El número de víctimas mortales por la dana en la provincia de Valencia se eleva a 212, de las que 183 están ya plenamente identificadas, según el último...
- 25/12/2021 00:00
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Publicado originalmente el 13 de diciembre de 2003.
Hoy es 13 de diciembre. Hace 35 años, un día como hoy, ingresaba detenido a la cárcel Modelo. Para unos el 13 es fecha concitadora de malsanos presagios, pero para otros, un día así trae grandes cantidades de reencuentros. Al ser recluido en el último piso de la Modelo, sentí que por la ventana fluía la conocida refrescante brisa de diciembre. La memoria conserva intactos los vasos comunicantes del hoy con el ayer. La brisa de la Modelo me llevaba a mi pueblo. Volví a sentir el aire que bajaba de la montaña del norte penonomeño. Al tornarse más recia, ligeramente huracanada, mi aposento estaba en Boquete. Viento fuerte, trepidante, así es el viento del diciembre boqueteño. Pero la realidad me convidaba a ubicar mi pensamiento en los hechos del momento.
Ese 13 de diciembre llegué en avión a la ciudad de David. De allí me trasladaría a Puerto Armuelles para reanudar las negociaciones de la convención colectiva del sindicato bananero con la empresa. Al trasladarme del aeropuerto a la ciudad, observé que un automóvil me seguía. No le di importancia, pero ya en calle Cuarta unos policías, vestidos de civil, me informaron que su mayor deseaba conversar conmigo. Me llevaron al cuartel y comencé a esperar el inicio de la conversación. La espera duró tres meses. Me trasladaron esposado, como si fuera un vulgar delincuente, a Panamá. En Santiago de Veraguas, el capitán Achurra ordenó que me quitaran las esposas. A mi familia, Boris Martínez le informó que estaba preso por razones de seguridad, dada mi ascendencia en las bananeras y en la Universidad. En efecto, era el abogado de los trabajadores y por ese motivo me colocaron la etiqueta de comunista. Luego de una vida consagrada a la lucha por la democracia, todavía muchos piensan que tengo un diablo rojo debajo de mi sotana de sacerdote laico. La etiqueta me la zarandeaba todos los días el difunto Jorge Carrasco a través de la cadena nacional RPC radio.
El primer día de mi cautiverio fue muy tenso porque en su noche recibí la noticia de la clausura de la Universidad. La indignación y la impotencia se apoderaron de mí. Sentí que un manto tenebroso verde olivo se iba a extender sobre todo el país porque nadie podía concebir la clausura de la primera casa de estudios.
El día 14, muy temprano, el jefe del cuartel, el capitán Ayala, me dijo que Omar Torrijos, uno de los dirigentes del golpe militar, venía a hablar conmigo. Tuve, como se dice, el pálpito de que sería puesto en libertad. Fue el segundo pálpito de esperanza semejante. El primero fue terriblemente frustrante. Al llegar a Panamá primero me ubicaron en el Cuartel Central, en una minúscula celda llena de grandes ratones blancos y golosos. A medianoche me sacaron de allí y un policía me preguntó que dónde vivía. Pensé que se iniciaba un reparto a domicilio. Subí a la “chota” y me senté junto a la puerta de entrada. De inmediato recibí un golpe en el hombro y un empujón más severo acompañado de una frase cuartelaria que no admitía dudas: “Zúrrate al final”. Mi esperanza de libertad se hizo trizas en el acto.
Al amanecer me vestí, con mi saco y mi corbata. Pero Torrijos nunca apareció. Fue una espera inútil. Al atardecer, cuando el sol cuelga en el ocaso, guindé los aparejos en una percha ad hoc que ostentaba un solo clavo. Allí permaneció durante tres meses y jamás se me ocurrió volverme a poner el vestido ni nunca más esperé la visita de alguno de los líderes golpistas.
A partir de aquel 14 de diciembre comencé a adaptarme resignadamente a mi situación e inicié un proceso de observación de la vida interior del cuartel. La personalidad y los casos de muchos detenidos, quienes de opositores pasaron luego a burócratas del régimen militar, fueron materia de mis estudios y algún día divulgaré lo que está quedando en el tintero.
El 18 de diciembre comenzó a hacernos compañía como prisionero monseñor Juan de Dios Porcell, recientemente fallecido. El golpe militar había topado con la Iglesia. Su ingreso, con todo y sotana, causó gran sorpresa a toda la población de la Modelo. Monseñor rápidamente se apoderó del escenario.
El día 22 de diciembre, monseñor me dijo: “Debo salir de hoy a mañana porque el arzobispo Tomás Clavel ha expresado a los militares que si no me ponen en libertad, no habrá Misa del Gallo en las iglesias de la República”. Y dicho y hecho. Al salir el día 23 en libertad, monseñor Porcell fue despedido con aplausos tan cariñosos como generalizados. Al enterarme en estos días de su muerte, renové aquellos aplausos de diciembre de 1968, y en la próxima Misa del Gallo concurriré a ella y pediré por la paz eterna del arzobispo Clavel y de monseñor Porcell, dos víctimas de la dictadura militar.
Me imagino que la actitud levantada del arzobispo Clavel determinó en alguna medida su separación, nunca explicada, de la máxima silla de la Iglesia panameña. Curiosamente los cuarteles y la derecha oligárquica celebraron el cese del arzobispo Clavel. Posteriormente murió del corazón, creo que de tristeza, fuera del país.
No fue hasta el 13 de marzo de 1969 que recobré la libertad. Por ironías, cuando iba saliendo de mi celda entraba a esta como prisionero el capitán Achurra, el mismo que tuvo la nobleza en Santiago de Veraguas de ordenar que me quitaran las esposas. Le regalé todas las revistas que había acumulado durante tres meses. En la cárcel la lectura quita del pensamiento las esposas del tedio y de la obstinación.
Treinta y cinco años han pasado de aquella fecha y si bien es cierto que conservo la serenidad del aquel 13 de diciembre, la naturaleza, igualmente, nos sigue brindando la imperecedera norteña que agobia a los árboles y despierta los recuerdos.