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- 29/09/2021 00:00
Tiempos de maleantes
Los noticieros han estado muy ocupados en estos días con informaciones sobre todo tipo de incidentes relacionados con hechos delictivos. Asesinatos de gente vinculada a bandas; detenciones de colaboradores de empresas o entidades, quienes actúan en tareas que generan conflictos de intereses; personalidades que, pese a sus fortunas, declaran que caminan por la indigencia y hay hasta quienes se apropian de medicinas institucionales para negociarlas por fuera.
Parece que se jugara póker y resultara ganador quien exhibe las “mejores” cartas, al presentar un “full” de las piezas más valiosas en cuanto a valores de la germanía: los rufianes más talentosos que han podido surgir, y pulular, ante una sociedad con endeble sistema de administración de justicia. Si bien, el aparato legal tiende a la procuración de medidas para contener las acciones punibles, se hace creciente la oleada de hechos cada vez más graves.
¿Será el tiempo de los maleantes? Una visión pesimista lo afirmaría y que no se puede hacer mayor cosa, por considerar que es inevitable en el desarrollo. Otro planteamiento, más optimista, propondría planes para trabajar en dirección a opciones preventivas, con el objetivo de alcanzar niveles aceptables de convivencia, donde las respuestas de promoción del espíritu humano sean mayores que los desatinos.
Lo que asombra es la dimensión que adquieren estos acontecimientos, a los que me he referido en principio. Habría que preguntarse si los humanos tenemos esa parte negativa en nuestras conductas y si ella es innata; y allí habría que remitirse a aquellos grandes pensadores: Rousseau, Hobbes, Locke y hasta los clásicos Sócrates y Platón, quienes estudiaron aspectos cruciales de la vida en grupo y su decantación hacia la política.
Cesare Lombroso, uno de los máximos exponentes de la Escuela Positiva Italiana del último tercio del siglo XIX, exponía que una persona está determinada a cometer delitos por causas hereditarias. Habría que considerar el alcance y vigencia de tales ideas hoy; porque alguien podría tener un padre muy humilde, dedicado a trabajos cotidianos, como la agricultura o la pesca, y eso no se refleja en una trayectoria desviada de enriquecimiento ilícito, por ejemplo.
Este notable estudioso también hizo una clasificación de tipos delincuenciales propios de su época. Él encontró que existen, por lo menos, seis tipos: los criminales natos (nacidos con los patrones propios de esta tendencia); delincuentes locos (aquellos que no pueden controlarse y exhiben actitudes desquiciadas); el moral (que no puede esconder sus actos y los presenta como normales); el epiléptico (que pierde el sentido de sus acciones, luego de una crisis).
También está el pasional (con desenfrenos que le hacen imposible controlarse) y el ocasional (que se desenvuelve solo cuando ve una oportunidad precisa y conveniente). Existen condiciones especiales cuando estos individuos se desempeñan en posiciones de poder de cualquier naturaleza; entre ellas, política, empresarial, cultural y hasta religiosa. Algunos, sucumben, aunque se desenvuelvan en pequeños espacios de mando o dominio.
Cualquiera hablaría de aplicar disposiciones normativas con mayor fuerza o, como se dice ahora, vigorosas. Pero resulta que estas personalidades han aprendido a doblar tanto las reglas (como si fueran de plástico) y saben hasta dónde hacerlo para que no les afecten en sus planes desmedidos. Tienen la capacidad de involucrar a otros con ciertas facilidades, con el “salpique”, recomendaciones y toda clase de estímulos.
La historia de una nación no puede ser el recuento de episodios penosos. No se puede saltar a una fama en que se pronuncie el nombre del país y, al lado, el término que designe los despropósitos y que hacen que cuando alguien intervenga en algún tipo de emprendimiento, los demás digan: “él viene del territorio famoso por tal o cual práctica”.
Debemos salir de estos desagradables escenarios con estrategias basadas en perspectivas intachables y poderosamente decentes. Parece simple, pero es más complicado.