• 15/01/2025 00:00

Soy Donald, negociador y actor

¿Ustedes ya tienen claro que la carga de 180 rutas marítimas confluye en el Canal? ¿Saben que el 40 % de esta va desde los centros de producción asiáticos...?

Panameños: me llamo Donald, presidente de Estados Unidos y mi guerra comercial con China afectará los ingresos que la ACP aporta a la economía panameña. Nadie me gana negociando. Arrincono y desinformo para lograr mis resultados. Doblego a mi contraparte, según el caso, con el guante blanco de la generosidad o la manopla de acero del miedo.

El 22 de diciembre insulté a Panamá al amenazar su canal, pues dije al mundo que los estadounidenses fuimos tontos al cederlo y mi misión es recuperarlo. Es un tema que mezcla mi interés personal con el de carácter estratégico de mi país.

También soy un actor. Comprendo perfectamente a mi elector y monto un espectáculo adecuando mis palabras a sus sentimientos. Mi eslogan, “Hacer grande a Estados Unidos de nuevo”, parece superficial. En realidad es un manifiesto profundo que sale del corazón de la base política que me adora. Son estadounidenses blancos de clase media y baja entre 45 y 65 años, sin título universitario, hastiados por el cambio de nuestra economía, que fue una de fábricas y trabajo físico y ahora está orientada a servicios. No les favorece a ellos, sino a gente urbana y educada. Les digo a mis electores que todo es culpa de China y los hago felices ofreciéndoles protección de ella.

Para que ustedes comprendan mejor mis intenciones, es necesario repasar la historia. En 1949 rompimos relaciones con China, cuando Mao Zedong, fundador allá del partido comunista, estableció la República Popular tras vencer a Chiang Kaishek, un líder nacionalista aliado nuestro. Le forzó a huir a Taipéi donde fundó Taiwán.

El presidente Richard Nixon cambió todo en 1972. China y nosotros teníamos en Rusia un enemigo común. Mao lo invitó a Pekín, Nixon aceptó y finalizó un embargo comercial de 21 años, inaugurando la era en se convertirían en la fábrica del mundo.

En 1979, Deng Xiaoping, sucesor de Mao, se sacó de la manga un fascinante experimento económico: el “capitalismo con características chinas”. Sabiendo lo que venía, un año antes, en Guadeloupe, una encantadora isla francesa caribeña, el recién fallecido presidente Carter se reunió a conversarlo con sus colegas de Francia, Alemania e Inglaterra.

El experimento chino fue exitoso, porque tenían millones de personas dispuestas a trabajar por centavos. Además, la revolución de los containers de transporte marítimo movía bienes a bajo costo. Adicionalmente, los políticos de mi país bajaron los aranceles a la importación de productos chinos y no impidieron que nuestras empresas fabricaran allá, destruyendo empleos aquí.

En 2001, todo quedó más jodido para nosotros con la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio. Su base industrial, encaminada gracias a Deng, tuvo abiertas entonces las puertas del mundo. Eso coincidió con el inicio de la administración panameña del Canal, impulsando para ustedes un crecimiento espectacular de 18 años, hasta la pandemia.

¿Ustedes ya tienen claro que la carga de 180 rutas marítimas confluye en el Canal? ¿Saben que el 40 % de esta va desde los centros de producción asiáticos (China, Corea y Japón), hacia mis centros de consumo (Nueva York, Georgia, Florida y Texas)?

Ayer conocí a un panameño que es mi vecino en Mar-a-Lago. Su carácter frío y analítico me causó respeto. Dijo que él no se distrae con mis bravuconerías y piensa que Panamá debe prepararse para lo que viene porque, como ya dije, mi enfrentamiento con China afectará los ingresos de la ACP y sus aportes al Estado panameño. Son 2.700 millones anuales, monto similar al costo anual de los subsidios que el Estado regala a la población.

En vista de que subiré entre 10 % y 60 % los aranceles de importación que le cobrará mi país a los productos chinos, mi vecino cree que el gabinete logístico, presidido por el ministro Icaza, seguramente pondrá a sus mejores mentes a medir las consecuencias.

Algunos aducen que mi esfuerzo será inútil por un asunto de escalas, pues China produce un tercio de la manufactura global y ese es un porcentaje colosal, imposible de batir. ¡Ya veremos...! Mientras tanto, me aseguraré de que Kevin Marino y José Miguel Alemán, embajadores en nuestros respectivos países, no se aburran ni un minuto, porque yo seguiré con mis arrebatos.

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