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- 12/07/2023 14:08
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Desempolvando algunos artículos o recortes de periódicos que he estado celosamente guardando, debido a su valor o interés, caí sobre uno muy elocuente del diario El País de hace casi 13 años, concretamente fechado el domingo 19 de diciembre del año 2010. En él se menciona la vertiente racista, poco conocida o difundida, de la dictadura de Franco, desarrollada en el libro titulado “Capacidad mental del negro”. Escrito por dos médicos españoles, los doctores Vicente Boato y Ramón Villarino, destinados a Guinea Ecuatorial durante varios años de la colonización española, fue publicado en el año 1944 y reeditado diez años después, nada más, y nada menos, que por el C.S.I.C., acrónimo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tutelado por el Opus Dei y el almirante Carrero Blanco. Este organismo oficial, cumpliendo con toda seguridad con los dictados del régimen, apadrinó trabajos racistas para reafirmarse en la vulgar, absurda y falaz idea de la inferioridad congénita mental de la gente de raza negra. Una concepción que el gobierno fascista instalado en España, tras la cruenta guerra civil, quiso elevar a escala científica.
El racismo, bajo distintas formas, hizo su aparición con las primeras civilizaciones que se conocen en el mundo. Los colonizadores españoles, tras el mal llamado “descubrimiento de América” con Cristóbal Colón a la cabeza, subyugaron a los indios y posteriormente a los negros y eso constituyó el punto de partida del racismo subsiguiente que azotó al continente. En África, por ejemplo, los vencedores de batallas entre grupos tribales de características raciales similares, pero con culturas y rituales distintos que exteriorizaban a través de tatuajes, piercings, escarificaciones corporales, etc…, se creían superiores, basándose en su cultura o en su etnia, y vendían al mejor postor a los prisioneros capturados. Los negreros europeos se aprovecharon de esta coyuntura y muchos de estos guerreros vendidos como mercancías por sus captores en el floreciente puerto de trata de esclavos de la isla de Gorrea, ubicada en Senegal, fueron llevados luego desde África al continente americano. A partir de ahí se gestó, a finales del siglo XV, el tráfico transatlántico de esclavos. En el Nuevo Mundo, trabajaron en condiciones infrahumanas en las plantaciones, sustituyendo así a los aborígenes de estos lugares que habían sucumbido bajo el peso de los trabajos forzados y de los disímiles y repugnantes malos tratos que sufrieron. Tribus africanas esclavizaron a tribus rivales, como los vikingos y los musulmanes esclavizaron respectivamente a eslavos y a cristianos.
En algunos países latinoamericanos, como legado del colonialismo, la gente de piel más blanca está mejor considerada. Dentro de Sudamérica, se valora más a los argentinos, a los venezolanos y a los chilenos, porque, en general, son más blancos y, por ende, más guapos, mientras que los bolivianos y los peruanos son más oscuros de piel, son más indios. La teoría del blanqueamiento racial reviste una especial importancia, es decir, el fomentar uniones con personas de raza blanca o de piel más clara para “mejorar la raza” y por consiguiente adquirir una visibilidad o prestigio social. En Brasil, un país con una gran población negra, se ha estimado oportuno crear el Ministerio de Igualdad Racial, encargado de velar por la armoniosa coexistencia de los diferentes estratos de la sociedad, prueba palmaria de la discriminación epidérmica que todavía impera en este país. En Haití, es también empleada la expresión “mejorar la raza”. La “cuestión de color”, un concepto que abarca los prejuicios raciales, el endorracismo y el perpetuo enfrentamiento entre negros y mulatos, con profundos recelos entre ambos, desde tiempos remotos, sobre todo para el control político del país, han sido y siguen siendo algunos de los principales escollos para el desarrollo simétrico de la convivencia dentro de la nación. Siendo una secuela de los años de colonialismo y de la consecuente, tradicional y privilegiada situación económica del mulato.
Una idea que parece atormentar u obsesionar a algunos intelectuales de raza blanca es la de elaborar dogmas o de construir supuestas teorías científicas con la finalidad de demostrar la superioridad de su raza sobre las otras. Prueba de ello son las investigaciones racistas efectuadas en el siglo XIX por el filósofo francés Conde de Gobineau y el médico y antropólogo de la misma nacionalidad, Paul Broca, y que contaron con el apoyo de varios escritores. Tuvieron por parte de dos renombrados literatos haitianos, Anténor Firmin y Louis Joseph Janvier, unas contundentes respuestas expuestas en sus respectivas obras, tituladas “ Igualdad de las razas humanas” y “La igualdad de las razas”. El ejemplo más ilustrativo a nivel mundial de la manifestación del racismo es el del Tercer Reich que se caracterizó por la aberrante idea de la pretendida superioridad de la raza aria sobre las otras, y obedeciendo también a criterios eugenésicos, dio lugar a la espeluznante atrocidad de la exterminación de millones de seres humanos, en su inmensa mayoría judíos, en nombre de la ideología nazi.
Pero volvamos al régimen de Franco que encargó a los dos médicos arriba citados la tarea de demostrar la supuesta inferioridad de la raza negra y justificar así la colonización de Guinea Ecuatorial. Si bien estos atribuyen en cierta medida la merma del psiquismo del negro a las enfermedades tropicales, tan extendidas en el territorio, como el paludismo, la lepra y la tripanosomiasis, dejan, empero, sin rubor, aflorar su vena o impulso racista al advertir que estas patologías, por sí solas, no justifican el retraso o deficiencia, poniendo de relieve las causas naturales de esta supuesta incapacidad mental. Lo que aseveran los autores en estos términos: “No queremos indicar con esto que toda la inferioridad de las cualidades psíquicas del negro sea debida a la tara patológica. Estimamos que gran parte de ella sea debida a un fenómeno natural. Es indudable que una sanidad bien llevada mejoraría también la raza en este sentido”. Vicente Boato y Ramón Villarino se sirvieron también de las tesis seudocientíficas del médico alemán Johann Paul Kremer que se hizo famoso dedicándose, al igual que su homólogo, el doctor Joseph Mengele, a hacer experimentos sobre prisioneros en el campo de concentración nazi de Auschwitz.
Este escrito, a pesar de los pocos detalles ofrecidos, ha permitido poner al descubierto una de las facetas más desconocidas e innobles del régimen que dejó un reguero de cadáveres y un sinfín de calamidades a nivel colectivo. Vivo en España desde hace varias décadas y soy originario de una de las dictaduras más crueles del continente americano, la de los Duvalier, y puedo afirmar, creo que será fácil entenderlo, que no albergo simpatía por ninguna de ellas. Mucha gente, entre la cual me incluyo, se muestra hondamente preocupada por el avance espectacular de la ultraderecha española que, pese a sus mutaciones, que califico de estratégicas, sigue siendo la heredera innata del franquismo. Si este escrito ha servido para dar a conocer esta bochornosa faceta de la dictadura del Generalísimo, me quedo ampliamente satisfecho.
El autor es médico psiquiatra