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- 13/07/2019 02:00
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En el año de su cumpleaños 500, la ciudad de Panamá se encuentra de fiesta. Y en apuros. En primer lugar, porque no se trata ya de una ciudad, sino de una ciudad grande, una metrópoli, que ha superado largamente sus límites administrativos: ya interviene en siete distritos, los cuatro de costumbre -Panamá, San Miguelito, Arraiján y La Chorrera- y otros tres -Colón, Chepo y Capira-, en los cuales tiene barrios: Buena Vista, Tanara y Villa Rosario, respectivamente. Esto significa que hace falta una actualización en el ámbito administrativo, un gobierno metropolitano para enfrentar los desafíos que desbordan los territorios de los alcaldes. Como cuando los niños crecen y no se les puede dar solo leche o seguirles poniendo pañales o pantalones cortos.
Hasta ahora, la única medida tomada en concordancia con la expansión de la ciudad es el Metro de Panamá, que, con las primeras tres líneas, conectará los cuatro distritos principales, lo que no es una sorpresa, pues el Metro es la contracción de lo metropolitano. Pero es necesario llevar el resto de la gestión de la ciudad grande a la escala grande.
En segundo lugar, los apuros de la ciudad pasan por una lista larga de problemas visibles: una zona dominante que concentra empleo y servicios rodeada de barriadas dormitorio al este, al norte y al oeste, lo que produce tranques cotidianos para entrar y salir del centro y transportes improvisados y, a veces, ‘artesanales' para llegar a cada casa. Derivado del diseño desconectado de estas barriadas, que se presentan como racimos de casitas, surgen grandes dificultades para brindar servicios apropiadamente. Por ejemplo, recolección de desechos, lo que produce ‘pataconcitos' y contaminación ambiental en todas las periferias; redes de telecomunicaciones y electricidad que se tornan telarañas nada atractivas (las telarañas son atractivas en la naturaleza, no en la ciudad o en el barrio). Pero también falta de agua, al punto que la promoción inmobiliaria ha llegado a anunciar proyectos residenciales con agua; drenajes inadecuados y, por consiguiente, inundaciones, que se han llevado barriadas enteras, como fue el caso de Prados del este.
Pues bien, todas estas manifestaciones, que a veces se simplifican con el calificativo de ‘caos urbano', son el producto de un crecimiento urbano descontrolado o, al menos, subestimado y atendido con medidas inadecuadas a la escala metropolitana. Y el resultado -una ciudad de más de 80 kilómetros de largo entre sus extremos este y oeste y con una densidad promedio de menos de 50 personas por hectárea -de las más desparramadas y menos densas del continente latinoamericano-, completamente horizontal, pues sus edificios altos ocupan si acaso el 2% de su superficie- el resultado, repito, es tan impactante, que nos ha dejado aturdidos y no sabemos cómo responder. Hasta ahora.
Y, por último, pero no por último menos importante, uno de los principales aprietos de esta ciudad de 500 años es que todos los problemas anteriores, que se pueden ver como desequilibrios en el espacio, se traducen en desequilibrios en la calidad de vida de sus habitantes, produciendo situaciones de desigualdad tan extremas, que prácticamente destruyen la idea del interés común. O que la reducen a un discurso idealista sin sentido.
Pero, como las decisiones sobre la organización de la ciudad, es decir, la política (en su sentido original) nos metió en esto, solo ella nos puede sacar. En el momento actual, una rara confluencia de acciones de planificación desde tres agencias públicas, el Metro, el Municipio de Panamá y el Ministerio de vivienda y ordenamiento territorial (MIVIOT), proponen medidas que se complementan para enfrentar el problema común de la ciudad desparramada, desconectada y desigual.
El Metro, con una red maestra que abarca toda el área metropolitana y se proyecta más allá de 2040 con 10 líneas, un tranvía en el Casco Antiguo y un metro-cable en San Miguelito y que, mostrando que va en serio, inauguró la línea 2 en junio. El municipio de Panamá, que ese mismo mes, presentó el primer plan de ordenamiento territorial al año 2030, realizado bajo la nueva Ley de descentralización.
Y el Miviot, que, también en junio, divulgó la actualización del Plan Metropolitano. Los tres concuerdan en tres acciones necesarias: contener la expansión urbana indefinida, desconcentrar el núcleo de actividades mixtas hacia la creación de nuevos centros (en Tocumen, Villa Zaita, Panamá Oeste, por ejemplo) y densificar la ciudad (más gente en menos espacio, que se traduce en más apartamentos y menos casitas).
El plan distrital es el más detallado, proponiendo límites urbanos, una clasificación de todo el suelo del distrito y nuevas normas, pero solo al distrito de Panamá. El plan metropolitano es el más abarcador, pues incluye las ciudades de Panamá y Colón. Y el Metro es el más concreto, pues ya funcionan dos líneas y ya le ha cambiado la vida a mucha gente. Estas propuestas se pueden resumir en una: todos contra la ciudad horizontal.
Desde la perspectiva de la planificación, el nuevo Gobierno se encuentra con una situación favorable, ya que dispone de tres flamantes instrumentos para orientar las decisiones del crecimiento de una ciudad en apuros. Además, ha traído de vuelta la idea de la planificación, en la presidencia o en el Ministerio de Economía y Finanzas. Con estos elementos, puede también hacer valer la idea, como lo dijo el presidente en su primer discurso, (y lo dice la Constitución) de que los intereses particulares deben subordinarse a los intereses nacionales. Al fin de cuentas, el urbanismo es política.
‘El caos es producto de un crecimiento urbano descontrolado o, al menos, subestimado',
ALVARO URIBE,
ARQUITECTO