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- 16/02/2018 01:00
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Una noche cualquiera en la avenida de Los Mártires, antigua 4 de Julio. Los carros se apretujan unos contra otros en una feroz lucha por avanzar hacia las ciudades dormitorio de Panamá Oeste. El paso elevado del centro de la vía empieza a activarse. En un descanso de la escalera aparece un hombre de piel ennegrecida por el sucio, ojos cansados y vidriosos como de pescado, dispuesto a defender su patrimonio: un viejo cartón y una almohada mugrienta. Desde su desdentada boca empuja unas palabras apenas audibles: ‘no me hagan daño... soy Diógenes... de Chilibre'.
Cerca de importantes oficinas públicas y privadas, el puente elevado permanece como un poema a la miseria, desidia y abandono total. La maleza alfombra el piso y en cada rincón funciona un servicio público. El insoportable hedor a berrinche inunda el ambiente y espanta a los que pretenden cruzar la transitada vía. El escenario es patético: condones regados por doquier, esterillas de paja, restos de botellas de licor, pedazos de tela de lo que fue un pañuelo, envases de comida rápida, etc.
Rolan, policía jubilado, dijo que en las noches el olvidado puente (no confundir con el que está al lado del Banco de Desarrollo Agropecuario) se convierte en un burdel. ‘Allí se congregan prostitutas, homosexuales, ladrones, enfermos, caminantes desconocidos, amantes clandestinos. Muchos indigentes hacen sus necesidades a pleno día. Algunos son agresivos'.
LA HORA DE LOS HÉROES
La antigua 4 de Julio (todavía hay gente que la llama así) fue la arteria aorta de la lucha por la soberanía nacional. Desde 1914, cuando se inauguró el Canal de Panamá, se convirtió en la frontera entre Estados Unidos y Panamá. Una infame cerca de alambre ciclón puso distancia.
Durante las décadas de 1940, 50, 60 y principios de los 70, vivió una envidiable bonanza económica. Su esplendor comercial solo era comparable con el de la avenida Central. Había negocios pujantes de la talla de Gran Morrison, Pizzería Napoli, Seguros Simpson, la Casa de los Manteles. Reinaban los centros nocturnos, como el Ancon Inn, el Abrigo Rojo, las cantinas Nick y Búfalo, El Óvalo, Las Vegas, entre otros.
En esta cosmopolita franja de concreto, hoy golpeada por la indiferencia nacional, se fusionaron culturas de América Latina y el Norte. La historia aún guarda las pisadas del bisoño soldado de Kentucky cuando cruzaba la calle presuroso, afanado por aprovechar su día libre con una dama de compañía.
Perdura el recuerdo del paisano, vendedor de carne en palito, quien en las madrugadas abanicaba los debilitados carbones de la parrilla, para sacar unos dólares más. También ha sido campo de batalla del Instituto Nacional en sus cruzadas por la soberanía nacional y las causas sociales.
Durante los sangrientos episodios del 9 de enero de 1964, la calle se convirtió en una sola trinchera. Oleadas de panameños, sin distinción de raza ni clase social, ofrendaron sus pechos para rescatar la plena soberanía en la antigua Zona del Canal. La superioridad armada del extranjero se compensó con la valentía de los nacionales.
¡QUÉ SOLAS SE QUEDAN LAS CALLES!
Ahora la avenida de Los Mártires no es ni la sombra de sus tiempos de apogeo. En la ruta se observan rentas en precarias condiciones, mientras que las marquesinas de algunos inmuebles son vitrinas de basura y hierba. Los balcones están garabateados, sucios al extremo, son tendederos llenos de colorida ropa. Hay muchos edificios en ruinas, convertidos en el hábitat ideal para alimañas de toda laya. Las paredes del Instituto Nacional están descuidadas, incluyendo las de su histórico gimnasio.
ESPLENDOR DE LA ÉPOCA
Su mejor época fue en los años 1940, 50, 60 y principios de los 70.
Había negocios pujantes de la talla de Gran Morrison, Pizzería Napoli, Seguros Simpson, la Casa de los Manteles, además de centros nocturnos como el Ancon Inn, las cantinas Nick y Búfalo, El Óvalo, etc.
A lo largo se destaca la galería de murales y grafitis, pintados y con mensajes llamativos: ‘Aguiluchos mantened la cabeza bien alta cual pura sangre y no sumisa cual asno de carga', ‘Mártires, que no los borre el olvido'. La patriota Diana Morán eternizó una consigna: ‘En la espalda de Ascanio (Arosemena) se arman las legiones'.
Es tanta la suciedad que un ciudadano indio, propietario de la Casa de los Manteles, costea el aseo de las aceras cercanas a su local. Nada queda del elegante jardín ‘El Rancho', de Rubén Navarro. Era punto de encuentro para la celebración de eventos de la alta sociedad, y también de sus famosos juegos de bingo. En la década de 1960 era común ver su estacionamiento lleno de autos ‘cola de pato', algunos descapotables y con llantas pintadas de blanco.
En el sector también hay pequeñas fondas y puestos de buhonería que atienden a las marejadas de pasajeros provenientes de la provincia de Panamá Oeste, que se bajan diariamente en la parada del Instituto Nacional.
AVENIDA DE ESPERANZAS
Es justo reconocer que el estado físico de la vía es bueno, al igual que la iluminación. El problema, según sus vecinos, es la inseguridad del área, el abandono de muchos inmuebles y el poco valor histórico que se le da.
No todo está perdido. La emblemática empresa Seguros Simpson, fundada en 1960 por el jamaiquino George Simpson y su esposa colonense Jean de Simpson, apuesta por la recuperación económica de la zona. La compañía se creó para prestar servicios a los ‘americanos'. Hoy concentra su actividad en los corregimientos de Santa Ana y El Chorrillo.
Jorge P. Simpson, hijo de los fundadores de la empresa, indicó a La Estrella de Panamá que se ha descuidado mucho el mantenimiento de la avenida y de las áreas revertidas. ‘Nosotros visualizamos que el área va a despegar; resurgirá como la avenida Balboa cuando se construyó la Cinta Costera. Hay señales, como la construcción de nuevos locales por parte de una importante empresa antes ubicada en la vía. Agregó que ‘al área le falta amor' y no se toma en cuenta que esta es la primera postal que ven los turistas nacionales y extranjeros.
Al final de la vía, en el límite con Huerta Sandoval y El Chorrillo, hay un pequeño vergel en el que se destaca un enorme árbol de corotú. Se desconoce cuántos años tiene este faro natural de la flora canalera, ni como ha logrado escapar de las dentelladas de las motosierras del progreso urbano.
CONCIENCIA NACIONAL
Por su lado, Carlos Guevara Mann, internacionalista, analista político e historiador, señala: ‘En tiempos en que se tenía en mayor consideración la estética urbana, la (antigua) Avenida 4 de Julio era una de las vías más elegantes de Panamá. Sus almacenes y centros nocturnos, estratégicamente situados para captar la clientela procedente de la Zona del Canal, eran visitados con asiduidad por panameños y extranjeros'.
‘Era una arteria llena de vida, que adquirió mayor simbolismo para los panameños a partir de la gesta nacionalista de 1964. Medio siglo después el estado desastroso de esas vías es profundamente lamentable'.
Guevara Mann hizo un llamado: ‘Por el bien de nuestra conciencia nacional y de la estética citadina, urge rescatar lo que aún queda de aquél sector, antes tan vibrante, de nuestra capital'.
Allá, en el corazón de la avenida de Los Mártires, queda el paso elevado de Diógenes y de sus compañeros de penurias. Ellos son como fantasmas, existen pero nadie los puede ver. Y en esa telaraña de hierros cruzados, perdurará un grafiti con un dramático mensaje: ‘Los mártires no se lloran, se imitan en el combate'.