• 06/09/2016 02:01

Hasta luego doctor

A mediados del pasado verano, en una finca heredada de nuestros abuelos, a orillas del río La Villa, organizamos una reunión familiar

A mediados del pasado verano, en una finca heredada de nuestros abuelos, a orillas del río La Villa, organizamos una reunión familiar a la que asistieron hermanos, primos hermanos, sobrinos y nietos provenientes del mismo tronco genealógico. La ocasión nos brindó la oportunidad para compartir un día placentero y mostrar a las nuevas generaciones nuestros orígenes, las tradiciones familiares y sobre todo inculcarles el valor de la familia.

En esa heredad, compartimos por muchos años nuestras travesuras de niños y las aventuras de muchachos que, sin mayores preocupaciones, disfrutábamos al amparo alcahuete de nuestros abuelos. Para todos, esa reunión fue un compromiso placentero, que nos permitió remembrar los viejos tiempos cuando, concluido el período escolar en la capital, regresábamos al terruño amado y compartíamos con entusiasmo las faenas propias de una finca agropecuaria, bajo la mirada vigilante del abuelo.

El anfitrión de esta reunión fue nuestro querido primo, el doctor José María Vega Delgado (q.e.p.d.), a quien cariñosamente apodábamos Chamín. Contrario a lo que hicimos el resto de los primos, al concluir su carrera universitaria, decidió ejercer su profesión en su querida ciudad de Chitré. En esa decisión pudieron más sus añoranzas por el olor a tierra mojada, el verdor de los campos y el sabor a miel de caña, que las oportunidades y el futuro promisorio que ofrecía la gran ciudad.

En aquel encuentro del verano pasado Chamín, junto a su hermano Edwin, se preocupó porque no faltara nada para satisfacer el gusto de cada uno de sus primos y familiares, incluyendo un menú semejante al que nos ofrecía nuestra abuela en tiempos de vacaciones, cuya calidad, variedad y abundancia formaron parte de las remembranzas. No faltaron las protestas de nuestros sobrinos médicos por la cantidad de frituras y dulces que contenía el menú. Preocupaciones médicas que no evitaron que, a pesar de sus cuestionamientos, ingirieran de manera abundante cada uno de los platos, alabando el sabor tradicional de la comida interiorana.

A lo largo de su vida Chamín, compartió el ejercicio profesional con la administración de la finca familiar y los deportes, destacando su gran afición por la cría de caballos de raza y su participación en las cabalgatas durante las festividades tradicionales de los pueblos interioranos.

Durante esa velada, se preocupó por mostrar a los más jóvenes de la familia, cómo se desarrollaban las actividades en la finca familiar, motivándolos a participar en el encierro y ordeñe del ganado, la cosecha de sandías y melones, la molienda de caña y otras tradiciones muy propias de nuestra época de juventud.

En esa ocasión, a Chamín no le faltó tiempo para mostrar a los niños de la familia el divertido juego de la soga, que tirada de la rama de un frondoso árbol de mango a las orillas del río, le permitía balancearse, hasta dejarse caer en su parte más profunda. Superada las reservas de una primera prueba, uno y otro repitió cuantas veces quiso esta sencilla, pero divertida aventura. Todo fue risa, diversión y exceso de comida.

En ese momento tan plácido, quién iba a pensar que pocos meses después, en lo mejor de su vida, ese héroe familiar, atlético, deportista, aficionado a las cabalgatas, la pesca y, por qué no decirlo, a las mujeres bonitas, nos dejaría sin despedirse, produciendo un gran vacío y una profunda tristeza en el alma de sus familiares, pacientes y amigos.

En sus honras fúnebres, con una asistencia impresionante, vimos llorar a su familia, a sus amigos, a sus pacientes y a sus colegas, quienes entre lágrimas y risas, contaban anécdotas sobre la calidad humana del doctor Vega cuando decían: ‘A Chamín sus pacientes le pagaban en especies, granos, verduras y hasta con aves de corral '. Contaban que esa mercancía la depositaban en el área trasera de la recepción de su clínica. Allí la recogía, sin ninguna presunción, para llevarla a su casa, siempre con una espléndida sonrisa en su rostro.

Contaban sus socios que, periódicamente, cuando la secretaria le advertía sobre la larga lista de cuentas por cobrar, que le adeudaban algunos pacientes de origen humilde, respondía con su habitual sonrisa: ? Borre esa lista y comience mañana una nueva ?. Esa historia la repetía con frecuencia, porque su espíritu superior no tenía mayor apego hacia los bienes materiales.

Ese era Chamín, un doctor querido por su pueblo, un hombre bondadoso, desprendido y sin complicaciones sociales. Libre como el viento, como las olas del mar.

DIRECTOR GENERAL DE LA CAPAC.

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