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- 19/08/2024 00:00
Formar en competencias docentes, una tarea pendiente
Existe un reconocimiento general acerca de la importancia del docente en la educación, para el aprendizaje y superación de los estudiantes, es decir, preparar las nuevas generaciones para el futuro. Este reconocimiento es histórico y evolutivo, pues siempre hubo la necesidad de disponer de un maestro, maestra, profesor o tutor, responsable de guiar los aprendizajes de los alumnos, independientemente de la región, la edad o de la especialidad. Al docente se le atribuye la importancia de despertar la curiosidad, fomentar la autonomía, impulsar las actitudes favorables al estudio, promover el rigor científico y ético, para que la niñez y la juventud aborden con confianza el porvenir y contribuyan responsablemente a edificarlo.
Quien enseña debe haber aprendido antes, pues nadie puede dar lo que no tiene. Por ello, las competencias son aprendidas en el nivel de enseñanza básica y perfeccionadas en la universidad o centro formativo de docentes, compensadas con el entorno y los hábitos adquiridos, como parte de la formación inicial del educador. Cuando hablamos de competencia, nos referimos a los conocimientos, habilidades, destrezas, actitudes y valores que posee una persona. En los educadores existen competencias básicas y competencias transversales que algunos llaman habilidades blandas. Estas competencias son estudiadas, adquiridas y también reforzadas permanentemente. Ser docente es una profesión que nunca se termina de aprender completamente, siempre hay algo nuevo por conocer y que enseñar.
La formación continua permite la actualización permanente tanto del conocimiento como de las actitudes y aptitudes del docente, evitando el rezago en su profesión, en tiempos en que la ciencia, la tecnología y la innovación se renuevan a una gran velocidad.
Los docentes necesitarán tener conocimientos y dominio de algunas competencias básicas, así como de métodos y técnicas para poder enseñar a sus estudiantes, según los estándares establecidos en el currículum del sistema educativo del país correspondiente. Además, deberán conocer un conjunto de habilidades y valores necesarios para la vida y el trabajo de los estudiantes que estarán a su cargo.
Algunas competencias básicas son: lectura y comprensión lectora, aritmética, ciencias naturales, ciencias sociales y lenguas (se refiere al aprendizaje de por lo menos, una segunda lengua, como el inglés), tecnología digital (TIC), producción de textos y evaluación.
Las habilidades transversales o blandas, son: capacidad de trabajar en equipo, comunicación asertiva, responsabilidad en la sostenibilidad ambiental, lecturas de obras fundamentales de autores destacados, epistemología, metodología de la investigación, liderazgo democrático, gestión de la participación de los actores del proceso educativo (padres de familia, docentes, estudiantes, autoridades y personas de la comunidad), expresiones culturales (pintura, teatro, música, entre otros), fomento de la salud mental y emocional, promover la paz y el diálogo social, aprender a conocer y aprender a emprender.
Estas competencias tienen un pilar cognitivo y actitudinal de extraordinaria importancia, pues mediante su función se articulan conocimientos conceptuales, teóricos y empíricos; así como múltiples habilidades generales y específicas. Igualmente, se encuentra el componente metacognitivo, que contribuye a la regulación de los procesos de reflexión sobre el aprendizaje y la construcción del conocimiento y, por su parte, la motivación, que estimula los aprendizajes, la investigación científica, el compromiso, la creatividad, el interés y la perseverancia.
Estas competencias son indispensables en nuestra sociedad, porque contribuyen al desarrollo cognitivo y personal de los estudiantes, permiten que cuenten con las herramientas científicas para abordar conflictos y problemas complejos, estar mejor formados para continuar sus estudios en los niveles y etapas educativas superiores, mantenerse estudiando en la escuela y serán, a no dudarlo, personas que tendrán una mejor comprensión de su entorno y podrán contribuir a mejorarlo.
Estas competencias básicas y habilidades transversales, son debilidades que ha mostrado el sistema educativo panameño durante varios años. Agudizados por la pandemia, cuando las escuelas permanecieron cerradas durante varios meses (Panamá fue uno de los países que más tiempo mantuvo cerradas sus escuelas) y los estudiantes perdieron gran parte de los aprendizajes logrados. La disparidad territorial y la brecha educativa existente entre la población pobre y aquella no pobre, han contribuido a generar un desequilibrio negativo en la sociedad panameña. Es importante asumir la formación y el buen desempeño docente de modo integral, en todo el territorio nacional y con todos los grupos humanos, como medio de asegurarle un mejor porvenir a la población panameña.
Existe un reconocimiento nacional acerca de la poca calidad de la educación. Para cambiar o reorientar esta condición, es indispensable prestar mayor atención en las políticas públicas al reclutamiento de estudiantes para la profesión docente, asegurar una formación docente de calidad con las competencias y habilidades blandas indispensables, realizar evaluaciones a la entrada del servicio y del desempeño a lo largo de carrera, con fines de mejora, crear ambientes estimulantes y fomentar la motivación necesaria para avanzar, estudiar y enseñar con pasión.
La escuela debe ser reconvertida en un espacio atractivo para los estudiantes. Un lugar donde ellos puedan jugar, aprender, investigar, explorar su entorno, utilizar tecnologías de la información que les permita conocer otros mundos, paisajes y personas; disponer de pequeños laboratorios adaptados a su edad-grado, para que realicen sus inventos y desarrollen su creatividad. Llevar a ese espacio de aprendizaje, para el debate, problemas de la comunidad, el país, la región y del mundo; propiciar algunos hábitos que les sirvan para toda la vida y les permitan ser personas que pueden vivir y estudiar en otros contextos por complejos y difíciles que sean.
Allí el docente debe establecer una nueva relación con sus estudiantes, pasando del “solista” al de acompañante, orientador y guía. Ser docente en este sentido, es la profesión más noble e importante que podamos imaginar. Para ello, se requiere repensarla y redireccionarla para que sirva los propósitos de la población del siglo XXI.