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- 14/02/2024 00:00
¿Otra pandemia?
Temor, incertidumbre, muerte, encierro y restricciones: La economía se frenó; ocultó la libertad su rostro y exhaló herido el desarrollo. La voluntad política nada tuvo que ver en su origen; más bien en su control. La memoria popular se ha nublado, con excepción de quienes perdieron familiares y amigos. La campaña electoral absorberá nuestra atención en los próximos tres meses. Se enfrentan fuerzas que constituyen los diversos intereses que históricamente han echado raíces en este reino de lo disímil. La pandémica tragedia reaparece en su esencia aterradora en el horizonte inmediato. Esta vez, entre los sectores políticos en carrera, con nitidez, encontraremos al culpable.
La dinámica económica no es una complejidad que se maneja con promesas. El empleo, la producción de riqueza, el combate a la pobreza, el aumento de la productividad, la promoción de inversiones, fijar prioridades de desarrollo, el crecimiento, el hoy de la capacidad de compra del asalariado y de pago del Estado, el mercado crediticio, mantener el grado de inversión, operar la deuda pública y demás componentes de esa afanosa estructura, son realidades contundentes cuya dirección debe ser responsabilidad de un equipo con visión de país, con respaldo nacional y permanente, capacidad corporativa y política, custodiados por una organización fuerte que tenga canales activos de enriquecimiento teórico. En Panamá no estamos para hacer una bolsa de funcionarios de diferentes corrientes políticas bajo la excusa de “gobernar con los mejores”; eslogan que en nuestra realidad se convierte en la amenaza de que el futuro gobierno será como una colmena de abejas con avispas.
Tampoco con la excusa de garantía contra la corrupción, fenómeno propio de la sociedad que nos permite vivir en libertad, más que de las agrupaciones políticas. Que no es la primera preocupación de la gran mayoría, la corrupción lo prueba que, en las encuestas electorales, aparece como favorito precisamente su adalid; el hoy delincuente a secas. Todos atacan la corrupción, pero su efectividad se mide solamente si dirigen su mirada al fortalecimiento real de las instituciones y figuras administrativas y jurídicas que, en un régimen democrático, poseen las herramientas para castigarla con certeza. Gobernar un país donde los valores sociales navegan en un mar hostil; la deslealtad con la organización que oxigenó tus pulmones para nacer al mundo de la política más los saltos de toldas, no es precisamente el valor que debe alojarse en el Palacio de las Garzas. Las promesas de un “nuevo Panamá” guardan un fuerte sabor a la amarga refundación del país, como si nuestra historia nada hubiera aportado al crecimiento de esta nación y todo fuera basura. Enriquecer lo que tenemos, es la meta que debemos perseguir y el desafío real de los aspirantes a la primera magistratura. La estructura democrática vigente es la que reivindica la representatividad como vehículo para que funcione. Los legítimos llamados para hacer más efectiva la participación popular no pueden implicar el debilitamiento de la democracia representativa ni la destrucción de sus instituciones fundamentales. Eso es demagogia suicida. Toca educar al pueblo de que debe respetar y hacer uso de canales institucionales y cívicos para realizar su participación en el giro normal democrático, siempre bajo el peso de las reglas existentes, es lo correcto y eficaz. Cambiarlas, también debe ser por las mismas vías. Solo así evitaremos que nos caiga otra pandemia.