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- 02/06/2010 02:00
Un maestro del suspenso
Gracias a una agradable coincidencia me topé con tres obras del escritor y periodista sueco Steig Larsson (+2004) que han sido publicadas, después de su fallecimiento prematuro, como trilogía Millennium. Ambientadas en Suecia a principios del milenio, el autor da rienda suelta a su imaginación para abordar, entre otras lacras, medidas abusivas de empleados públicos, actividades corruptas en empresas privadas y problemas sociales de familias disfuncionales, del crimen organizado y de delincuencia común. Todo ello, que supuestamente sucedería en ese país nórdico de primer mundo, nos hace recordar las vicisitudes que hemos vivido —y vivimos— en nuestro Panamá tropical.
Los antihéroes y delincuentes de Larsson cubren todo el espectro de la sociedad y toda clase de delitos. Un respetable empresario que maquilla sus estados financieros, para reflejar activos por un precio diez veces mayor que su real valor y cuya fuente de ingresos proviene del tráfico ilegal de armas, apropiación de fondos públicos destinados a programas de asistencia social al exterior, y lavado de dinero a través de cuentas en Gibraltar, Chipre, Macao, Luxemburgo y Caimán.
Otro respetable empresario, importador de equipos de casa de Vietnam producidos por el trabajo infantil, los vende a más de cuatro veces del precio original, encareciendo el costo de viviendas populares. Malandrines dedicados a la trata de blancas con protección oficial, prostituyendo a jóvenes traídas de Rusia. Espionaje político por organismos administrativos dedicados a pinchar teléfonos, a plantarles cocaína a personas inocentes, a ‘despachar’ a elementos calificados como peligrosos. Funcionarios cuyo sentido equivocado de patriotismo les justifica las más viles acciones para tapar actividades consideradas comprometedoras. Médicos psiquiatras que, deshonrando su juramento hipocrático, certifican falsas patologías de perseguidos por el gobierno y abogados abusadores de la confianza depositada por sus clientes. Difamación contra inocentes mediante publicaciones desprovistas de pruebas. Violencia intrafamiliar, caracterizada por golpizas del marido a la esposa y odios fraternales. Y muchos más.
Afortunadamente hay valores positivos que a la postre vencen; entre ellos, periodistas motivados por una inflexible adherencia a los más caros principios éticos y por el amor a su profesión, un sentido incorruptible de lealtad en el trabajo y con las amistades, integridad de fiscales e investigadores honestos y dedicados, respeto a la separación de poderes públicos y, sobre todo, mujeres que son ejemplos dignos de admiración por su profesionalismo, entereza de carácter y conocimiento de su propio valor. Y muchos más.
Los títulos de los tres volúmenes —Los hombres que no amaban a las mujeres; La chica que soñaba con un cerillo y un galón de gasolina; y La reina en el palacio de las corrientes de aire—, pueden resultar extraños en español y quizás tienen mayor impacto en su versión original en idioma sueco, debilidad que se siente con frecuencia a lo largo de su lectura. Puede que el lenguaje pierda algo de fuerza en la traducción, pero eso no le resta mérito a una obra que, una vez comenzada, no se puede dejar de lado hasta completar sus 2268 páginas.
Con razón, Mario Vargas Llosa, refiriéndose a ella ha expresado que es posible que una novela sea formalmente imperfecta y que adolezca de deficiencias técnicas, pero que, al mismo tiempo, sea excepcional como ésta en la que, gracias a una pareja de Quijotes, el bien triunfa sobre la intriga y la maldad.
*Ex diputada de la República. mireyalasso@yahoo.com