• 16/09/2016 02:00

‘¡Oh, Libertad!...'

Algo parecido ocurrió a los hebreos cautivos en Babilonia, donde ese pueblo bíblico purgó largo cautiverio

Desde tiempos que se pierden en la noche de la historia, los seres humanos han luchado por su libertad. Respecto de ello y como recuerdo más claro en mi limitada memoria, está la gesta de Moisés, que sacó al pueblo judío del cautiverio egipcio, para llevarlo a la tierra prometida, donde sus hijos encontrarían la libertad y el bienestar.

Algo parecido ocurrió a los hebreos cautivos en Babilonia, donde ese pueblo bíblico purgó largo cautiverio, para finalmente lograr su libertad y con ello su regreso a Israel.

Siglos después, los griegos lucharon heroicamente contra la invasión de los persas, protegiendo su incipiente democracia, sus ideas filosóficas y su cultura humanista y humanitaria, que se convirtió en el núcleo de la cultura occidental, ahora global.

Luego, después de una larga oscuridad, dentro de la cual los reyes de derecho divino, los grandes varones feudales y la iglesia de Roma allí incluida, forjaron una estructura social, política y económica que subordinó a los pueblos bajo un pesado yugo cercano a la esclavitud material y espiritual.

Contra esas estructuras comenzaron a reaccionar las mentes más preclaras del mundo occidental, incluyendo padres de la Iglesia como san Agustín, santo Tomás de Aquino, Tomás Moro y otros insignes pensadores, que fueron luego reemplazados por los filósofos de la era de la Ilustración, entre los que no puede dejar de mencionarse a J. J. Rousseau, Voltaire, Montesquieu, los enciclopedistas y tantos más que fueron desarrollando las ideas que hoy día son el corazón de lo que se denomina democracia , cuyo elemento principal es la libertad del ser humano para elegir a sus gobernantes, sentar las bases fundamentales de su Gobierno y tener libertad para pensar, emitir sus pensamientos y actuar libremente dentro del conglomerado social en busca de su bienestar y felicidad individual y colectiva.

Fundamental fue y sigue siendo la libertad de pensar y emitir las ideas que son producto de ese pensamiento.

Pero cuando así se pensaba, hablaba y actuaba, era pensando en aquellas ideas o ideales capaces o idóneas para superación moral del individuo, de la sociedad y del Estado, objetivos y valores sin los cuales esa libertad no tiene razón de ser, pues sin ellos como núcleo de las conductas y de la acción lo único que puede esperar la sociedad es su degeneración y destrucción, de lo cual hay múltiples ejemplos a lo largo de la historia.

Ocurre, sin embargo, que ese ideal de libertad ennoblecedora parece haberse convertido en libertinaje para hacer, decir y divulgar toda clase de ideas, opiniones y actos que parecen estar dramáticamente alejados de la búsqueda del bien común, que solo se lograría a través de la educación de los pueblos, impregnada no solo de conocimientos científicos y tecnológicos, sino con valores éticos, alimentados con mensajes que los alienten a superarse con esa educación y con la creatividad que de ella se deriva, pues sin esos elementos los menos aptos, por carencia de educación, seguirán siendo peones o víctimas de quienes están mentalmente estructurados para obtener los mejores beneficios de la acción colectiva de la sociedad.

Debo aclarar que al concepto amplio de libertad de pensamiento y libertad de expresión del mismo no se le pueden imponer otras limitaciones que las que resulten de la evaluación que los individuos y la sociedad como un todo hagan sobre lo bueno, lo malo y lo feo y escojan lo que mejor conviene a ellos, a sus hijos y a la sociedad en general, decisión para la cual también hay que educar a la gente.

Ese abuso de la libertad, que escapa de la búsqueda del bien común, me hace recordar a la revolucionaria francesa, Madame Roland, de quien oí hablar en mis clases de historia en el Instituto Nacional, quien al ser llevada a la guillotina por sus denuncias contra los excesos de la revolución exclamó: ‘¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre! '.

ABOGADO

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