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- 19/03/2023 00:00
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La socióloga norteamericana Hilary Silver señaló que la exclusión es un problema que agrava el buen desenvolvimiento de la sociedad y se expresa cuando el Estado no resuelve las demandas económicas, políticas y sociales de los grupos humanos que poseen garantías jurídicas, reconocidas a un nivel constitucional. Para José Félix Tezanos, el término exclusión social es utilizado para referirse a personas que se encuentran fuera de las oportunidades vitales que definen la conquista de una ciudadanía social plena, que va desde el derecho a un mínimo de bienestar económico —acceso al trabajo—, seguridad, derecho de participar plenamente del patrimonio social, y a vivir de acuerdo con los estándares predominantes de la sociedad.
Ambos autores plantean que los procesos más crecientes de exclusión social tienen sus raíces en la crisis del Estado de bienestar y en la transformación de los sistemas de producción, que por su propia lógica de mercado conducen a un aumento de las asimetrías en la estructura de la sociedad, llevando cada vez más a grupos de sujetos a procesos de exclusión.
En el período que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a la crisis del petróleo (1945-1973), la región europea experimentó un crecimiento económico llamado los “treinta años gloriosos.” Por el lado de la demanda de trabajo, esta se objetivó en la reestructuración organizacional de las empresas y la introducción de los nuevos avances tecnológicos al proceso productivo. Por el lado de la oferta, se evidenció un aumento en el trabajo asalariado y una mayor incorporación de la mujer como población activa. El Estado garantizó una fuerte inversión en infraestructura, subvenciones y créditos en condiciones favorables para las empresas. Esto trajo como resultado incrementos en la productividad y el nacimiento de una sociedad de consumo ligada al aumento de salarios.
En este contexto, surge la categoría de exclusión como dimensión de análisis en las ciencias sociales. Su uso se popularizó en Francia a inicios de la década de 1970, en estudios de Pierre Massé y Rene Lenoir, este último en su libro Lex Exclus: un Francais sur dux. La interrogante gala era qué hacer con aquellos ciudadanos que permanecían al margen del crecimiento económico en aquella época de bonanza.
Entre 1950 y 1980 América Latina pasó por un proceso similar de crecimiento económico, auge en los mercados de trabajo y mayor centralidad del empleo formal, que absorbió a una importante fuerza laboral urbana, aumentando el acceso a seguridad social. Con la crisis de los ochenta y el agotamiento del modelo industrializador sustitutivo de importaciones se aplicaron programas de ajustes estructurales de corte neoliberal, tales como la reforma del Estado, las privatizaciones, las aperturas de mercado, los recortes al sector social que se pensó solucionarían el problema económico y de generación de empleo.
Sin embargo, más que generarlos, expulsó a miles de personas de los mercados formales, enviándoles a competir en el mercado informal por pequeños nichos de trabajo de subsistencia. Para el argentino José Nun, especialista en problemas de desarrollo económico, dentro de este grupo, hay una masa marginal —grandes grupos de personas que quedan excluidos del mercado de trabajo y sin posibilidad de entrar.
En Panamá, según datos de la Contraloría General de la República, el empleo asalariado pasó de 172,100 en 1970 a 376,701 en 1983, con una tasa de desempleo de 8.5%. La población que no logró ser absorbida por el nuevo orden económico, desarrolló formas de autoempleo de subsistencia. Las cifras del mercado laboral panameño dan cuenta que entre los años 1984 y 2004 el desempleo se mantuvo por encima del 13%.
Esto refuerza la tesis del economista Juan Pablo Pérez Sainz quien señala que “la globalización marcó tendencias excluyentes en el mercado laboral: precarización de las relaciones laborales, aumento de informalidad, y el desempleo que adquiere un carácter estructural”. En nuestro caso, a pesar de que descendió al 7.1% en el 2019, el sociólogo Dídimo Castillo evidenció un aumento de la precarización laboral, a partir de la medición de la calidad del empleo, de nuevas formas de contratación y de flexibilidad laboral.
Tras el covid 19, los ajustes al mercado de trabajo flexibilizaron aún más las relaciones de producción. Por el lado de la oferta, la inestabilidad, las pocas prestaciones sociales y los salarios bajos tienden a fragmentar el empleo asalariado. La demanda, aún no se estabiliza, y debido al temor al riesgo y a la volatilidad del mercado, el sistema se ha ajustado al costo-beneficio y expulsa a cientos de personas al sector informal. El Estado invierte en infraestructura vial y brinda subsidios económicos a la población vulnerable, ante la poca capacidad de generar políticas de empleos.
En el mundo laboral de hoy, el empleo asalariado —una relación contractual escrita—, acceso a seguridad social, décimo tercer mes y salarios adecuados dejó de ser el sector dominante de los últimos cincuenta años en el mercado laboral. Las oportunidades de trabajo que se generan se dan: Primero, desde los propios individuos, a partir de nuevas estrategias de sobrevivencia que se han sumado a las existentes. Por ejemplo, los trabajadores por cuenta propia asociados a la transformación digital: el transporte selectivo, entregas a domicilio, las ventas en línea, el uso del internet para facilitar acceso al mercado. Segundo, por medio de las nuevas relaciones contractuales: tercerización y contratos por servicios profesionales a prueba y sin prestaciones sociales.
La inaccesibilidad a espacios formales dentro del mercado de trabajo excluye a los sujetos de ingresos fijos, seguridad social básica, prestaciones, y ser sujeto a crédito. En el mercado de trabajo el sistema meritocrático no funciona, los altos niveles educativos no son suficientes para lograr una inserción adecuada en lo laboral y, en la mayoría de los casos las recomendaciones y los vínculos sociales son mecanismos que brindan mayor probabilidad de encontrar un empleo. Por lo que, en la sociedad de hoy las situaciones de carencias, desciudadanización e invisibilización, a criterio de Pérez Sáinz, inducen a los sectores marginados a no permanecer inertes, llegando a buscar refugio en la violencia, la migración, la religiosidad y la acción colectiva como respuesta para revertir la marginación.
El autor es docente e investigador de la Universidad de Panamá. Profesor del Departamento de Sociología