Ciclistas, atletas, patinadores y paseantes de la capital colombiana tienen una cita infaltable desde hace 50 años: la ciclovía de los domingos y festivos,...
- 28/02/2020 00:00
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Era marzo de 1960, en la iglesia San Juan Bautista de Aguadulce de Coclé. Se iniciaba el nuevo ciclo de doctrina sabatina. Las miradas de 15 niños –entre 8 y 10 años– estaban fijas en un hombrón que oraba entre el claroscuro del altar.
La plegaria, en latín, se esparcía por el templo con fragancia de incienso. El extraño, vestido con una sotana gastada y cremosa, hizo una venia y se presentó: “Soy el padre Carlos Pérez Herrera, su maestro de catecismo”.
Los chiquillos permanecían de pie, un gesto de respeto a los visitantes. El monaguillo Noli Degracia (hoy un prominente médico) distribuyó –con decoro y discreción– libros de catecismo.
Ese primer día habló de valores éticos y morales. Para empatizar, con una sonrisita de quiebre labial, dijo que los “golpes de tablilla” (robar monedas de las repisas hogareñas) eran pecado grave. Esto generó una seguidilla de miradas entrecruzadas.
Su charla siempre fue sincera y amena. Con pícaras y edulcoradas anécdotas, Carlos se ganó el corazón de todos. Insistía en temas sociales, de justicia, honestidad, tolerancia, respeto, decencia, solidaridad, gratitud y caridad.
Al final de la doctrina, Carlos despidió –a uno por uno– con un abrazo y golpes de dedo índice en la frente: “Nunca olvides los valores morales”. Y se fue al altar, pero esta vez no iba solo.
Lo que se aprende en la niñez perdura en el disco duro. La escuela y el hogar son escenarios de enseñanzas que quedan tatuados en el corazón.
Otro maestro de valores era Aquiles 'Quille' Vásquez, profesor de religión del colegio Rodolfo Chiari de Aguadulce.
Una vez pidió a sus alumnos que llevaran los lunes tres buenas acciones hechas el fin semana. Este fue el resultado del primer reporte: 24 habían ayudado a ancianas a cruzar la calle, otros pasaron las 48 horas bajando gatos de los árboles y soltando pájaros de jaulas.
Quille no se rindió. Cambió la táctica. Pidió acciones por el bien propio y de algún habitante del distrito. La campaña elevó la autoestima discipular y activó el buen samaritano que todos llevamos dentro.
José Domingo Ampudia, profesor de educación física, organizaba ligas infantiles de béisbol. Para entrar a un equipo había dos requisitos: tener buenas notas o superar los fracasos.
Ponía en revista militar a peloteros y equipos (Springfield, Callao, Spalding, Spur Cola, Fuerza y Luz...). Cuando sonaba el pito de tránsito, advertía: “Nada de trampas, mucha caballerosidad, sean humildes en la victoria y dignos en la derrota”.
Eran otros tiempos para enseñar valores. Hoy, con la revolución digital, la tarea es más dura.
Viviana, psicóloga, quien pidió reserva de su nombre, cuenta el drama en un restaurante de comida rápida. Un niño, como de seis años, ignoraba las papitas que nadaban en una piscina de salsa. Estaba absorto en el celular, veía un video en el que madre e hijo competían en gritos y palabras obscenas.
En un conato de valentía, la madre osó quitarle el aparato y obligarlo a comer. Y ardió Troya: el salero y la cajita feliz volaron por los aires; entró a patadas a las sillas; gritaba y estrellaba, repetidas veces, un pequeño dinosaurio plástico contra el piso.
La señora devolvió el móvil al tirano, que ya preparaba la segunda andanada de malcriadez. Usar el celular y la televisión como nanas trae esos lodos, explicó Viviana.
La chilena María del Pilar Sordo, psicóloga y escritora, dijo en una conferencia: “Hoy nosotros ponemos los celulares antes que los platos, se ha perdido el espacio de hablar en la mesa porque todos estamos pendientes del teléfono”.
Valeria Maduro, periodista y escritora, autora del libro Trampa al tiempo, afirma que mucha gente piensa que los valores éticos y morales son un tema pasado de moda, con reglas, límites y compromisos que coartan su libertad.
“Más allá de enseñar lo que creemos como valores firmes, heredados de un adulto responsable, está la manera en que estos se practican mientras el mundo evoluciona. Como sociedad, somos conscientes de que los buenos principios han existido desde los inicios de la humanidad”.
Los valores nacen –desde niños– en el seno familiar, y hay que reforzarlos a lo largo de la vida. “Me parece importante que en todas las asignaturas de estudio se incluya este tema, como una iniciativa y aporte de cada docente y no como algo obligatorio”.
“Desde el aprendizaje se deben tener herramientas de experiencias enriquecedoras –con apps de vida– que conecten con una generación que está en constante evolución”, señaló.
El adulto es responsable de enseñar valores a sus hijos. Algunos padres justifican la mala crianza: “No hay un manual de cómo criar a los hijos”. Así habla Felipe J. M. cuando se refiere al tema.
Según él, en este mundo abundan los “falsos profetas” que se ponen a dar buenos consejos cuando se han cansado de dar malos ejemplos.
“Hay padres, jugadores de caballos, que modelan con una pinta de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra, pero cuando el hijo se rebautiza con su primera borrachera, se rasgan las vestiduras: ¡Atrás Satanás...sal demonio!”.
Felipe vive en La Chorrera. Se une al tranque a las 4:00 de la mañana y regresa a casa a las 9:00 de la noche.
Por lo regular llega cansado, hambriento, sediento, mareado. Prepara un emparedado de mortadela, que acompaña con la avena que dejó su esposa antes de salir al almacén donde trabaja.
A las 11:00 de la noche van a dormir. Las horas libres de los fines semanas las dedican a lavar la ropa, ir a la iglesia, y esperar a que los hijos salgan de la cancha de fútbol para hablar de valores y ética a sus tres vástagos (14, 11 y 9 años). La recompensa: una pizza familiar.
Dijo que enseñar valores a los hijos, nietos, sobrinos no es una opción sino una obligación. “Si crías cuervos, recibirás picotazos”.
Aclaró que la autoridad del hogar es de los padres, en común acuerdo. Y si no está el padre, la madre asume el mando.
Expertos en psicología familiar han identificado algunos errores perjudiciales a la hora de inculcar valores, como la falta de unidad de criterio de los padres; la sobreprotección, donde los crían como parásitos, reyes de la casa e incapaces de asumir las consecuencias de sus decisiones; menospreciar a los hijos con bombazos a la autoestima; la pereza; las sanciones desproporcionadas como golpear con saña; compararlos con otros hermanos; establecer límites desde la crianza temprana, ya que es duro, casi imposible, enderezar árboles que crecieron torcidos, como los tamarindos de Taboga; querer ser amigo de los hijos y dejar de tener autoridad; los malos ejemplos de padres que exigen decencia a sus hijos, pero cuando van al volante manotean, traquean la puerta del carro y amenazan hasta de muerte a los demás automovilistas, con una clara incongruencia entre lo que se dice y lo que se hace; hacer a los hijos mayores antes de tiempo, acortar la infancia de los niños, que actúen como adultos.
Terminamos con un pensamiento de Roy Disney (hermano mayor de Walt Disney): “No es difícil tomar decisiones cuando sabes cuáles son tus valores”.