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Las raíces del feminismo se remontan al jardín de Edén cuando Eva, ignorando a su marido y desafiando la prohibición hecha por Dios, comió del fruto prohibido y llevó a Adán a pecar.
Adán, según la Biblia, no fue engañado, Eva lo fue. Adán estaba consciente de que su esposa desobedeció a Dios, pero ¿por qué entonces, aceptó su oferta de pecar contra Dios?
Parafraseando al pastor Toby Sumpter, en lugar de luchar contra la serpiente y defender a su esposa, eligió el camino cobarde: si ella va a morir y dejarme solo, moriré con ella.
Adán tuvo la opción de rechazar la oferta de Eva, llevarla al Señor y confesar su desobediencia, e incluso ofrecer morir en su lugar y no renunciar a su autoridad y responsabilidad masculina. El punto es que un hombre de Dios se responsabiliza de aquellos a quienes ama, y comprende que ante Dios es responsable de velar por su bienestar. Eso quizás hubiera resultado más heroico y piadoso. Eso es exactamente lo que Jesucristo hizo por nosotros. Asumió la responsabilidad por pecados que no cometió.
Por otro lado, como hombres, somos todos descendientes de Adán, y al igual que Adán, desde entonces hemos estado renunciando a nuestra fuerza y responsabilidades dadas por Dios y dándola a las mujeres para evitar ser etiquetados como misóginos, patriarcales, machistas, etc.
“Proverbio 31” de la Sagrada Escritura comienza con una advertencia a los hombres: “No deis vuestra fuerza a las mujeres, ni vuestro camino a lo que destruye a reyes.”
Los hombres somos responsables de la destrucción de nuestras familias, nuestros hijos y nuestras sociedades. Son responsables de hacia dónde se dirige su nación, su cultura y su civilización. Esas responsabilidades no pueden ser diferidos ni abdicados.
En “Proverbios 20:29” de la Biblia, Dios dice que “La gloria de los hombres es su fuerza.” Dios, según la Biblia, da fuerza a los hombres para que sean fuertes, para que estén vigilantes y estén siempre firmes.
El apóstol Pablo exhortó a los corintios a ser fuertes, a actuar como hombres, a estar vigilantes y firmes. Eso es lo que caracteriza a los verdaderos hombres (1 corintios 16:13).
La Biblia enseña que la gloria masculina, su fuerza, debe usarse para liderar, para el bien, la provisión y protección de mujeres y niños, pero que esa gloria no debe regalarse a las mujeres. Eso, según la Sagrada Escritura, es lo que causa la caída de reinos, de hogares, de iglesias y de civilizaciones. De ningún modo pretende degradar a las mujeres, pero cuando un hombre es cobarde, apático, perezoso o inatento a las necesidades y amenazas a su alrededor, esencialmente está en camino de dar su fuerza a las mujeres.
Sansón, el hombre más fuerte de la tierra, al que Dios le dio fuerza sobrenatural, es un buen ejemplo de ese versículo bíblico. Cedió a las súplicas de una mujer y reveló el secreto de su fuerza, y perdió su fuerza, su vista y su vida.
Adán transgredió las advertencias de Dios, siguió a su esposa en el pecado y perdió el paraíso.
La desobediencia a Dios del rey Salomón finalmente lo destruyó por sus pecados sexuales, y hay muchos otros ejemplos bíblicos.
Las mujeres también tienen fuerza, pero la Biblia enseña que las mujeres son mucho más débiles que los hombres. Dios llama a hombres y mujeres a usar sus respectivas fortalezas de diferentes maneras. Los hombres deben proteger y proveer a quienes están bajo su cuidado y las mujeres deben usar su fuerza para construir un hogar, nutrir la vida y cultivar la belleza. (Efesios 5:22-33)
El feminismo tiende a destruir a la mujer que lo abraza, a los hijos que tienen, a las familias de las que forman parte y a las naciones en las que viven. El profeta bíblico Ezequiel, nos dice que Dios causa que las mujeres malvadas bajo su juicio, beban de la copa de la locura y de las conductas autodestructivas. (Ezekiel 23)
Hoy día encontramos muchos hombres, específicamente los políticos, que abiertamente vociferan su voluntad de dar su fuerza y el rol innato de liderazgo dado por Dios, a las mujeres. Pretenden ser héroes incluso cuando fracasan. Cuando enfrentan las presiones de la ciudadanía, corren hacia las mujeres, desobedeciendo los mandatos de Dios y creyendo que su capitulación es una virtud.
Piensan que están siendo varoniles y menos ‘machistas’ cuando capitulan a las presiones feministas y ceden sus fuerzas y obligaciones a ellas para obtener votos, mientras anteponen los intereses feministas a los suyos y al interés y bienestar general de toda una sociedad y al plan de Dios para la humanidad.
Eso es exactamente por lo que Eva luchó en el jardín hace 6000 años, y Adán eligió el sacrificio equivocado y cobarde que no fue ni virtuoso, ni heroico, ni noble. No usó su fuerza para proteger a Eva. Le dio su fuerza. Los verdaderos hombres no empiezan capitulando, renunciando a sus fuerzas y responsabilidades, abrazando abiertamente el afeminamiento y sucumbiendo al ego, los deseos y los caprichos feministas, justificándolo en nombre de alguna noble causa sociopolítica. Hoy estamos viviendo las consecuencias de esa capitulación y cobardía en nuestras familias y en nuestras sociedades.
La fuerza de un hombre es para luchar. Luchan con la naturaleza para someterla, luchan con la tierra para extraer sus riquezas, su petróleo, sus minerales, etc., luchan contra enemigos que amenazan la vida y el sustento de aquellos a quienes protegen, mantienen y del que son responsables, enfrentándose a la muerte si es necesario. Y luchan contra los males de sus sociedades.