La reunión de este miércoles 13 de noviembre en la Casa Blanca entre el presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden, y el mandatario electo, Donald...
- 05/10/2024 00:00
- 04/10/2024 18:51
Gracias a la misión didáctica de los medios de comunicación, la sociedad cada día se democratiza más. Es un desarrollo casi invisible, pero se evidencia en la toma de conciencia del deber por defender los valores de esa democracia. También se pone de manifiesto en la creciente democratización de los partidos, a pesar de los lastres que riñen con la buena conducta. Desde luego, existen otros factores que contribuyen a la democratización. Es tan importante la vigorosidad democrática de la sociedad, como el fortalecimiento de los partidos. Son ideales del sistema representativo y lo son más dentro del sistema participativo.
En las llamadas primarias se han dado pasos gigantes contra el poder hegemónico de las camarillas internas de las colectividades políticas. En cierto modo, superamos las prácticas de los partidos democráticos de América. En el pasado inmediato, durante la existencia de “la patria vieja”, los candidatos presidenciales eran generalmente escogidos por el presidente saliente. En los inicios de la “patria nueva”, es decir, durante la dictadura militar, los presidentes serán impuestos por el Estado Mayor. Hoy casi todas las malas mañas del pasado han sido abolidas.
En cuanto a la democratización de la sociedad, debe ser reconocido el papel de los medios de comunicación. Ese papel ha sido perfeccionado con los llamados programas de opinión. En el pasado existían programas con voces individuales, casi sin confrontaciones. Hoy y desde hace algunos años son programas más colectivos, polémicos, dedicados al encuentro de una verdad o de una solución. La sociedad ha sido beneficiaria. Es, así mismo, lo que se observa en la prensa escrita. La publicación permanente de opiniones diversas y contrarias ha servido a la formación de un criterio social sobre los problemas del país. Lo mismo ocurre con las secciones informativas, siempre alertas en la defensa de los valores. El papel de La Prensa, por ejemplo, de divulgación y análisis de todo atentado a la democracia es encomiable, sobre todo por su constancia. Sus combativas páginas contra los decretos remilitarizadores han despertado la conciencia dormida de los ciudadanos y de los civilistas.
Lo que viene expuesto explica por qué la sociedad se democratiza y por qué los partidos dejaron de ser internamente totalitarios y han abierto sus puertas a la participación popular. Este detalle explica, igualmente, por qué todo régimen dictatorial embiste a los medios y a los partidos, o los clausura o los domestica. Se debe recordar que, al iniciarse la dictadura militar, el primer paso tomado por ella fue clausurar la existencia de los partidos y exiliar o encarcelar a sus dirigentes. Igual incursión de fuerzas se hizo contra los medios de comunicación que no se adhirieron a la política golpista.
Lo ocurrido con El Panamá América, al ser tomado por el gobierno militar, es prueba símbolo de la intolerancia que toda dictadura ejerce contra los medios libres. Igual suceso se registró contra algunas emisoras, como las que fueron destruidas y silenciadas.
En la línea del fortalecimiento de la democracia, en nuestro medio han existido otros avances institucionales, controvertidos, pero con propósitos positivos. La revocatoria de mandato es uno de ellos. Se puso freno a la deslealtad de los diputados o a la costumbre de convertir en un papel negociable las credenciales otorgadas por los electores. En el pasado se dieron mayorías parlamentarias que abandonaron a un mandatario depuesto o en desgracia y sin rubor se adhirieron al mandatario golpista. Ese vicio lo ha tratado de detener, a veces con éxito, la llamada revocatoria. Esa institución debe ser perfeccionada para que la deslealtad no tenga más fuerza que la libre identificación con los propósitos o programas o líneas políticas de un partido.
Ahora se ha sancionado al tránsfuga. Últimamente se venía generalizando la costumbre de abandonar su partido para inscribirse en otro con el objeto de lograr una postulación a un puesto de elección popular. Esa costumbre ha sido repudiada por la ley y el transfuguismo tiene hoy una sanción, la cual consiste en impedir que el traidor al partido alcance una candidatura en otro colectivo.
Son maneras de consolidar la democracia por vías de la moralización política. Esta medida debe ser aplaudida y debe ser mantenida, porque quienes medran a la sombra del oportunismo no cesarán en sus esfuerzos para derogar la nueva norma purificadora.
En estas materias, de profundo contenido ético, quedan algunos problemas pendientes. Unos se refieren a los privilegios de los partidos políticos, como el financiamiento de los mismos a cargo del Tesoro Nacional. Se trata de un tema espinoso que tiene apoyos y rechazos. Pero no es correcto que un proyecto político que tiene por objeto la toma del poder sea financiado por el Tesoro Nacional.
Otro problema se refiere a los privilegios otorgados a los diputados y a la tendencia a abultar los presupuestos para mantener múltiples cuadrillas de asesores, que, en verdad, son simples pitanzas partidaristas. Todo esto hace que la sociedad que se democratiza piense que hace falta igualdad en el comportamiento ciudadano.
En fin, gracias a la opinión, a la voz hablada y escrita, los cambios democratizadores aparentemente invisibles están estructurando un nuevo Estado, una nueva sociedad y un nuevo hombre panameño. Todo, a pesar de tantos pesares.