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El papa Francisco, en su reflexión ilustrativa sobre el sentido correcto de lo que es el espíritu navideño, hecha la semana pasada, hace notar la ironía, la “balanza tan incoherente” de nuestra sociedad “cristiana” actual “donde un saco de regalos pesa más que una cruz [...] dar regalos es bueno, pero lo mejor es un presente, ser amigo, ser compañero, permitir que nuestros ojos no vean solo a nosotros mismos [...] porque no sirve de nada orar si no existe acción [y finalmente recomienda] que vivas en Navidad todo el año, todo el tiempo”. (Papa Francisco, reflexión de Navidad, 2024).
En efecto, el papa está aludiendo a la sociedad mercantilizada en la que estamos inmersos, las relaciones sociales de producción y consumo todo se lleva al extremo de convertir en mercancía a sus productos, a lo que resulta de tales relaciones, pero para un propósito, viabilizar el máximo de ganancias de quienes producen, comercializan y financian dichos productos. De aquí el fomento del consumismo, esa actitud compulsiva por adquirir todos los bienes que ofrece el mercado, por un lado, y por otro, de amasar o acumular riquezas, convirtiendo en mercancía todo lo que les sea posible...incluido los fondos de pensiones y ahorros de la población.
Aquí, lo más sensitivo no es tanto que se establezcan relaciones mercantilizadas per se, sino la conversión de bienes, dinero, servicios, en mercancías destinadas a la acumulación individualista de ganancias. Decir individualista es aquí lo mismo que decir “na pa nadie, todo pa mí y los míos”.
Así, afirmar como nuestro papa que este saco de regalos pesa más que una cruz, nos remite directamente a la realidad actual en que preferimos lo más fácil -dinero fácil, bienes de obtención fácil, ganancias fáciles- que indudablemente no requieren del esfuerzo particular ni colectivo que significa una cruz.
Pues bien, al escuchar las argumentaciones y leer el articulado del proyecto de ley de la CSS, podemos ver reflejada la esencia de lo contrario de lo que es el sentido del espíritu navideño explicado por el papa Francisco. Es decir, como rasgos principales, están la mercantilización de las pensiones -la creación de cuentas individuales manejadas por agentes dedicados a usar ahorros de otros para su provecho pecuniario, antes que la seguridad de favorecer una pensión digna para la población cotizante de menores ingresos. Estas agencias privadas operan contrario a lo que denuncia respetuosamente el papa, sus ojos -intereses- solo se ven a sí mismos. ¿Qué suele pasar cada vez que alguno de los fondos de inversión donde estas agencias colocan los ahorros de los cotizantes y ellas quiebran? Por un lado, el costo se lo trasladan al ahorrista; por otro lado, el resto de los ciudadanos contribuyentes de impuestos terminan aportando a través de los llamados “rescates” a las entidades financieras, cientos -y varios casos miles- de millones de dólares.
Dijo el papa, “no sirve de nada orar si no existe acción” (op cit), lo que coincide con la sentencia evangélica que señala que “por sus hechos los reconocerán”. Cuando el diputado Eduardo Camacho del propio partido de gobierno -no sé ya que tanto- propuso dar una mano amiga a los aspirantes a pensionarse por vejez no elevando la edad de retiro esos tres años que propone el proyecto gubernamental a cambio de que los banqueros privados compartan algo de sus multimillonarias ganancias por los préstamos que se hacen entre los bancos con los ahorros de sus clientes, sus funcionarios bancarios en el gobierno fueron los primeros que salieron rechazando tal idea, rechazo que respaldó el propio presidente Mulino al descalificar la propuesta de este diputado y sus copartidarios en la Asamblea. Ciertamente, aquí las acciones observan lo que denuncia el papa, los dueños del sector financiero tienen ojos solo para mirarse a sí mismos, a sus intereses. Las argumentaciones y sustentaciones técnicas de las organizaciones sociales laborales y de la pequeña empresa han sido olímpicamente ignoradas por el sector privado financiero y sus funcionarios gubernamentales.
Así, el proyecto oficialista y del sector financiero que lo avala, no está imbuido del espíritu navideño, que debe tenerse no solamente en estas fechas de diciembre hasta el 6 de enero, sino en toda obra, en todo momento, en todo el año, como nos interpela el hermano mayor Francisco. Creo que aún queda tiempo para rectificarlo, si se piensa y actúa por los habitantes del país.