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- 29/06/2024 00:00
La hora de José Raúl Mulino
La política es el eje de la vida nacional. Cada situación que emana de ella, buena o mala, afecta a todas las esferas de la sociedad, y, por su naturaleza, casi siempre de forma asimétrica. Más allá de las formulaciones tácticas y estratégicas, está la forma y las encarnaciones que asume el discurso cuando toca tierra.
Pero las expectativas suelen ser al tiempo que sentidas esperanzas, puntos que se suman al programa de la administración que comienza, donde los compromisos adquiridos suelen transformarse en pruebas, y estas en estadios políticos poco depurados que examinan rigurosamente la voluntad, la base de apoyo y la capacidad para materializar tales opciones.
En ese contexto, el 1 de julio próximo comienza un periodo presidencial que, como ocurre en otras etapas de recambio formal del poder, siempre despiertan grandes expectativas entre los ciudadanos, ya sea por los niveles de participación que abre o por los enunciados y proyectos que se propone la dirigencia.
Por las primeras declaraciones del nuevo presidente, no sería pecado considerar que conoce bien el terreno que pisa, posee voluntad, y sobre todo, determinación para llevar adelante su programa.
Una lectura rigurosa de su discurso previo a su toma de posesión, y la cuidadosa selección con que ha conformado su equipo de gobierno, permite pensar en lo indispensable que resulta una base de apoyo para la propuesta que adelantará en los próximos días, dado que tiene en una reforma tributaria, la Caja de Seguro Social, la deuda pública y el tema minero, retos formidables, sin contar con problemas estructurales como la pobreza, etc.
Dada la franqueza con que ha declarado, desde el primer día, su decisión de trabajar con la empresa privada es claro que el reto fundamental de su gobierno será demostrar que con los empresarios a la cabeza podremos contar con un Panamá estable, próspero, institucionalmente posible, transparente, y ampliamente democrático.
Ideológica y pragmáticamente tiene con qué, si se considera la presencia en su equipo de figuras como Alberto Alemán Zubieta y Alberto Vallarino Clement. Huelga citar sus hojas de vida, creo que el servicio que han prestado a la comunidad corrobora la opción presidencial que representan y la propuesta modernizadora que encarnan. Junto con Roberto Brenes y Miguel Antonio Bernal, Mulino deja un mensaje, del grado de confianza y la profundidad que despierta en ese sector, sobre todo por lo representativo de esa ala de la Cruzada Civilista que no había tenido la posibilidad concreta de administrar el poder bajo concepciones no tradicionales o meramente mercantiles. Es un ala de la derecha la que habla, parte de una clase dirigente decidida a asumir la dirección histórica que ha reclamado y que le había sido negada desde el retorno de la democracia en 1990. Que se acerca más al desaparecido contralor Rubén Dario Carles, “chinchorro” que al demócrata cristiano Ricardo Arias Calderón.
Ubicada en el desarrollo clásico del capitalismo, es mucho lo que tiene por hacer si de consolidar la nación se trata. Desde el perfeccionamiento del modelo doméstico de desarrollo hasta el delineamiento y aplicación de una política exterior “para que nos respeten”. Si algo es evidente en la nueva administración que despunta el 1 de julio próximo es la claridad de sus enunciados, un elemento que en política ahorra contratiempos y fija, sin muchos matices, el curso de navegación.
Como todo en la vida, será la práctica la que modele el plan, la posibilidad de transformar al presidente en líder, en conductor bajo la tempestad en la que entra, cuando la vela coja viento, como ha dicho Jorge Laguna Navas.