El concepto expuesto corresponde al pensamiento filosófico del pensador de la Grecia clásica Platón. En él, Platón expresa que la educación es la formación intelectual de los jóvenes; es el proceso de pasar del uso del sentido común al pensamiento crítico y a la aprehensión del conocimiento verdadero, intangible o supremo. Esto está enmarcado en su propia visión del conocimiento, que es a lo que toda persona debe aspirar a obtener: un viaje de lo aparente a lo verdadero. ¿Acaso no busca la educación conocer lo verdadero a través de las ciencias, la filosofía y la ética?

Para René Descartes, el sentido común era lo mejor repartido en el mundo, mientras que los filósofos empiristas Locke y Hume consideraban que la experiencia era una fuente de conocimiento superior a la razón. Sin embargo, la mera experiencia, sin educación, no es perfecta y carece de muchas virtudes y metodologías. Quien piense que, basado en lo que cree saber, puede dar una cátedra o una doxa fundamentada “en lo que la vida le enseñó” es un atrevido, y lleva a las generaciones venideras a cometer los mismos errores. Por esta reflexión, ciertamente opto por la exposición de Platón, planteada en su obra La República. El niño y el joven deben ser formados constantemente para enfrentar la vida no solo con el sentido común, sino con un conocimiento intelectual pleno, de manera que las personas en una sociedad puedan ser instruidas para superar sus propios límites, tanto materiales como espirituales e intelectuales. (Para los griegos, lo espiritual se refería al carácter, y de ello Panamá necesita.)

La formación de un pueblo a través de la educación es un hecho innegable. Sea impartida por el Estado o por la iniciativa privada, debe ser medida; de lo contrario, estaríamos “enseñando a ciegas, a tontas y locas”. No puede admitirse, bajo ninguna excusa, que la etapa de medir no ayude a mejorar en donde se está fallando. Esto crea un “agujero negro” en la educación de los panameños, y que tal medición haya sido eliminada de un solo plumazo por quien estaba considerado su garante es una acción inaudita y temeraria.

Si el asunto era financiero, ello es una total falacia. ¿No es la educación el vehículo que permite mejorar y sublimar la acción y el pensamiento de los individuos en esta era posmoderna? Entonces, ¿por unos dólares más —parafraseando el título de los westerns de mi infancia— el sistema educativo panameño abandona con total indiferencia y desparpajo las pruebas PISA? Se ha tomado la decisión como si se optara por un helado o un café.

Una educación que, por sí misma, no tiene condiciones aptas —por la infraestructura, por ejemplo: un aula de clases con treinta o cuarenta estudiantes, abanicos obtenidos por los mismos alumnos, sin internet, ni reproductores de videos educativos, sin alimentación adecuada y transportándose como se pueda— es difícil para todos.

Hay que ser espartano para superar estas situaciones y graduarse de un bachillerato, así de cierto. La educación que debe ser, en naciones como la nuestra, la vía para superar nuestra situación tercermundista, es objeto de especulación, de chanza, de malas actuaciones, y carece de un proyecto bien pensado con nuevos actores. Ya no más con las obsoletas “camarillas” que acompañan a algunos, ni con los gremios que persiguen ideologías fracasadas; ambas son un peligro en sí mismas. La adulación desmedida y cortesana, aunada a la soberbia y al actuar anacrónico de otros, es un coctel explosivo. Además, ¿por qué se coloca vino nuevo en odres viejos?

Por último, recuerdo la frase de la obra El Prometeo encadenado de Esquilo, poeta de la Grecia clásica: “...heme aquí a merced de las furias; mírenme, atado a esta roca, sin justicia padezco...”. ¡Así está la educación panameña! Como Prometeo, atada a una roca de intereses falsos y de improvisación. En Dios confiamos. ¡Salud, compatriotas!

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