• 16/08/2011 02:00

Un Panamá ideal

Quien ha sido idealista convencido caerá siempre en los proyectos productos de sueños e ilusiones, pensando que quizás finalmente llegó...

Quien ha sido idealista convencido caerá siempre en los proyectos productos de sueños e ilusiones, pensando que quizás finalmente llegó la persona que los ejecutará. Los primeros discursos del proceso revolucionario me convencieron de que había llegado al poder un grupo desprovisto de ambiciones personales y motivado hacia la creación de una sociedad más justa y solidaria, donde finalmente las personas, gracias a su mérito y trayectoria, podrían aportar al país. Siento que la intención de Omar Torrijos siempre fue esa, una revolución del talento, una apertura al conocimiento para todas las capas sociales y divorciar el poder político del poder económico.

La generación desplazada del poder, sin embargo, en lugar de sumarse para contribuir a los cambios, inició su larga tarea de oposición. El país, a los pocos años, se dividió entre los que apoyaban y los que se oponían, división que se fue acentuando con los años, hasta tomar forma final en la cruzada civilista y el retorno a la democracia. Solo el logro de nuestra soberanía total gracias a los Tratados Torrijos—Carter pareció en un momento mostrar un país lo más cerca de unido que he conocido.

Tras la intervención norteamericana de diciembre de 1989, yo personalmente pensé que una vez pasado el periodo revanchista y de justicia atrasada que se ameritaba, el gobierno del presidente Endara buscaría la unión de todas las fuerzas nacionales, para trabajar juntos por reconstruir Panamá y convertirla en el país que todos aspirábamos. En mi mente, el nuevo gobierno convocaría a una constituyente para abandonar la constitución militar del 72 y reorganizaría todo el orden nacional con las experiencias vividas y el apoyo de toda una población.

Nuevamente me equivoqué, el nuevo gobierno se aseguró de controlar todos los Órganos del Estado, una Asamblea donde tenían 58 de 67 legisladores, nombraron procurador, fiscales y la totalidad de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y mantuvieron la corriente normal de división entre los panameños, sin un solo intento de una reconciliación nacional o una unidad frente al nuevo reto. Pocos años después veríamos nuevamente un intento de trabajar todos juntos, esta vez diseñando el capítulo constitucional sobre el Canal, a pocos años para recibirlo, así como estableciendo la hoja de ruta de la nueva responsabilidad de administrar el Canal.

Para 1994 las ambiciones personales afloraban ya nuevamente en el marco de la lucha por el poder político y siete candidatos se disputan la Presidencia: El triunfo con una minoría clara de Pérez Balladares lo lleva a iniciar su gobierno sumando independientes a su gabinete y equipo de gobierno, por un momento pensé que veía finalmente la unión de todos en el diseño del nuevo país, máxime cuando al inicio de su gobierno el ministro de Planificación, Guillermo Chapman, nos insistía en que el modelo económico estaba agotado y necesitábamos como país un nuevo modelo. Fue el último gobierno donde sentí la posibilidad de la unión nacional.

Ya con los gobiernos de Mireya Moscoso y de Martín Torrijos, volvimos a la práctica de dividir el país en dos grupos, los que gobiernan y los que se oponen. Al ‘va porque va’ versus el ‘nada de lo que hagas está bien’. Si eras de oposición, o te opones a todo o estás vendido, y si eres del gobierno o aplaudes todo o eres un traidor. Y, ese Panamá finalmente parecía a punto de desaparecer cuando surge la figura de Ricardo Martinelli, con el discurso correcto: ‘voy a gobernar con los mejores panameños’. Nunca creí que podría ganarle la Presidencia a un PRD de 670,000 miembros, o un Panameñista, en todo caso con décadas de existencia, pero sí pensaba para mis adentros que su discurso iba muy cerca de lo que yo hubiese querido ver hacer a mi partido, gobernar con los mejores panameños, alejarnos de roscas y anillos de amistad o familiaridad, olvidarnos de militancias en los puestos claves de desarrollo, darle a la militancia los puestos que puedan desempeñar sin perjudicar las posibilidades del país.

Martinelli ganó, sorprendió a muchos en su habilidad, pero la sorpresa inicial ahora solo ha servido para mostrar una cara inesperada en los resultados. No llegaron los mejores panameños, llegó nuevamente la teoría del partido, el deseo de tener un partido más grande que todos los otros, un reclutamiento de miembros al precio que sea, mientras la ejecución del gobierno sigue decayendo: muy buenas intenciones, pero canasta básica cara, poca seguridad, problemas en salud, educación, preocupación por endeudamiento, etc. Se esperaba un gobierno con los mejores, no un gobierno con espacios políticos y repartición del poder con sus aliados. Un gobierno preocupado por el futuro de Panamá, no preocupado con la sucesión del poder, un gobierno con transparencia y austeridad, no con prepotencia y derroches.

Funcionarios que llegaron solo para comprar nuevos y costosos carros, aumentar los salarios a sus directivos, pero indolentes en sus declaraciones y entrevistas ante los problemas sociales. El presidente se percibe como un panameño sincero y sensible, su equipo no. La popularidad del presidente está cargando a su equipo, con funcionarios que en ningún gobierno futuro llegarán a ocupar cargo alguno, llegaron por y con Martinelli, pero lejos de apoyarlo y ayudarlo en su gestión, lo perjudican.

Panamá requiere un gran pacto social. Un compromiso nacional para establecer una política por consenso de educación, salud, desarrollo agropecuario. Tres áreas que solo con una política de Estado, formulada por los mejores y más capacitados y obligante a los gobiernos, nos lleve al Panamá que queremos.

INGENIERO Y ANALISTA POLÍTICO.

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