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- 23/06/2021 00:00
Tránsito a un nuevo modelo académico
El premio nobel Paul Samuelson, en su libro Principios de economía, nos enseñó que los factores de producción eran tres: tierra, trabajo y capital. Sin embargo, en los últimos decenios del siglo XX, a ellos se les adicionó la tecnología, que le ha permitido a la sociedad, el tránsito de la primera era industrial a la actual del conocimiento, centrada en las TIC (tecnologías de la información y del conocimiento).
Esta transformación provoca con ello ingentes cambios sociales, económicos y culturales, que caracterizan a las comunidades contemporáneas, que, como diría Heráclito, gira y por tanto cambia y no regresa, como el agua de los ríos.
La educación en general y la del tercer nivel, en particular, no se escapan de dichas transformaciones y con la irrupción de la pandemia de la COVID-19, ello ha sido muchos más drástico. Así, tanto los que enseñan como los que aprenden, han visto sus roles alterados y que hace pasar de las actividades consuetudinarias y clase presenciales a modalidades y clases virtuales en línea.
Es decir, de la noche a la mañana se han alterado las condiciones del proceso de enseñanzas-aprendizaje, para las que no estábamos debidamente preparados para este nuevo escenario y convertirnos no pocos “centennials” en casi analfabetos digitales. Se ha requerido, por ende, de una adaptación y concienciación de dichos ajustes paradigmáticos, así como un adiestramiento urgente que nos permita enfrentar esos nuevos retos.
La capacitación inherente debe permitir la adquisición de conocimientos actualizados y habilidades en estrategias docentes, así como de una pléyade de herramientas “online”, para la producción de materiales didácticos de apoyo y productos innovadores, que permitan y estimulen en los estudiantes fortalecer la construcción de su propio saber y finalmente maximizar la tecnología, al conocer sus fortalezas y debilidades.
En el caso de la Universidad de Panamá (UP), se verificó un entrenamiento en línea de Google Classroom, así como en otras plataformas, pero los instructores asumieron una amplia base de información y habilidades virtuales, que no muchos poseían y que, en el mejor de los casos, fueron suplidos o complementados por familiares próximos, para finalizar con éxito dicha preparación.
El “neoparadigma” virtual ha demandado del personal docente mayores recursos temporales (se trabaja el doble o el triple), recursos financieros propios para potenciar la memoria de internet, inclusive la adquisición de mejores computadoras y teléfonos inteligentes con mayor capacidad de archivos, para poder satisfacer la mayor demanda que implican las clases a distancia. Simplemente, se cambió el modelo y, por tanto, la forma de brindar las clases sin ninguna contraprestación a cambio.
Sin embargo, el uso de las TIC no está exento de obstáculos como la mala conexión a internet, los frecuentes apagones eléctricos de las eficientes empresas privatizadas, que afectan tanto a la comunidad académica que se involucra en el proceso; así como la falta de capacitación de los profesores para las clases en línea.
Los estudiantes también se ven limitados por la posesión de la tecnología requerida: computadores, tabletas y teléfonos inteligentes, entre otros, así como las limitaciones económicas de los hogares de la mayoría de los estudiantes de este centro académico.
La política social del Estado, en relación con la educación a distancia, tampoco es tan clara. Sin embargo, la propia administración de la Universidad de Panamá le ha dispensado una ayuda al estudiantado y sus familias a través de la exoneración de la exigua matrícula en los últimos semestres, inclusive en el verano 2020.
Todos estos factores deben conducir a una política hacia la enseñanza en la atmósfera de la virtualidad y con prácticas que sean más eficientes. La concepción de la presencia de los actores ha cambiado y se debe establecer un sistema que sea tan efectivo como el anterior; es el reto que tenemos por delante en este panorama novedoso.