• 13/03/2025 18:44

¡La OEA es lo que sus miembros quieren que sea!

La OEA, en su momento presente, como lo han demostrado sus más recientes actuaciones, se debate ante un dilema existencial; autorrevisarse y reformarse para que pueda cumplir los propósitos y los altos fines que fundamentaron su creación, o seguir a la deriva hacia la absoluta intrascendencia

Esa sentencia, con validez y trascendencia que perdura hasta nuestros días, se debe a Alberto Lleras Camargo, primer secretario general de la OEA, elegido en la Conferencia de Bogotá en 1948, cuando nació la organización a la vida internacional y se aprobó su carta constitutiva. Desde entonces, sus muy escasos momentos estelares, uno de los cuales fue haber hospedado la firma de los Tratados Torrijos Carter en 1977, y sus inconsistencias, que han sido considerablemente mayores, han sido fiel reflejo de las oscilaciones de la voluntad colectiva de sus Estados miembros. Y así continuará siendo en la nueva etapa que, para algunos, tendría como punto de partida la asunción del canciller de Surinam, Alberto Ramdin, como nuevo secretario general.

La OEA, hecho que no parece estar muy claro en muchos ámbitos, es una organización de Estados, con órganos de decisión con funciones específicamente definidas en su Carta, en la que la Secretaría General está muy distante de tener atribuciones similares a las de, por ejemplo, el secretario general de las Naciones Unidas. Por encima de ella, jerárquicamente, para decidir el rumbo político de la organización, están la Asamblea General, la Reunión de Consulta de los ministros de Relaciones Exteriores y el Consejo Permanente, integrado este último por los representantes permanentes de los Estados miembros.

Para ponerlo en los términos más claros posibles, el secretario general no es “el jefe de la OEA”; el ámbito de su jefatura es la Secretaría General, que tiene entres sus deberes “cumplir los encargos que le encomienden”, como órganos de decisión política, “la Asamblea General, la Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores y los Consejos (artículo 107 de la Carta de la OEA)”.

La OEA, en su momento presente, como lo han demostrado sus más recientes actuaciones, se debate ante un dilema existencial; autorrevisarse y reformarse para que pueda cumplir los propósitos y los altos fines que fundamentaron su creación, o seguir a la deriva hacia la absoluta intrascendencia.

En el pasado se han hecho, sin resultados que puedan calificarse como positivos, varios intentos en ese sentido, pero sus asambleas anuales siguen siendo una fábrica de mandatos que se repiten y renuevan en cada ciclo, pero que duermen un letargo improductivo. Y las “Cumbres de las Américas” tampoco han servido para ese propósito.

La próxima asamblea general está prevista para el próximo mes de junio de 2025, en Antigua y Barbuda. La siguiente, de la que Panamá será sede, en 2026, año del bicentenario del Congreso Anfictiónico de 1826. La primera podría ser el punto de partida para encausar el rescate de la OEA. Allí podría comenzar a gestarse un nuevo “Pacto Interamericano”, para culminarlo con acuerdos concretos, prácticos y funcionales en la Asamblea General de 2026.

Para pavimentar el camino con hitos útiles y concretos es necesario que a la cita de Antigua se concurra con posiciones básicas que se refieran a temas como los siguientes: 1.) la estructura actual de la organización y su efectividad 2.) un nuevo reparto de su financiación que elimine la actual dependencia del mayor contribuyente que condiciona y subordina y hasta puede paralizar el funcionamiento de la sede y de los órganos allí radicados 3.) la conveniencia de que la Asamblea General de Panamá sea a nivel de Cumbre Presidencial, para reforzar los mandatos del eventual “Nuevo Pacto Interamericano” y 4.) la conveniencia de trasladar el Consejo Permanente y la Secretaría General. Panamá podría ofrecerse como esa futura sede.

Panamá, por nuestra tradición anfictiónica y que la Asamblea General del 2026 coincide con la conmemoración del bicentenario del Congreso de 1826, tiene todas las condiciones y las posibilidades de ser promotor y protagonista de ese esfuerzo concertado para renovar las normas fundamentales de la convivencia democrática en nuestro continente. De nuestra iniciativa puede depender que renovemos la asociación constructiva de los estados americanos y no debemos perder la oportunidad de intentarlo con todos los recursos y la insistencia que podamos poner para hacerla realidad.

*El autor es abogado
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