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- 27/11/2019 00:00
Ahora es impostergable una revolución moral
El año por concluir ha tenido hechos positivos, pero también desencantos que se combinan en un sabor agridulce. Nos toca repasar, esta vez con más cuidado, el rumbo del país y la ausencia de valores morales durante el período que termina para perseverar en lo bueno y enmendar lo malo.
La proyección inevitable mostrará que, más que otras grandes infraestructuras o la reactivación de la decaída economía, necesitamos una auténtica revolución moral que refleje la conducta ciudadana ejemplar que mostramos durante la JMJ de enero y las elecciones libres de mayo. Solo con sólidos principios éticos y morales, que todos compartamos, podremos limpiar la descomposición nacional causada, entre otras cosas, por las intimidades que las altas autoridades habían escondido, ahora desplumadas a la vista de todos. Para salir del oscuro fondo de la ignominia nacional que hoy nos escandaliza e impedir su repetición es necesaria una revolución moral profunda. Aunque se juren y prometan cambios, sin las apropiadas consecuencias legales y morales ejemplares se haría imposible lograr que algo cambie; sin un famoso “revolcón” que apuntale la fibra moral panameña, nos mereceríamos el escarnio de propios y extraños.
Las reformas constitucionales serían un camino en esa dirección. Es hora de amotinarnos contra jueces venales e incompetentes por su justicia tardía y lerda, con prejuicios y preferencias antojadizas, injusta por su llana incompetencia, por su “no-me-importa, porque nadie nos alcanza”. Es hora de que los diputados se despojen del absurdo blindaje y del “¿qué hay pa' mí?” que les sirve de escudo inmoral para chantajear con patente de piratería desvergonzada. Jueces y diputados maleados por su falta de ética deben ser reemplazados por ciudadanos meritorios, probos y competentes, antes de que sea tarde.
Nuestra encrucijada exige un cambio radical “desde ya”, porque la paciencia popular está reflejada en el disgusto presente en cada calle, cada esquina, cada barrio, en cada reunión familiar. Que las autoridades no persistan en engañarnos ni se aíslen de una realidad a punto de explotar. Les toca dar un giro radical, porque fueron elegidos, no para entrar pobres y salir como salen ni para que nos restrieguen sus privilegios, sino para dedicarse a trabajar por el país. Las mentiras y los flagrantes abusos son indignantes, porque traicionan la confianza que les dimos al elegirlos o designarlos.
Nuestros males del año son evidentes. La pobreza y pobreza extrema saltan a la vista, mueren niños por desnutrición o enfermedades que debieron ser erradicadas; existen infantes que no pueden desarrollar sus cuerpos y mentes para crecer sanos y ser luego ciudadanos útiles. La educación permanece desorientada. No es justo admitir una desigualdad que niega oportunidad de superación a los más necesitados y que dispensa la arbitraria repartición de favores entre grupos políticos privilegiados, que pagamos todos.
Es hora de eliminar lo feo, los destrozos que podríamos ocasionarnos con nuestra propia violencia; la incertidumbre que sufre la gente que no tiene asegurado su sustento diario ni su estabilidad emocional ni sus relaciones familiares; la falta de empleo de miles de jóvenes recién graduados que no hallan trabajo productivo; la desilusión por las intimidades descubiertas de personajes que ayer merecieron nuestra confianza y hoy nos defraudan; en fin, la situación asfixiante de la economía que multiplica locales vacíos y negocios sin clientes, crecientes deudas morosas, obligaciones desesperantes.
Pero hay buenas perspectivas que debemos cultivar. Hay un Gobierno que parece tratar de escuchar y consultar, que por ello merece un compás de espera en nuestro propio beneficio. Los problemas no se resolverán solos ni con una varita mágica: los tres Poderes del Estado deberán esforzarse por cooperar recíprocamente y trabajar en una sola dirección, pero en armónica colaboración y genuina independencia para lograr el bienestar de todos, no el de cada uno a costa del otro. Es cuestión de ideas claras y sólidas intenciones sanas.
Todos debemos convencernos de que vivimos un parteaguas, un hito que se presenta en este momento oportuno para construir una patria robusta para siempre. La encrucijada es evidente, pero toca promover la revolución moral necesaria correspondiéndole al Ejecutivo inspirar a la acción con transparencia y legítimas intenciones. Hay que aprovechar la oportunidad para fomentar valores morales ausentes hoy, como la verdad, solidaridad, pundonor, lealtad, fidelidad; desaprovecharla sería doblemente imperdonable especialmente en época del valor moral por excelencia que nos deben recordar los aires decembrinos. Al pie de lo malo y lo feo que hemos vivido este año, hay muchas cosas buenas que no debemos olvidar y muchas tareas que realizar con una actitud regeneradora de los Poderes Legislativo y Judicial que acompañen con probidad al Ejecutivo. Hoy, solo una revolución moral y ética nos permitirá sacudirnos lo malo y lo feo que hemos vivido este año y enderezar el camino.