• 01/06/2010 02:00

Enseñanzas de un joven rico

Salía Jesús de una ciudad y se ponía en camino hacia otro lugar, cuando vino un joven corriendo y se detuvo ante Él. Los evangelistas qu...

Salía Jesús de una ciudad y se ponía en camino hacia otro lugar, cuando vino un joven corriendo y se detuvo ante Él. Los evangelistas que nos relatan el suceso nos dicen que era de buena posición social. Se arrodilló a sus pies y le hizo una pregunta fundamental para todo ser humano: Maestro, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?

Es un diálogo abierto, en el que Jesús comienza dándole una respuesta general: Guarda los mandamientos. Y los enumera: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás... El joven respondió: Maestro, todo esto lo he practicado desde mi adolescencia... ¿Qué me falta aún? Es la pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez ante el desencanto íntimo de las cosas que siendo buenas no acaban de llenar el corazón, y ante la vida que va pasando sin apagar esa sed oculta que no se sacia.

Por eso lo miró complacido y con una voz que tendría entonación particular, le dijo: Una cosa te falta aún. Una sola. ¡Con qué expectación aguardaría aquel joven la respuesta del Maestro! Era, sin duda, lo más importante que iba a oír en toda su existencia. Vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres. Luego ven y sígueme. Era una invitación a entregarse por entero al Señor. No esperaba esto aquel joven. Los planes de Dios no siempre coinciden con nuestros sueños. Los proyectos divinos, de una forma u otra, siempre pasan por el desprendimiento de todo aquello que nos ata. Para seguir un camino de espiritualidad necesitamos tener el alma libre.

Dios llama a todos: a sanos y enfermos; a personas con grandes cualidades y a las de capacidad modesta; a los que poseen riquezas y a los que sufren estrecheces; a los jóvenes, a los ancianos y a los de edad madura. Cada hombre, cada mujer debe saber descubrir el camino peculiar al que Dios le llama. Y a todos nos llama a la generosidad, al desprendimiento, a la entrega; a todos nos dice en nuestro interior: ven y sígueme.

Este joven había creído haberlo alcanzado todo, solo porque cumplía los mandamientos de la Ley. Pero cuando Jesús le pone delante una entrega completa se descubre lo mucho que está apegado a sus cosas y el poco amor a la voluntad de Dios. También hoy se repite esta escena. ¿Qué me dices de ese que frecuenta templos y asiste a misas, que es de vida limpia y buen trabajador, pero que no encaja, porque cuando le hablas de sacrificio y apostolado se entristece y se va? ¿O de aquel político que acumula riquezas y no se digna en compartirla con los más necesitados? ¿O de ese gobernante que, mientras ostenta el poder, lucha por amasar fortunas, pensando que en el más allá podrá hacer uso de ella? No te preocupes. No es un fracaso de ellos: es, a la letra, la escena de la propia realidad del hombre que se entristece al saber que debe vender todo cuanto tiene, dárselo a los pobres y seguir el camino de Dios.

La llamada de Dios a seguirle de cerca exige una actitud de respuesta continua, porque Él, en sus diferentes llamamientos, pide una correspondencia dócil y generosa. Por eso debemos ponernos con frecuencia cara a cara con Él, sin anonimato, y preguntarle, como este joven: ¿Qué me falta?, ¿qué camino quieres que siga? Seamos sinceros, quien tiene verdaderos deseos de llegar, llega a conocer con claridad los caminos de Dios.

Aquel joven se levantó del suelo, esquivó aquella mirada de Jesús y su invitación a una vida honda de amor, y se marchó con la tristeza señalada en el rostro. El instinto nos indica que la negativa de aquel momento fue definitiva y nos revela el motivo de aquel rechazo a la Gracia: tenía muchos bienes y estaba muy apegado a ellos. Después de este incidente, la comitiva emprende su camino. Pero antes, o quizás mientras recorren los primeros pasos, Jesús, mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Ellos quedaron impresionados por sus palabras. Y el Señor repitió con más fuerza: Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.

Hemos de considerar con atención la enseñanza de esta cita y aplicarla a nuestra vida. Hoy puede ser una buena ocasión para que examinemos valientemente en la intimidad qué nos mueve en nuestro actuar y dónde tenemos puesto el corazón. Si frenamos la tendencia a gastar, si evitamos los gastos superfluos, si no nos creamos falsa necesidades de las que podríamos prescindir con un poco de buena voluntad, si nos esforzamos por no ceder en los caprichos, si cuidamos con esmero las cosas de nuestro hogar y los bienes que usamos, si actuamos con la conciencia clara de ser solo administradores que han de dar cuenta a su verdadero Dueño, si llevamos con alegría las incomodidades y la falta de medios, si somos generosos en dar a los más necesitados y en el sostenimiento de obras buenas, si nos privamos de cosas que nos agradaría poseer..., solo así viviremos con la alegría y la libertad necesaria para ser seguidores de una espiritualidad infinita en medio del tormentoso mundo actual. Ese debe ser nuestro supremo ideal; no marcharnos como aquel joven, con el alma impregnada de profunda tristeza, porque no supo desprenderse de unos bienes de escaso valor ante la inmensa riqueza del Señor.

*Empresario.rcarles@cableonda.net

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