El afinador agudo

Actualizado
  • 07/10/2016 02:00
Creado
  • 07/10/2016 02:00
El panameño Simón Yau lleva 26 años en el oficio de escuchar pianos. Su privilegiado oído, la principal herramienta de trabajo para identificar notas disonantes

Cada cierto tiempo, Simón Yau lanza un alfiler al aire y se regocija al escucharlo caer contra el piso. El ejercicio le confirma que su audición, la principal herramienta de su oficio, se mantiene intacta.

SIMON YAU

‘En ninguna de todas las restauraciones que se le han hecho al teatro, se ha tocado el cuarto de los pianos'.

Los cilios dentro de su aparato auditivo aún se estimulan al vibrar un sol en la séptima octava de los pianos que afina. Se agitan desde su cóclea, un caracol en el oído interno, que convierte la energía mecánica de las ondas sonoras en un mensaje que su cerebro puede interpretar.

Desenroscada, esa estructura anatómica se asemeja a las teclas del instrumento de cuerdas con el que trabaja Yau, asegura la otorrinolaringóloga Jolie Anna Crespo.

Sus sensibles microvellosidades se extienden sobre treinta milímetros de superficie, detectando los tonos graves en un extremo, pasando por los medios hasta alcanzar los agudos en el lado contrario.

Estos últimos son los primeros ‘pelillos' en deteriorarse. Cuando ocurre, las notas más finas del piano no se distinguen con facilidad. La mitad de los mayores de 65 años ya ha experimentado ese deterioro, así como los que se exponen a ruidos estrepitosos a lo largo de su vida.

Por eso Yau evita las discotecas. Y mientras su oído capte el golpe del fino clavo metálico al tocar el pavimento, no irá al doctor.

—Al revisar un piano me doy cuenta fácilmente si lo afinó alguien de cierta edad. Es común que los mayores de setenta años afinen las últimas tres octavas demasiado alto, tratando de escuchar esos sonidos, asegura.

EL VISITADOR DE PIANOS

Para hacer su trabajo, Yau sale de casa con un maletín negro marca Wilson, donde lleva sus herramientas, y se monta en el asiento de pasajero de su Jeep Cherokee.

Su sobrino es quien lo conduce de una afinación a otra, entre tres y seis por semana, con excepción de los meses de verano, cuando la demanda disminuye. En cualquier caso, Yau prefiere no conducir. Admite ser tan distraído que ocasionaría accidentes con frecuencia.

Sentado frente a un piano, la cosa cambia. Su atención lo percibe todo: el rumor del aire acondicionado, el timbre de la puerta, o los carros al pasar tras la ventana.

—Cuando un pianista se sienta frente al piano en un concierto, no empieza a tocar de inmediato. Es como si esperara a que le entrara un espíritu, relata Yau. Después de eso, no puede equivocarse. Algo parecido, confiesa a este diario, le sucede a él.

Para su cita con el piano a la que nos convoca lleva puesta corbata, pero solo porque sabe que será fotografiado. La chaqueta gris que lo abriga sí es parte del uniforme diario. Le molesta sentir tan bruscamente el trópico tras pasar 90 minutos (el tiempo que emplea por consulta) en un cuarto refrigerado. Tampoco se permite resfriarse ni ofuscarse con nadie antes de afinar. Afectaría su capacidad de escuchar los ‘colores' del sonido con los que trabaja. Ese sonido detrás del sonido que solo un oído muy entrenado puede captar.

Frente a sí reposa un Kawai de concierto de principios de los años setenta. Toma su llave de afinación y se asoma al bastidor, donde se reúnen el clavijero con sus 230 clavijas y respectivas cuerdas de acero. Empieza por la sección central del instrumento, la de mayor uso y la que más rápido desafina. Cada tecla de esta parte reclama tres cuerdas que deben sonar igual para lograr una nota uniforme.

Antes de empezar, coloca una larga cinta de fieltro rojo entre los aceros. Con sus dedos regordetes, presiona la tecla correspondiente al ‘La 440', así, con nombre propio, cinco teclas blancas a la derecha del do central del instrumento. El material carmesí silencia las dos cuerdas laterales de esta nota, para que Yau solo escuche vibrar a la del medio, la matriz.

—La, la, la, la, la, la

Con minúsculos movimientos de su llave ajusta la tensión de la clavija al tiempo que continúa hundiendo el marfil, —la, la, la, la, la, la— hasta lograr una nota impecable. Luego retira ágilmente el fieltro y afina las dos cuerdas restantes por unísono, antes de pasar al siguiente trío. Empieza por el la no de casualidad. En 1936, el American Standards Association recomendó que esta nota se afinara a 440 Hz. La frecuencia se convirtió en la referencia para afinar instrumentos musicales alrededor del mundo.

Ahora, sin embargo, los instrumentos tienen más capacidad y pueden elevarse a una mayor frecuencia, como en el caso del Kawai.

Dispuesto a demostrarlo, Yau extrae de su Wilson un diapasón y lo golpea contra una superficie sólida, al tiempo que lo acerca a mi oído. Se escucha el tono uniforme que emite al vibrar a una frecuencia de 440 Hz/s.

Lo golpea nuevamente, mientras presiona ‘La 440'. Esta vez se percibe un pulso por segundo, indicativo de que el piano está afinado a un beat más alto: 441 Hz.

VOCACIÓN O DESTINO

Hace veintiséis años que Simón Yau hace brillar los pianos de Panamá, como uno de los muy escasos profesionales capacitados para afinar ese instrumento en el istmo. Si se enumeraran con los dedos de una mano, sobrarían dedos.

La fascinación que desarrolló por el instrumento en su juventud lo llevó a convertirse en el primer latinoamericano admitido en la Academia Técnica de Pianos Yamaha, en Hamamatsu, Japón. Allí, además del entrenamiento estándar en afinación y restauración de pianos, Yau se familiarizó con los secretos del fabricante: procesos de elaboración, técnicas de ajuste, el secado de la madera. Fue elegido para entrenar a los técnicos de Yamaha en América Latina, a lo que se dedicó por diez años.

Pero mucho antes de vivir en Japón, a Yau —chino, francés y chiricano— el destino se lo encontró en Río Abajo. En una iglesia gospel de la calle 6, donde encontró el que sería su primer piano.

—Un primo mío quería tener un piano, pero no contaba con los recursos para comprarlo, relata. Fue entonces cuando supo que aquella iglesia se mudaba de espacio y vendía un pequeño piano vertical. Su estado era deplorable, pero por $30 se lo llevaron y Yau se propuso arreglarlo.

—Me puse a analizar sus partes y su funcionamiento. Visité la Biblioteca Nacional, y otros lugares donde pensé que conseguiría información para el trabajo, pero sin suerte, recuerda.

Le recomendaron conversar con el profesor Jaime Ingram, de quien solo obtuvo un nombre: Guillermo Herrera y Franco.

—Era un famoso distribuidor de pianos Steinway, pero no sabía dónde vivía ni cómo contactarlo. Busqué en el directorio telefónico a todos los ‘Herrera y Franco' que había y los llamé, hasta que lo encontré, dice.

Aunque el contacto le ofreció amplia literatura acerca del tema, no consiguió salvar el piano. Pero Yau ya se había enganchado y por tres años se entrenó con un tutor de Yamaha en el país. Fue con su recomendación que luego terminaría en Hamamatsu. Y empleó otros seis años para completar sus estudios como técnico y restaurador.

Recuerda esa época como una temporada de retos constantes. Lo sometían a frecuentes pruebas cronometradas, pues debía ser capaz de solucionar sobre la marcha cualquier problema que tuviera el instrumento.

LOS PIANOS CONSENTIDOS

Hace pocos años, Simón Yau restauró el Kawai que afina hoy. Pertenece a la Fundación Danilo Pérez, por una donación de la Florida State University, que no tenía un buen lugar donde mantenerlo.

—Estaba en muy mal estado, pero se pudo recuperar. Le cambiamos todo, apunta.

Ahora está consentido. Se afina frecuentemente y reposa en una habitación fresca, sin fluctuaciones de humedad.

Pero el piano más mimado del país está en el Teatro Ateneo en la Ciudad Del Saber, asegura la pianista Margarita Troetsch, secretaria de la Asociación de Pianistas de Panamá. Se trata de un Yamaha C7 adquirido en 2012.

—Guardamos el piano en un almacén que se construyó especialmente para él, un anexo al camerino del Ateneo. Quien nos asesoró fue Simón Yau, confirma Eduardo Araújo, vicepresidente de Comunicaciones.

Lamentablemente, estos pianos son la excepción en el país y la clientela de Yau se limita en su mayoría a particulares, escuelas o iglesias. En el Estado, la historia es distinta.

Al tocar el tema, la sonrisa fácil del afinador se nubla. Los cuatro pianos del Teatro Nacional no reciben el mantenimiento correcto desde hace mucho tiempo, se lamenta.

—En ninguna de todas las restauraciones que se le han hecho al teatro, se ha tocado el cuarto de los pianos, revela. El agua se mete por las ventanas y ninguno de los deshumidificadores funciona. Los pianos están sometidos a mucha diferencia de humedad y la madera se resiente.

Entre ellos se encuentra un Steinway, adquirido por el profesor Ingram durante el mandato del expresidente Demetrio Lakas y del general Omar Torrijos, para el entonces recién fundado Instituto Nacional de Cultura (Inac).

—Es un piano de unos 200 mil dólares, pero está en muy mal estado, subraya el técnico, quien considera que el instrumento ha llegado a tal punto de deterioro que más que mantenimiento requiere una restauración completa.

Según Yau, los pianos del Instituto Nacional de Música y la Universidad de Panamá también merecen mayor atención. Es fundamental que se mantengan en óptimo estado porque son utilizados para enseñar, una etapa crucial en la que se consolidan los primeros conceptos musicales del estudiante, recalca.

A mediados del mes pasado llegó al país un nuevo piano de cola de concierto: un Yamaha CFX. Sobre él desplegarán su talento los 23 jóvenes pianistas de catorce países que competirán en el Concurso Internacional de Piano de Panamá, que se celebrará a partir del 10 de octubre, por primera vez en el Domo de la Universidad de Panamá, ya que el Teatro Nacional se encuentra cerrado por restauración. Aunque este no hubiera sido un condicionante, hacía falta un nuevo piano, sostiene Yau.

—Para un concurso se requieren condiciones perfectas, corrobora Troetsch. ‘Los pianistas no se van a preparar por tanto tiempo para que aquí el instrumento no responda. No podemos quedar mal por un piano, acotó.

GUSTOS DE PIANISTA

Los sonidos del piano

Muchos pianistas tienen gustos particulares en cuanto al sonido que manejan, sobre todo los pianistas clásicos. Algunos prefieren que su instrumento suene más meloso y otros favorecen un sonido más brillante. Esto se logra a través de procesos sobre los martillos del piano, que son hechos con lana de oveja. ‘Para lograr un sonido brillante, el técnico hace un procedimiento que se llama ‘voicing'. El martillo se lija para darle más dureza a la superficie y se logra un sonido un poco más metálico', explica Simón Yau. ‘Si queremos un sonido más cálido o redondo, se utiliza una herramienta que tiene unas agujas para mullir el martillo'.

Sin embargo, según el restaurador de pianos, generalmente se trabaja un sonido estándar que complazca a la mayoría de los pianistas.

‘Es muy extraño que pianistas exijan un sonido específico, como fue en el caso de Vladimir Horowitz que viajaba con piano y su técnico, Franz Mohr', asegura Yau.

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