robos y asesinatos. Se pierde el respeto por la vida”, dice la psicóloga clínica.
Influye también el aspecto genético, la situación de generación en generación. Niños que desde pequeños muestran conductas agresivas, son muy inquietos, tanto es así que hay que medicarlos para controlar su intranquilidad y agresividad.
¿Qué pasa con los huérfanos que deja la violencia? Emiliani responde: “Quedan a merced de la ayuda de un familiar, de vecinos caritativos o en orfanatorios. Quedan a la buena de Dios”.
“Hay miles de maneras de ayudarlos. El problema radica en manos de quiénes quedan; de allí depende su futuro. Hay organizaciones sociales, Iglesias -católica y evangélica-, que ofrecen ayuda”.
“La violencia influye negativamente en la economía y el turismo, porque las personas temen visitar el país y se abstienen de salir a divertirse”, concluyó.
Juan Pablo Salas, docente universitario, señala que “el hogar es el laboratorio donde se practican relaciones sanas y ejemplos sustantivos para que el niño asimile valores, practique la comunicación asertiva y las buenas costumbres”.
“Las causas y las soluciones al flagelo de la violencia, que azota a las sociedades modernas, tenemos que buscarlas en la educación de la familia”.
Si el niño de hoy despierta, convive y juega en un entorno agresivo, violento, abusivo, obsceno, tóxico y acosador, esos serán sus patrones de conducta y comportamiento futuros.
“Debemos dar una mirada profunda y crítica a la educación que les estamos brindado a nuestros niños, hijos y jóvenes. Tenemos que ser mejores padres, guías, comunicadores, maestros, líderes”, afirmó Salas.
“Hay que evitar que los niños vean agresiones y maltrato entre sus progenitores, entre sus parientes; que aprendan mensajes agresivos, obscenos y soeces; que adquieran juegos violentos, discriminantes; que sean los medios de comunicación y las redes sociales los que determinen sus valores, carácter, conducta y hasta antivalores”, puntualizó el docente.
El problema de la violencia y la criminalidad es tan serio que sobrepasa la persecución y la represión: exige educación integral del niño, la familia y el entorno social. De no ser así, no será extraño toparse a diario con el macabro “hombre del desayuno”.