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- 23/03/2025 00:00
La ética, dice Adela Cortina, es un tipo de saber que pretende orientar las acciones de los seres humanos. Entendida como filosofía moral, su papel es reflexionar “sobre las distintas morales y sobre los distintos modos de justificar racionalmente la vida moral”. Esto quiere decir que, contrario a lo que comúnmente se piensa, en un grupo humano determinado pueden existir y coexistir distintas morales o formas de conducirse, y la reflexión sobre esas morales puede servir “como orientación para quienes pretendan obrar racionalmente en el conjunto de la vida entera”.
Sabiendo que no existe una única posibilidad moral para conducir nuestras vidas, Cortina también nos indica en su libro Ética que esta rama de la filosofía es un saber práctico, y que para comprender mejor su importancia vale considerar la distinción aristotélica entre los saberes teóricos, poéticos y prácticos: los saberes teóricos son los saberes descriptivos, aquellos que muestran lo que hay, lo que es y sucede. En este grupo caben las distintas ciencias de la naturaleza y “Aristóteles decía que versan sobre lo que no puede ser de otra manera (...) porque el sol calienta, los animales respiran, el agua se evapora”, etcétera.
Los saberes poéticos y prácticos se refieren a “lo que puede ser de otra manera”: los primeros son los conocimientos que sirven para guiar la fabricación de algo (un mueble, un cuadro, cualquier artefacto útil); los segundos “son aquellos que tratan de orientarnos sobre qué debemos hacer para conducir nuestra vida de un modo bueno y justo, cómo debemos actuar, qué decisión es la más correcta en cada caso concreto para que la propia vida sea buena en su conjunto. Tratan sobre lo que debe haber, sobre lo que debería ser, sobre lo que sería bueno que sucediera, conforme a alguna concepción del bien humano”.
Tal como explica Cortina, en los tiempos de Aristóteles el bien guardaba íntima relación con la noción de felicidad. Actualmente, la preocupación central de las distintas corrientes éticas es la justicia, por lo que la pregunta necesaria debería ser cuáles son los deberes morales básicos que deben regir una sociedad para que sea posible una convivencia justa y en paz. El objetivo sigue siendo el mismo —ser feliz—, y ello pasa por el tamiz de la justicia y la consecución de la paz. Es decir, la felicidad social se obtiene en tanto se obre con justicia.
Como ya se dijo, en una sociedad pueden existir distintas doctrinas morales. Cortina menciona, por ejemplo, la moral católica, la moral comunista, la moral protestante y la moral anarquista. Para los tiempos que vivimos, deberíamos pensar también en la moral neoliberal.
Cortina también menciona que, si bien en principio, la ética o la filosofía moral no se identifica con ningún código moral determinado, “esto no significa que permanezca “neutral” ante los distintos códigos morales que hayan existido o puedan existir”, sencillamente porque no es posible tal neutralidad o “asepsia axiológica”: “los métodos y objetivos propios de la ética la compromete con ciertos valores y la obligan a denunciar algunos códigos morales” cuando estos sean incorrectos o inhumanos, lo mismo que a pronunciarse cuando encuentre que otros son “razonables, recomendables o incluso excelentes”.
Hablemos entonces de la moral neoliberal. El economista y teólogo Franz Hinkelammert (1931-2023) dijo que, en el neoliberalismo, el mercado se concibe como un dios, porque lo cree suficiente para la consecución del equilibrio y de la competencia perfecta, lo que su vez se traduce —necesariamente, según esta visión moral— en riqueza para todos, en la medida en que cada cual se esfuerce para hacer parte de ella. El problema es que, al proceder según dicta esta moral, la economía —que también es un saber práctico—, se desentiende de sus funciones y “de cualquier compromiso con la vida humana concreta, la que ya no es más que un subproducto de la totalización de las relaciones mercantiles”.
En sociedades en las que prima la moral neoliberal, “los derechos humanos se agotan en el derecho de propiedad”, pero, más aún, las crisis sociales y económicas resultantes no son consecuencia de la adopción de políticas que se desentienden de lo humano, sino de la intervención de los Estados: “de esta manera se invierten todos los términos. Hay desempleo porque la política del pleno empleo y de protección laboral lo provoca. Hay pauperización porque la política de redistribución de ingresos destruye los incentivos y lleva, por tanto, a un producto social menor que empobrece (...) y la crisis del medio ambiente existe porque no se ha privatizado suficientemente el medio ambiente”. El filósofo Enrique Dussel (1934-2023) señaló que actuar moralmente significa “producir, reproducir y aumentar responsablemente la vida concreta de cada singular humano, de cada comunidad a la que pertenezca, que inevitablemente es una vida cultural e histórica, desde una comprensión de la felicidad que se comparte pulsional y solidariamente, teniendo como referencia última a toda la humanidad, a toda la vida en el Planeta”.
¿Qué quiere decir esto? Que tal vez convenga repensar la realidad. Que tal vez valga poner más cuidado a las palabras y a las narrativas que escuchamos a diario, que de pronto apuntan a eso que Hinkelammert menciona como inversión de todos los términos. Que tal vez buena parte de la problemática actual se deba a la “fetichización” del sistema, refiriéndose a la moral del sistema neoliberal que promueve el individualismo, la acumulación y el ecocidio mientras se disfraza de liberalismo culto.
Cortina establece que la ética, como rama de la filosofía, tiene tres funciones: aclarar qué es lo moral y cuáles son sus rasgos específicos; fundamentar la moralidad o tratar de averiguar por qué es importante vivir moralmente; y aplicar las dos funciones anteriores para promover “una moral crítica (racionalmente fundamentada), en lugar de un código moral dogmáticamente impuesto”. En este sentido, ¿qué tan críticos somos, moralmente hablando, con las decisiones que toman nuestros gobiernos?