La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 23/04/2023 00:00
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John Sadowsky, profesor de Liderazgo en la Grenoble Graduate School of Business, y profesor visitante en instituciones del más alto prestigio internacional, incluyendo el Institut d'Etudes Politiques de Paris, Stanford Graduate School of Business, la Academia Nacional de Economía (Rusia), y la Pontificia Universidad Católica Argentina, en su conferencia sobre “Liderazgo & Resultados”, comienza interrogándose a sí mismo el por qué Obama se convirtió rápidamente en un líder mientras que George Bush nunca llegó a serlo.
Se interesó por saber qué tenían en común Steve Jobs, Martin Luther King, y Gandhi, para llegar a la conclusión de que no hay patrones ni esquemas que puedan explicar sus éxitos, pero lo que sí tienen en común, según este escritor de varios libros sobre liderazgo y storytelling, es que todos ellos son grandes narradores, a los que él llama 'los storytelling': aprendieron a conocerse a sí mismos y a usar sus historias de identidad para incluir a la gente en sus sueños y contagiarles sus pasiones y sus esperanzas.
Por ejemplo, mientras Bush contaba una historia de poder para sí mismo, Obama supo inspirar al electorado con su historia personal; y comenta que Gandhi es un caso distinto, que no nació con el don del liderazgo, sino que se transformó en un maestro cuando decidió aprender de su propia experiencia y seguir los dictados de su corazón. Winston Churchill tampoco era un orador nato; el análisis minucioso de sus mensajes, el afán de simplificar las ideas para llegar al gran público y la práctica tenaz, fueron los ingredientes que lo convirtieron en el mejor orador del siglo XX. Martin Luther King, no fue el único que sufrió la discriminación racial en las décadas del 40 y 50. Lo que pudo hacer fue usar de una manera efectiva su historia de identidad, detectando los momentos esenciales de su vida y rescatando lecciones para comunicar a sus contemporáneos.
Sadowsky plantea que cualquier persona puede ser un líder si se lo propone y que el carisma no conduce al liderazgo. Por el contrario, es la pasión por liderar la que lleva al carisma. Para Sadowsky, el líder no nace, se hace. Mi hipótesis central es que el carisma tiene cierto grado de racionalidad y que puede ser explicado a través de cada cultura y de cada uno de los seguidores del líder. El carisma está relacionado al carisma de la religión, del liderazgo político, del populismo, y los movimientos sociales. La gran revolución del carisma tuvo lugar durante los años sesenta debido al uso de la televisión. Ésta ha transformado la morfología del carisma y la imagen pública de los políticos. A pesar de que no podamos concebir las relaciones sociales sin su presencia, el carisma tiene un lado no muy transparente porque puede convertirse en un peligro al servicio de demagogos e ideologías populistas y totalitarias. Así, un exceso de fascinación por el carisma puede ir en contra de la cultura política y del espíritu crítico de las democracias. No obstante, para un hacedor de imagen el carisma es un atributo necesario para todo tipo de líderes políticos democráticos, sin el cual los políticos no pueden triunfar electoramente.
En el lenguaje religioso, el carisma es el don y la gracia que tienen ciertos seres. En política, en cambio, éste se mide más por la capacidad de liderazgo. En coyunturas como la actual, en que los partidos y las ideologías no son los que movilizan a la gente, sino los líderes, el carisma es clave para ganar. Sin embargo, hay sus excepciones cuando hay líderes cuyo magnetismo personal es innato, como el caso de Barack Obama. Otros tienen que construirlo con esfuerzo.
En psicología, reconocemos a una persona carismática cuando tiene la habilidad de motivar o de entusiasmar a quienes les rodean con el objeto de alcanzar objetivos. Son personas admiradas y queridas por sus seguidores o por el contrario, odiadas por sus adversarios. Sin embargo, una persona carismática puede caerle bien a la gente que confían en ella y aceptan y defienden sus propuestas radicalmente. No obstante, poseer carisma no significa por ello ser “buena persona”, ya que muchos dictadores y déspotas crueles y sanguinarios a través de la historia han sido carismáticos.
Muchos autores plantean que se nace con carisma. Otros tantos, defienden la tesis de que el carisma se aprende como toda habilidad. Nosotros, especialistas en salud mental, pensamos que el ser humano como ente bio-psico-social requiere de un componente genético, de la predisposición mental y psicológica y de un aprendizaje social para desarrollar la condición carismática, así como el liderazgo.
También el carisma depende de las otras personas. Una persona puede ser carismática para algún grupo de la sociedad y una persona común y corriente para otro sector de la misma sociedad. Para personas consagradas a una causa, el carisma es una fuerza interna que se posee y que se desarrolla por el interés, la constancia, el esfuerzo y el ejemplo hacia los demás. Para estas personas no importa si se es pequeño de estatura, poco atractivo o agraciado, como la Madre Teresa de Calcuta o Mahatma Ghandi.
El líder que piensa que, con la beligerancia, la pugna, la refriega, la lucha, la enemistad y el combatir las ideas, al despotismo y la tiranía son los mecanismos inteligentes para subir o ascender en el plano sociopolítico, está totalmente equivocado. Esta conflagración social, se ha ido afianzando y generalizando en muchos mandatarios de países con regímenes autoritarios y se ha convertido en el culto a la contrariedad, a la rivalidad y a la enemistad. Para ellos, los demás deben aceptar sus puntos de vista y generalmente no aceptan estar equivocados. Tienen una marcada tendencia a menospreciar a las personas y son hipercríticos de quien piense o actúe diferente a su forma de comportarse. Sus opiniones y sus intereses son lo más importante en la vida y todos los seres que le rodean deben supeditarse a ellos. Presentan actitudes y conductas arrogantes, imperiosas, pedantes y altaneras.
El político que posee liderazgo y carisma convence con sus puntos de vista y tomando en cuenta la opinión de todos. No impone criterios, los discute, enseña, guía. Su autoridad no depende de un cargo o posición de jefatura sino de su autoridad moral y del respeto que siente hacia su propia persona. Entiende y está consciente que se puede equivocar, que la verdad absoluta no existe y que es vital reconocer la opinión de la mayoría. Aquellos con liderazgo político aceptan la decisión de la mayoría y luchan por mantener los grados de libertad del pueblo que dirigen.
La autora es Psicóloga Clínica.