• 28/06/2024 00:00

Nuevas complejidades en la escritura de cuentos

A un buen libro de cuentos le exijo, ante todo, ingenio y honestidad que me permitan atisbar en los recovecos de mi alma. [...] Cada tramo de un cuento o minicuento que leemos como algo perfectamente ensamblado y fluido presupone ardua meditación a fin de lograrse lo que el lector ya encuentra como un todo impecable

Este artículo está destinado a la curiosidad de numerosos profesores de español que me han escrito expresando inquietudes con respecto a la enseñanza de la literatura en nuestro país. Me pongo de ejemplo al reseñar en términos generales mi libro reciente: Urdimbres, (2023).

A un buen libro de cuentos le exijo, ante todo, ingenio y honestidad que me permitan atisbar en los recovecos de mi alma. También manejo impecable del tiempo y del lenguaje. Y una historia que pese a su brevedad, profundice en la naturaleza humana. Para ello, la verosimilitud es indispensable.

Por otra parte, el minicuento, debe ser antes que nada un cuento, y solo en segundo lugar “mini”; muy breve y ceñido.

Hay dos corrientes de pensamiento. Una considera que si se cumplen estas dos premisas el minicuento es auténtico cuento. La otra que la ficción breve se ha hecho tan popular y variada, que ya es un nuevo género con identidad propia.

En Urdimbres he optado por lo segundo. Cabe anotar que la minificción a menudo ha introducido en la habitual estructura del cuento un importante nuevo elemento: el ingenio, es decir, la ironía. Sin embargo, no se debe abusar de la novedad distorsionando al minicuento con la inserción de chistes, parábolas, refranes, adivinanzas, sermones o consignas.

Presentar un libro de la propia autoría podría parecer fácil, pero es tan difícil o más que hacerlo con una obra ajena, el grado superlativo que entra en juego cuando se habla de la propia creatividad aplicada a determinadas formas de narrar una historia significa tener que hurgar por segunda vez (la primera durante el acto de creación) en los mecanismos más íntimos de la creatividad.

Cada tramo de un cuento o minicuento que leemos como algo perfectamente ensamblado y fluido presupone ardua meditación a fin de lograrse lo que el lector ya encuentra como un todo impecable. En términos generales paso a hablarles un poco de mi libro más reciente a petición de lectores, Urdimbres; palabra poco usada, tiene dos significados que se complementan. Viene del verbo “urdir”, planear en detalle, como cuando decimos “se está urdiendo un plan”; el otro, la idea de “entrelazar” partes de un todo a fin de que el resultado sea algo más complejo, mejor integrado.

En ambos sentidos se aplica al libro en cuestión. Integrado por 73 cuentos y minicuentos, a pesar de su cantidad de textos, comprime al máximo tramas y técnicas narrativas; se las ingenia para “atar cabos” sueltos. Así, abordar lo fantástico, lo onírico, lo erótico, el horror, lo absurdo, la vejez, la memoria y la muerte, en textos de entre un párrafo y página y media, no es tarea fácil para un escritor. Tampoco para un profesor de literatura actualizado.

Este tipo de ficción debe sorprender al lector o dejarle honda inquietud existencial. No puede faltar ni sobrar nada; cada palabra debe tener sentido exacto y estar en el lugar que le corresponde a fin de causar un efecto sorpresivo.

Finalmente, hago referencia al único cuento extenso (15 páginas), “La puerta que no quise cerrar”, gradual descomposición de la mente de un personaje cuya vida compleja y contradictoria lo va haciendo perder el sentido de realidad y que viva alucinaciones que confunde con lo cotidiano; muestrario de cómo los problemas ejercen presión sobre las emociones haciendo que degeneren sin que el protagonista sea capaz de darse cuenta. Manejar de modo coherente y fluido semejante complejidad en el comportamiento humano es lo más difícil a que me he sometido en mi afán de experimentación.

El autor es escritor, promotor cultural y editor
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