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- 28/04/2019 02:00
La realidad electoral panameña y sus males
La carencia cultural de la población ha sido el caldo de cultivo propicio para un sistema político corrupto en su propia raíz, un círculo vicioso. Nuestro país tiene aquella fragilidad cómplice, que nace desde la educación acrítica y no reflexiva; pero con una población que ha comprendido esto como una forma de subsistencia. En otras palabras, el modelo electoral se agotó y las multitudes han descifrado la dinámica de cada cinco años y cuya práctica profundiza el estado crítico para todos sus componentes.
El Tribunal Electoral, que nunca ha sido imparcial y responde a sectores dominantes, es parte vital en este fenómeno antidemocrático. Organizar elecciones en días domingo le garantiza a las estructuras poderosas la movilización de los votantes, lo que repotencia el clientelismo nacido desde la campaña para favorecer a los grupos políticos que tienen capacidad logística en esta tarea. Nuestro país tiene un alto índice de participación electoral en comparación con la región, precisamente por este hecho. Esto va de la mano con la política sistémica de cercenar a la población de opciones no tradicionales o que no estén en el menú que las mismas fuerzas hegemónicas tienen y que patrocinan.
La desigualdad obscena en el financiamiento electoral es la cereza de un pastel ya repartido para unos cuantos; aun cuando hubo avances en esta materia por la participación de algunos sectores nuevos en los debates relacionados a esto, no es suficiente, porque no tocan de forma integral la disparidad estructural del negocio de la política electoral.
Las candidaturas de libre postulación se convirtieron en otra expresión de los mismos financiadores de los grandes partidos, pero con métodos modernos de hacer política dirigidos a un sector particular de la población. Nada de lo que vemos por redes sociales es nuevo, ya fueron aplicados en otros países como formas de publicidad moderna y que dieron resultados en el sector de la población a las que se dirigen, una juventud resultado de la llamada ‘desideologización', con fuerte presencia en la autoproclamada ‘clase media', o sea trabajadores y trabajadoras profesionales con cierto nivel y privilegios que ven derrumbarse tras los embates neoliberales para sostener a la clase privilegiada. En este mismo tono, el discurso clasista toma un nuevo sentido, atacar conquistas sociales y quedar distraídos en debates interminables con estos ‘especialistas' del teclado.
Sin embargo, estos nuevos opinólogos y militantes cibernéticos tienen un pensamiento cercenado, cuestionan las políticas dirigidas a los grupos vulnerables, pero no la fuerte protección y prebendas a las corporaciones. Son el resultado de una campaña masiva de penetración ideológica de corte discriminador en el que afloran sus rechazos, en base a la idea que ellos son una clase diferente a las y los trabajadores; conclusión dibujada en favor del statu quo a la medida de los poderes fácticos. Ninguno de quienes ahora se llaman ‘independientes' fueron tan efusivos cuando el profesor Jované enarboló una candidatura realmente antisistema, sin caer en las descalificaciones que hoy se dan. Representan candidaturas de quienes hoy se pintan como los más radicalizados, quienes están vendiendo una propuesta renovadora o ‘diferente' solo en apariencia y no de forma estructural; o sea, populismo de derechas.
Sin una verdadera democracia participativa, con una profunda transformación en el método de escogencia de autoridades y sin veedurías vinculantes, con empoderamiento de una comunidad culturizada, educada, interesada en los problemas nacionales y sobre todo con las condiciones materiales para poder pensar en esto, nada va a cambiar en nuestro país.
ABOGADO